creditado por declaración oficial en el Congreso de los Diputados: el Gobierno presidido por Pedro Sánchez ha espiado a políticos, algunos de los cuales despeñaban cargos institucionales. Lo hizo empleando recursos estructurados del Estado, tales que el Centro Nacional de Inteligencia, la mejor tecnología disponible en el mercado internacional, y cumplimentando un procedimento interno que implica la autorización de un juez mediante pieza secreta. La noticia es escalofriante, pero hay otra que lo sería todavía más: que esto no acabara con ese mismo Gobierno. En la época de Rajoy se montó lo de la "policía patriótica", una mezcolanza de intereses cruzados entre comisarios golfos, políticos incompetentes y algún avispado jugador de dos bandas. Dentro de unos meses, los implicados se sentarán en un banquillo y todos se encuentran fuera de la política desde hace tiempo. Lo de ahora es bastante peor que aquello, por varias razones. Primero, porque si antes se quiso responder a una inminencia, el explícito desafío secesionista, en este momento no parece que exista idéntica amenaza. Segundo, porque en cualquier situación de normalidad democrática, no cabe otra cosa que la aplicación de la ley a quien se la salte, sin atajos prospectivos y sin someter a nadie a la inconcreta y nepótica acusación de constituir un "riesgo para el Estado". Y tercero, porque el caso tiene un componente político inmenso. Sin ninguna duda, Sánchez recibía informes de las comunicaciones del móvil de Aragonès, cuando este vicepresidía la Generalitat y se desempeñaba como líder sobre el terreno de ERC. Podríamos preguntar, por ejemplo, si la decisión estratégica de situar a Illa como candidato en las elecciones del 14 de febrero de 2021 se tomó después de conocer fehacientemente qué pasaba por la mente -es decir, por el teléfono- de los de Esquerra.

El caso, ya lo hemos contado aquí, es de tal gravedad que cuesta aceptar que no se haya llevado todavía al Gobierno por delante, como en cualquier democracia normalita. Sánchez aún no ha dicho nada, por la sencilla razón de que sustenta en el cinismo ("desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables", define la RAE) toda su ejecutoria. Mal está espiar al discrepante, pero mucho peor hacerlo con el aliado político al que te has propuesto complacer, y frente al que te sitúas públicamente haciendo una eterna apelación al diálogo y el entendimiento. Pero lo principal del caso no es siquiera esa delincuencial desnaturalización de la dinámica política. Lo tremendo es que haya un Gobierno, con su presidente al frente, dispuesto a emplear este tipo de técnicas en beneficio de su poder. Si lo hacen con el aliado, lo harán también con el oponente, o con el primero que se les ocurra. Por eso, este tema va mucho más allá de ser un mero apunte en la lista de anormalidades de la legislatura, porque pasa a integrar el rasgo propio de una satrapía. Que a partidos como EH Bildu o ERC les vaya bien tener a un tipo tan inconsistente como Sánchez en Moncloa forma parte de la dinámica política más tradicional, el juego de los votos necesarios y las conveniencias tácticas. Pero que estos partidos no se den cuenta de que el beneficio que pueden obtener como consecuencia de una mayor debilidad socialista no es compensado por el riesgo evidente de involución civil, es preocupante. Partidos que han puesto la proa a la llamada ley mordaza, y que parece que están dispuestos a tragar que el Estado meta un software israelí, millones de dólares cuesta cada licencia, a cualquiera al que pretendan tener sojuzgado. Si esto no nos lleva a un escenario franco de ruptura política, quienes se verán más perjudicados serán los que acepten convivir con la ignominia, no tanto los causantes de ella.

Para que España pueda cumplir con el Plan de Recuperación y recibir los fondos europeos, se ha acordado con la Comisión cambios en unas 60 leyes. Lo que queda para el término constitucional de la legislatura son apenas 20 meses, de los que parlamentariamente hábiles serán así como 15. La inviabilidad política del momento se mide de esta manera. Para Sánchez, el poder es un proscenio en el que lucir palmito y banalidad argumental, no el instrumento para la transformación social y la reacción a las crisis. Mientras eso se mantenga así, seguiremos enfangados. l

La noticia del espionaje a cargos institucionales es escalofriante, pero hay otra que lo sería más: que esto no acabara con el Gobierno

Si esto no nos lleva a una ruptura, quienes se verán más perjudicados serán los que acepten convivir con la ignominia, no los causantes