Manuel Rodríguez (La Robla, León, 1961) llegó a Navarra con 14 años. A los 18, en 1979, se fue a estudiar Sociología a Madrid "sin saber muy bien lo que era". Su periplo coincidió con años de transformación a todos los niveles. Acabó en 1984, regresó a Navarra, y empezó a hacer trabajos con Mario Gaviria, hoy ya fallecido. Posteriormente estuvo dando clases en la Escuela de Trabajo Social, en la Universidad Pública, y también entró en la Ejecutiva de Comisiones Obreras, donde permaneció unos años.

Después, inició una etapa como consultor, en la que todavía se encuentra. A partir de ahora esta dedicación la va a compaginar con el decanato de un Colegio del que fue miembro fundador. "Me parece que estamos en un momento especialmente interesante con el cambio de modelo que se quiere realizar, y para posicionar la profesión en todo ese mundo que se está construyendo en torno a la sostenibilidad o la industria 4.0". Por ello, cuenta, se presentó en un equipo de 15 personas y su candidatura salió adelante por unanimidad hace escasos días.

Uno de su objetivos es dar a conocer la doble vertiente profesional del Colegio. ¿Existen estereotipos?

-Yo creo que sí. Si algo los tiene es la política. Y parece que todo el mundo sabe de sociología, y es una ciencia, tiene técnicas de investigación, que se pueden hacer bien o mal. Luego hay otra parte de reflexión, más filosófica. Pero es una ciencia.

¿Estas carreras tienen ahora más salidas que hace unos años?

-Vivir de consultor no es fácil, porque no todo el mundo contrata estudios, pero la sociología y la politología tienen otros marcos de trabajo. Tengo colegiados, compañeros y algún amigo, desde jefes de recursos humanos en empresas multinacionales hasta funcionarios, que tenemos una batalla porque no se nos reconoce todavía por ejemplo en convocatorias de técnicos de empleo. Y el empleo es uno de nuestros campos de trabajo más importantes, dentro de la estructura social y las desigualdades. En esta profesión hay que partir de un principio básico: sentir curiosidad por todo lo que pasa socialmente y tener ganas de implicarte de alguna manera. Nada de lo que pasa te puede ser ajeno, para bien o para mal. Aunque te centres en un tema determinado, tienes que intentar tener esa visión holística de qué es lo que está pasando. Para tener claves que te permitan luego interpretar cosas.

Se insiste en que estamos en un momento de cambio acelerado, y que vivimos en una sociedad más compleja y plural.

-Nuestra profesión tiene que resituarse, como toda la sociedad. Pero evidentemente las lecturas no son tan sencillas, como podían ser hace 30 o 40 años. Yo vengo de la generación que estudiamos una sociología casi marxista, porque era lo que había, y resultaba relativamente fácil, entre el proletariado y el capitalismo. Estructuralmente la gente tenía más o menos una vida muy similar. Los hijos aspiraban a mejorar a los padres o a seguir la misma profesión del padre, con elementos culturales muy similares. No tanto ya igual nuestra generación, pero sí miramos para atrás a hace un siglo, entre el padre y el hijo, y la madre y la hija no había grandes diferencias en la forma de entender el mundo. Eso ha ido cambiando, y yo en este momento está muchísimo más acelerado. Hace tiempo que la gente joven ha obviado el trabajo como el elemento referencial de identidad y lo instrumentaliza más como lo que es, una fuente de recursos para hacer lo que quieres. Esto complejiza. La sociedad está cambiando y va a cambiar muy deprisa. Cuando empecé en la Universidad en el año 87/88 no teníamos ordenadores. Móviles hasta hace 4 días tampoco teníamos, aunque nos hayamos acostumbrado, pero eso modifica todo. Cambian las relaciones sociales y a ello le unimos la necesidad de ir a un modelo más sostenible en todos los sentidos, porque si no esto acabará explotando. Creo que todo el mundo lo ve, lo que no sabe es cuándo habrá que parar. Lo modelos de producción ya están variando, no solo con el teletrabajo. La conectividad permanente da por un lado libertad y por otro un cierto esclavismo.

Se perciben nuevas brechas de desigualdad como amenaza muy seria, y una falta de expectativas.

-Centrándome en Navarra, creo que en términos generales es una sociedad bastante armónica. Pero cuando las cosas van bien, los que están mal están peor. Las brechas se hacen más profundas y los procesos de desestructuración social también. Aunque sea menos gente, está peor.

