as elecciones andaluzas abren hoy un nuevo ciclo electoral que culminará a finales de 2023 -tal vez a principios de 2024- con las elecciones generales. Es el gran botín en juego, aunque entre medias asoman ya las autonómicas y municipales de mayo, que en Navarra se van a vivir con especial intensidad. Si los pronósticos se cumplen, la derecha saldrá fortalecida hoy de las urnas convencida de que puede volver a La Moncloa. En Navarra sin embargo lo tiene bastante más difícil.

Antes en cualquier caso hay que conocer el mapa político que deja Andalucía. Parece claro que ganará el PP, que Vox será determinante y que tanto el PSOE como la izquierda alternativa van a perder espacio electoral. Hay cierto pesimismo y desmotivación en las fuerzas que lideran el Gobierno de España, que no logran visibilizar sus logros sociales, algunos muy importantes, en medio de una incertidumbre económica creciente y un entorno mediático que generalmente juega en su contra.

Pero hay matices importantes que están por resolver. De entrada, la correlación de fuerzas que queda en la derecha, y si el PP es capaz de conservar el Gobierno sin abrirle la puerta a Vox. Una posibilidad innegociable para la extrema derecha, que sabe que para llegar al Consejo de Ministros debe normalizar antes los ejecutivos autonómicos de coalición. Algo que el PP va a tratar de evitar porque una dependencia excesiva de su principal rival electoral y, al mismo tiempo, del principal agente movilizador de la izquierda, puede complicar la llegada a La Moncloa que una parte de la derecha mediática ya da por segura.

Ese va a ser el debate de los próximos días, en los que asomarán presiones al PSOE para que facilite con su abstención la investidura de Juan Manuel Moreno Bonilla. Algo que los socialistas han descartado, pero que puede resultar tentador para algunos barones regionales que el próximo año se juegan la reelección, y que pueden reclamar un cambio en la política de alianzas. Andalucía una vez más como banco de pruebas de la política estatal.

El segundo dato importante que van a dejar las urnas de esta noche va a ser el de la movilización de la izquierda, el gran activo del PSOE en el último ciclo electoral. La irrupción de la ultraderecha en Andalucía hace ahora cuatro años permitió a los socialistas capitalizar la reacción social en las municipales y autonómicas de 2019, y en menor medida también en las generales. Pero la pandemia y la crisis energética parecen haber amortizado el miedo a la ultraderecha -fiarlo todo al miedo nunca es buena decisión-. Tampoco Yolanda Díaz acaba de arrancar un proyecto que motive a la izquierda alternativa. Las expectativas no son buenas.

La ilusión por la expectativa de recuperar el poder está ahora en la derecha, que cuenta con un terreno de juego favorable y el viento a favor. La política son ciclos y algunos síntomas apuntan a un cambio de tendencia. Pero sería un error generalizar un análisis que tiene también su letra pequeña. Especialmente en Navarra, que políticamente queda lejos de Andalucía.

Incluso en un escenario favorable la derecha sigue sin perspectivas claras de volver al poder en la Comunidad Foral. UPN sigue esperando un giro estratégico del PSOE que fuerce al PSN a cambiar de posición. O un hundimiento socialista que dificulte reeditar la actual mayoría. Pero ninguna de las dos circunstancias son probables, al menos a corto plazo, y el colchón parlamentario de las fuerzas progresistas (30 escaños a 20) puede ser suficiente para resistir la ola conservadora.

Además, los socios de coalición siguen sacando adelante su agenda legislativa. Solo la próxima semana está prevista la aprobación de cinco leyes en el Parlamento de Navarra. Prueba inequívoca de que, con sus dificultades, el Gobierno de Chivite es más estable de lo que pueda parecer. Es posible incluso que acabe sacando adelante los cuatro presupuestos de la legislatura.

El escenario deja pocas opciones a UPN y explica en gran medida también la confusión en la que anda sumida la derecha en la Comunidad Foral desde que hace diez años Yolanda Barcina hizo saltar por los aires el Gobierno con el PSN. No acaban de encontrar su sitio los regionalistas, a veces moderados, a veces radicales. Arrastrados por una derecha cada vez más radical en Madrid, donde aboga por una confrontación total con Pedro Sánchez que dificulta los acuerdos en Navarra.

La puesta de largo esta semana de la plataforma de Sayas y Adanero es el mejor ejemplo de la crisis de identidad que atraviesa UPN. No tanto por su fuerza electoral, que más allá del relevante apoyo de algunos altos cargos vinculados a Barcina está sin medir. Si no por lo que señala: la resignación y la apatía en la que vive hoy el antaño poderoso partido regionalista.

El discurso de los dos diputados da precisamente en la línea de flotación de UPN. Sayas y Adanero han detectado bien la dificultad de Javier Esparza para ilusionar y movilizar al electorado de derechas, al que ofrecen una alternativa propia. Más coherente con un ciclo de oposición que de Gobierno. Queda por ver qué hace el PP y cómo se reestructura la derecha en Navarra. Pero el ambiente es de derrota y esa es una realidad que ni siquiera un buen resultado hoy en Andalucía puede cambiar. l

El problema de Esparza no es tanto la plataforma de Sayas y Adanero, sino lo que señala: la resignación con la que UPN afronta las nuevas elecciones

Pese a sus diferencias, la mayoría de Gobierno sigue acordando y eso deja poco espacio para la derecha