ean Ocaña Ocaña nació el 16 de febrero de 1940 en Albacete, nueve meses después de un “chispazo” tan fugaz como el que pegaría un huido. Su padre, José Ocaña García, era oficial de intendencia del Ejército republicano. Se había pasado buena parte de la guerra expropiando casas para alojar a las Brigadas Internacionales, y después fue enviado a la batalla del Ebro.

“Su sección se partió en Vinaroz y él vuelve a Albacete”, recuerda Jean, con la historia familiar fresquísima. Por poco tiempo. Ya no es un sitio seguro. La guerra ya está decidida y la imagen que guarda parte del pueblo del oficial Ocaña es la del encargado de hacer cumplir la ley republicana de emergencia, que habilitó un decreto para arrebatar propiedades a los colaboracionistas con el golpe.

SABER MÁS | A estudio la iniciativa navarra para que Francia retire la legión de honor a Franco

Como otros muchos miles de republicanos, cruza la frontera de Francia. Pero es la Europa de la guerra, y pasa de campo en campo hasta la victoria aliada. Primero, en Rivesaltes, en Francia, un campo benigno; luego, con los nazis en el país vecino, lo trasladan a Mauthausen, donde se pega de agosto de 1940 a mayo de 1945. Juan no conocerá a su padre hasta 1947, cuando Ramona, la madre, cruza también la frontera con él y sus hermanas.

A su padre le cuesta dos años reunir el dinero necesario para que su familia en España huya a Francia, algo que consigue gracias a la ayuda de la Cruz Roja y el Gobierno británico. ¿Recuerda cómo fue cruzar los Pirineos? Se acuerda de cada kilómetro: las caminatas por la Seu d’Urgell, las rampas de Las Escaldes bajo los tiros de la Guardia Civil, a los que poco importaba disparar en Andorra... Son los recuerdos de un niño de la guerra que va al encuentro de un padre que todavía no sabe que de aquel “chispazo” le nació otro hijo.

La familia Ocaña empieza una nueva vida en Francia, infinitamente mejor que la que podrían haber tenido en Albacete. En 1954, Juan se naturaliza francés pese a las advertencias de su padre, que le avisa de que adoptar la nacionalidad francesa puede hacerle terminar en Argelia, donde ya despunta una brutal guerra colonial. Y, efectivamente, ahí da con sus huesos en julio de 1960. Como había ido a la universidad -estudió Derecho y a su vuelta se dedicó a la asesoría hasta que se jubiló-, hace la guerra como oficial de inteligencia. Cuenta historias crueles, las de los mandos que, rebotados de Indochina, vuelcan todas sus frustraciones con los rebeldes. Hoy sigue siendo un capítulo incómodo en Francia.

Todo esto no serían sino los interiores más oscuros de una vida de no ser porque en Argelia comienza, sin saberlo entonces, la batalla judicial que hoy libra Juan. Uno de esos oficiales crueles de Argelia es el coronel Puga, padre de Benoît Puga, general del Ejército francés y actual gran canciller de la Legión de Honor. “Es una familia ultracatólica, muy conservadora, y es quien, personalmente, rechaza mis peticiones con el argumento de que me mueve mi triste historia familiar”, precisa Juan. El general Puga le explica que las medallas a Franco se le otorgaron “como militar”, no por otros méritos, y que no se le puede retirar al estar muerto.

Desazonado por la respuesta de Puga, Ocaña y sus abogados revisan todo el código de la Legión de Honor. Y localizan lo que creen que es un resquicio legal para tumbar las medallas de Franco.

El dictador recibió la primera en 1928, por su papel en la Guerra del Rif. Y lo hizo como oficial, un rango superior al de la Legión de Honor estandar, que es el de caballero. El código es incontestable en su artículo R17: “Nadie puede acceder a la Legión de Honor en un rango superior al de caballero”. A ese precepto se agarró Ocaña para argumentar ante la justicia que el galardón a Franco era ilegal desde el principio. Y ya fuera para evitar polvaredas o por silenciar un caso del que empezaba a hablarse en Francia y en España, la gran cancillería instó a una reforma exprés que terminó rubricando el mismísimo Macron. Puga propuso una nueva redacción que desde el 1 de diciembre de 2018 dice así: “El acceso a la Legión de Honor es a través del rango de caballero (...) No obstante, podrán producirse nombramientos y ascensos directos a oficial y comandante para premiar carreras fuera de lo común”.

Con esa redacción, más abierta, es con la que París quiso zanjar la polémica y, sobre todo, evitar males mayores en adelante. Ocaña no se hace trampas: es difícil que Francia retire las medallas a Franco, porque sería “abrir la caja de Pandora”. Pero él siente que debe denunciarlo. Y la moción de Navarra le ha dado fuerzas para seguir haciéndolo.