¿Hay mucho talento que se va fuera de Navarra para poder desarrollar su profesión?

-Talento generalmente hay menos de lo que nos gustaría, pero sí se va, sí, quizás porque Navarra es pequeña, y su capacidad de absorber a determinadas personas con talentos especiales es limitada. Aquí tenemos una gran empresa de automóviles, casi la primera del mundo con Toyota, pero el I+D está en Alemania. Aquí lo que tenemos es un taller de montaje, le demos las vueltas que le demos. Y eso nos pasa con muchas cosas. Proyectos muy avanzados, pero en muchos casos con el I+D en otro sitio. La gente formada, si quiere trabajar en esos ámbitos, se tiene que ir. Aunque en algunas cosas estamos bien, como en biomedicina y farmacia.

En conjunto, considera entonces que la sociedad navarra tiene un nivel de cohesión aceptable.

-Sí, el problema es que cuando la sociedad está relativamente bien, el que se cae lo hace muy profundo. La ventaja es que al no ser muchos se puede perfilar mejor la actuación. Pero es una sociedad armónica. En Navarra han llegado y nacido desde el año 2000 más de 100.000 inmigrantes, que se dice pronto. No ha habido todavía conflictos de importancia. Por lo tanto, es una sociedad que ha soportado una llegada de inmigración muy importante, sin que eso haya generado excesivas fricciones. Hay que tenerlo en cuenta, porque nos vendrá la segunda y la tercera generación, y habrá que ver cómo a esa gente realmente le damos el mismo estatus de ciudadano que a los autóctonos.

Se supone que esa segunda generación criada aquí es la que puede hacer más mestiza esta sociedad a 25 años vista.

-Pero hay algunos problemas. La migración tampoco es homogénea, es muy diversa. Yo aviso mucho sobre lo que pasó en Francia, con la tercera generación de argelinos franceses. El problema es que se pueda generar, que está pasando, un mayor fracaso escolar, por muchas razones, que acabe llevando a esa gente a posiciones subordinadas dentro de la sociedad. Ahí hay que hacer mucha incidencia y trabajar mucho en la escuela, para que no abandonen como lo hacen de forma masiva. Ese creo que va a ser un elemento fundamental en términos de cohesión, y hablo de la segunda y tercera generación, porque la primera tradicionalmente ha venido a trabajar. Su expectativa es vivir mejor, pero su capacidad de considerar que están bien es mucho mayor, porque vienen de pasar hambre, de estar perseguidos y de todo. Digamos que no son muy exigentes, pero la segunda generación lo va a ser, porque no son inmigrantes, sino de Pamplona, de Milagro o de Alsasua. Primero hay que asumir que lo son, pero ellos también, e intentar situarse en los mismos parámetros. Eso es un reto importante.

Hábleme de otro.

-Tenemos el reto de la juventud. Ahí tengo un cierto optimismo. En este momento está en unas situaciones de precariedad laboral indecentes, pero en 5 o 6 años la generación boomer vamos a salir del mercado de trabajo y a dejar un hueco espectacular. Creo que oportunidades van a tener, un poquito más tarde.

Generación boomer prolongada.

-Sí, pero yo calculo que del 58 al 64 fueron los años de más boom natalista, y nos vamos a ir un montón de gente. Otros saldremos o no dependiendo de cómo vayan cambiando las políticas de pensiones, porque esto nunca se sabe, ese es otro problema. Y luego tenemos uno colectivo, que no es de Navarra, sino general. No acabamos de resolver la brecha de género. Yo he trabajado mucho en temas de empleo y es muy evidente. Hay más mujeres paradas de larga duración, y más mujeres paradas, cuando representan menos porcentaje de la población activa. Y no resolvemos el papel de cuidadoras que tradicionalmente han llevado y que son los elementos que de alguna manera coartan sus posibilidades laborales. Lo que se llama ahora el techo de cristal y el suelo pegajoso.

Llevamos año y medio de una pandemia mundial que dejará huella.

-Hemos aprendido que hay trabajos que si se les llama esenciales es porque lo son. Trabajos que habíamos dicho que lo hiciesen los chinos resulta que es clave hacerlos aquí. Hay también efectos que no son muy visibles. Por ejemplo, en salud mental va a haber consecuencias. Sobre todo, quizás más en el entorno urbano, ha habido mucha gente que lo ha vivido muy sola. Gente que lo ha pasado muy muy mal, y eso tendrá repercusiones. También posiblemente haya hábitos que vayan a cambiar a la hora de consumir, de construir viviendas o de comprarlas, porque ha sido un golpe muy duro también emocionalmente. Con esa sensación de que no acaba, y de contar muertos todos los días. Ha sido un momento muy delicado como sociedad. Esperemos que algunas consecuencias sean buenas, que hayamos aprendido también algo.

