l próximo miércoles comparece Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados para explicar las razones por las que envió, discretamente, una carta al rey de Marruecos anuente con la pretensión de soberanía de aquel país sobre el Sáhara Occidental. Han pasado ya más de dos meses desde que se conociera la misiva, y no porque el propio Gobierno la difundiera o respondiera a algún espacio de deliberación, sino como mera expresión de la voluntad libérrima de este Presidente Sol que hace y deshace a su antojo. Tanto es capaz de imponer, que hasta parece normal que cuando el Parlamento se plantea pedirle explicaciones, se ofrezcan cuando el tema ya ha salido del interés público casi diez semanas después del escándalo que se montó. Lo peor, sin embargo, no será sólo la deliberada tardanza. Lo más trágico es que hoy podríamos escribir, sin temor a equivocarnos, la crónica de lo que vaya a decir Sánchez dentro de unos días, palabras edulcoradas y tópicas que nada revelarán sobre por qué se ha actuado contraviniendo un consenso asentado y las resoluciones de varios organismos internacionales. Se adornará el chulapo con expresiones como "abrimos un nuevo tiempo de relación fecunda y constructiva con nuestro vecino", "somos países que no podemos seguir dándonos la espalda" y "España siempre es respetuosa con el derecho internacional". Ahí quedará la farsa parlamentaria, ese Congreso alfombrado que nunca como ahora ha actuado tanto de marsupio del ejecutivo. No servirá la sesión para esclarecer cuál de las versiones del cambio de posición es la razón por la que se hizo lo que se hizo y como se hizo. Una de ellas mantiene que si el propio Gobierno ha reconocido que el mayo del año pasado el teléfono del presidente fue espiado -se extrajeron de él 2,6 gigas de información- y se constata que Marruecos ha usado anteriormente esos sistemas de intrusión, lo ocurrido ha podido ser pura y llanamente un chantaje. Otra explicación podría tener que ver con el nuevo papel de aliado de Estados Unidos e Israel que tiene nuestro vecino del sur, y que también gana adeptos en la Unión Europea. Sánchez habría optado por no ser el último de la clase, y se lanzó a escribir al sultán pretendiendo algún beneplácito futuro. Una versión más reciente pone el foco en la esposa de Sánchez, Begoña Gómez, señora que aún careciendo de estudios universitarios ha sido cooptada como directora de varias instituciones académicas, que consta que se ha pasado directamente a la rama de los negocios, y que últimamente opera por el Magreb. Cualquiera de las tres versiones son plausibles: podrían ser ciertas juntas o por separado. Lo que es indudable es que la manera en la que se perpetró el volantazo, mediante una carta vergonzante pero con indudables efectos de compromiso sobre la posición internacional de España, hace presagiar lo peor. El miércoles, cuando Sánchez comparezca, el mortecino, cursi y tópico discurso refrendará que la calidad democrática de este país es un atributo menguante, en tanto que permite que decisiones relevantes se gesten al modo caribeño.

Más allá del truño, conviene una reflexión sobre ese nuevo factor que parece gravitar sobre la política española, traducido en las ganas que tiene Sánchez de poner un pie en el concierto internacional. Hay quienes se han percatado de que en 2024 hay que cambiar la presidencia de la Comisión Europea y se elegirá a un nuevo Secretario General de la OTAN. Posiciones que aparecen en el radar de nuestro presidente, tal vez porque ha entrado en él la duda de si a finales del 2023, cuando piensa convocar las elecciones, no saldrá trasquilado. Comentaristas con diverso nivel de capacidad reflexiva coinciden en que saltará del tren en marcha, no se presentará a las próximas generales, y mientras tanto intentará reforzar sus amistades con determinados mandatarios para ser él el preferido para alguna de esas canonjías. Detrás habrá dejado a algún candidato irrelevante -lo mismo daría Calviño que Bolaños- y a un PSOE descompuesto e irrecuperable por décadas. Sea como fuere, ya tenemos a Sánchez clamando por el aumento del gasto militar hasta el 2% del PIB, algo que ni la Cospedal de turno se atrevió. También se anuncia un acuerdo con Biden en la próxima Cumbre de las Américas para que España acoja nuevos contingentes de emigrantes centroamericanos, y así dejen más tranquilas las fronteras del Imperio. A finales de este mes, la cumbre de la OTAN en Madrid nos mostrará a Su Sanchidad en todo su esplendor. Todo va encajando. El proyecto personal mira hacia fuera. l

El mortecino, cursi y tópico discurso de Sánchez refrendará que la calidad democrática de este país es un atributo menguante