No sé si desde hace unos años hablar de politología es casi automáticamente pensar en...

-En Pablo Iglesias y Errejón, por ejemplo (se ríe). Un politólogo también puede ser un político, igual que un fontanero, un periodista o un sociólogo, pero es verdad que ese boom de Podemos, nacido de un núcleo muy concreto de la Complutense y de Politología, parece que se ha comido un poco la profesión. Son momentos, modas y tiempos. Pablo Iglesias ya no está, y ni Irene Montero, ni Ione Belarra ni Yolanda Díaz son politólogas.

¿Se asocia también a los politólogos como susurradores de los políticos?

-El politólogo hace análisis, pero no tanto de la política de imagen, sino de la gestión. No del teatro político sino de las políticas. Por ejemplo, una línea de trabajo muy interesante es la evaluación de políticas públicas, que es algo que poco a poco se va exigiendo.

Una forma de eficiencia.

-Sí, un camino de gran interés. Los politólogos tienen una cierta formación de derecho administrativo y europeo, vinculado sobre todo a la toma de decisiones. Ahí pueden hacer de asesores, no del discurso político, sino en la construcción de las leyes y de las políticas. Y luego queda la opción de ser secretarios de ayuntamientos de menos de 5.000 habitantes preparando las oposiciones.

Un rasgo muy subrayado en los últimos tiempos es la volatilidad en el voto. ¿Reflejo del cambio social y de una cultura de consumo?

-Todo lo consumimos muy rápido, hasta el voto. Todo va muy deprisa, en este momento tenemos una cantidad de información o de desinformación tremenda, muy difícil de discriminar. Eso afecta. Creo por ejemplo que la emergencia de Podemos tiene mucho que ver con la frustración juvenil, no tanto con la corrupción. Eso que se va diciendo y que se va cumpliendo de la única generación que va a vivir peor que sus padres. Al final, pase o no, ya está interiorizado, y a la vez es la generación posiblemente más formada y con más expectativas. Claro, esto es terrible, y eso afecta a la política. Y luego el circo. A mí me preocupa mucho en términos sociales todo lo que significa ese teatro en el Parlamento, que influye. Si estás todo el rato con broncas, en el aquí vale todo, banalizando el insulto, los derechos... al final parece que nada tiene valor.

¿Detecta una mejora en la vertebración de la convivencia en Navarra o sigue siendo una piedra de toque?

-Yo creo que es una sociedad que convive bastante bien; a veces determinados elementos los sacamos un poco de quicio, sobre todo en el juego mediático. Pero creo que en el fondo convive relativamente bien, excepto cuando se van generando determinados discursos que lo que pretenden es confrontar para ganar espacio. Por ejemplo: me preguntaron cómo se veía el euskera en la Ribera. Posiblemente en este momento se esté mirando mal por el tema de las oposiciones y porque se les está diciendo permanentemente que eso puede ser un problema. Pero si miramos al euskera con una perspectiva más amplia, y sabiendo que en la Ribera no se habla euskera, observamos que la mitad de los nombres de los equipos de fútbol de la Ribera tiene el nombre en euskera; es decir, que había una cierta normalidad. Los pastores del Roncal que bajaban a la Ribera se casaban en la Ribera, y muchos de ellos no sabían castellano. Yo creo que hay más normalidad que la que a veces se intenta transmitir. En términos generales, sobre la convivencia se está poniendo demasiado el acento en el tema del terrorismo, que afortunadamente ya ha pasado. Hay elementos que todavía hay que suturar, la memoria siempre es buena, pero considero que los problemas que nos van a llegar son la convivencia con los distintos, el tema de la inmigración, y la posibilidad de integrar bien a los jóvenes en la sociedad. Son los elementos de convivencia en los que hay que trabajar pensando no en olvidar el pasado, pero sí en abordar el futuro.

SUS FRASES

  • "En Navarra tenemos una gran empresa de automóviles, pero el I+D está en Alemania"
  • "Hay que trabajar mucho en la escuela, como elemento fundamental de cohesión en Navarra"
  • "La juventud está ante una precariedad laboral indecente, pero las jubilaciones dejarán hueco"