El diario personal de un andosillano da un vuelco a uno de los episodios más trágicos de la Guerra Civil
Alrededor de 200 reclutas, muchos de ellos navarros, aragoneses y riojanos, fueron fusilados en el tercio Sanjurjo tras una deserción fallida instigada por falangistas infiltrados
Nicolás Sádaba Méndez era un chaval joven cuando estalló la Guerra Civil. Había nacido en Andosilla el 24 de marzo de 1918. Trabajaba el campo para otros, era uno de esos niños yunteros de Miguel Hernández que tenía hambre. De la física y de la figurada, la que muchos intentaron combatir con la “idea” del anarquismo, la ideología que les había metido en la cabeza rebelarse contra las jornadas de sol a sol por cinco pesetas, contra el miedo a caer enfermo y no tener para el médico, contra la falta de expectativas.
El Parlamento de Navarra pide reconocer a las víctimas del franquismo que formaron parte del Ejército de la República
La represión local desatada tras el golpe le dejó primero sin padre –Tomás– y sin un tío –Andrés, porque otro, José, salvó la vida de milagro y huyó al exilio– y después sin escapatoria.
Junto con otros 26 jóvenes del pueblo, todos igual de rojos y de corrientes –porque eran jóvenes con callos en las manos, no sesudos teóricos–, quedó enrolado voluntariamente forzoso en el Sanjurjo, el tercio que montaron con desafectos a los que habían amenazado con represalias en caso de que se negaran a ir al frente con el bando sublevado.
Ese caldo de cultivo propició uno de los episodios más negros de toda la guerra: el mayor acto de represión militar conocido. Los sublevados fusilaron a alrededor de 200 reclutas –sobre todo navarros, aragoneses y riojanos– a los que habían acusado de planear una deserción en masa hacia el Ejército republicano. Nicolás fue uno de los supervivientes. Y contó toda la historia, muchos años después –en 1979, cuando tenía 61 años–, en un diario personal que hace muy poco que ha salido del ámbito familiar.
16 fusilados eran de Andosilla
El testimonio de Nicolás da un vuelco a la historiografía sobre el tema, que hasta ahora manejaba coordenadas equivocadas: se hablaba de un motín y de su castigo, de un intento real o de un acto de terror sin motivo aparente, solo para que quedara claro quién mandaba.
La historia de Nicolás añade otra derivada: que los reclutas fueron objeto de una trampa de falangistas infiltrados en el propio tercio, que sabían los orígenes de muchos de los reclutas y querían darles un escarmiento.
Todo esto se sabe gracias al diario de Nicolás, pero también a la labor de sus hijos y nietos. Lo cuentan a este periódico sus hijas, Noemí y Charo, y su nieto, Óscar Alonso Sádaba, que en los últimos años han dado visibilidad al diario gracias a varios amigos comunes y al historiador Mikel Rodríguez, que ha escrito un artículo sobre el tema en una revista especializada.
La trayectoria de Nicolás en el tercio fue un poco distinta a la del resto, porque casi desde el principio –la unidad se puso en marcha en agosto de 1936– hizo labores de asistente del teniente Atilano López, el mando del lugar.
Mientras, en el tercio se había corrido la voz de que un grupo grande de reclutas iba a pasarse al otro bando la noche en la que estaba previsto un ataque contra unas posiciones republicanas en Santa Quiteria, en el frente de Huesca.
Nicolás lo sabía y se preparó también para pasarse, pero la operación acumuló mucho retraso y no se llevó a cabo. Además, él tuvo que acompañar al teniente a Zaragoza y quedó lejos de la zona. A la mañana siguiente, el complot quedó al descubierto. “Mi padre contaba que planeaba cambiarse la ropa con algún cadáver desfigurado en el frente. Para eso, previamente había avisado a la familia que se fijaran en una cicatriz muy característica que tenía para que supieran que no era él en realidad. Pero nunca llegó a darse la oportunidad”, cuenta Noemí.
Una trampa de falangistas
La supuesta fuga había sido una trampa de falangistas del tercio, que desvelaron al resto de reclutas ante uno de esos juicios farsa de la contienda. Hubo alrededor de 200 fusilados durante los días 2 y 3 de octubre. De su pueblo murieron 16, todos ellos entre los 19 y los 33 años. La hipótesis que manejaba Nicolás es que durante la instrucción se les habían infiltrado algunos falangistas que organizaron una falsa deserción y provocaron a los reclutas izquierdistas a secundarla y así tener una excusa para diezmarlos. Algunos de esos cabecillas aparecieron luego con galones falangistas y pese a que el episodio se vio como una salvajada por el propio franquismo, no hubo juicio alguno.
Nicolás hizo más de tres años de servicio militar en guerra. A inicios de noviembre, muere el teniente Atilano. El propio Nicolás resulta herido de bala en un hombro en Villarquemado, en Teruel. Más tarde, una ametralladora le hiere en la mano y la pierna en Huesca. Durante la convalecencia tuvo que sufrir los reproches de familiares y amigos, que le afeaban no haber dado el paso y haberse rebelado. Él mismo lo cuenta en los pasajes más amargos y frustrantes del diario.
Terminada la guerra, no tuvo mucha elección. Para los sublevados, era un rojo, hijo de otro rojo fusilado. Para los suyos, había dejado pasar la oportunidad de desertar de las filas enemigas. Así tenía muy complicado vivir en el pueblo.
Decidió poner tierra de por medio y se fue bien lejos, a Guinea Ecuatorial. Allá trabajó primero como capataz de una brigada de negros recogedores de cacao y luego en el Ayuntamiento de Santa Isabel, actual Malabo, hasta la descolonización. En los setenta, pasó a ocupar un puesto de lo que hoy serían servicios múltiples en el Hospital de Navarra hasta su jubilación.
Venganzas dentro de los pueblos
La guerra no era un tema tabú en casa, recuerdan Charo y Noemí, pero no se hablaba mucho. “Para qué hablar de esto, pensaban mis padres”, recuerda Charo, quien tiene muy nítido el miedo que pasaban sus padres cuando salía el tema. “Yo recuerdo, de bien pequeña, cómo bajaban la voz mis padres cuando venía algún conocido a casa en aquella época”, apunta Noemí. Eran los años de la impunidad total, de las “venganzas” dentro de los pueblos. “Había mucho abuso, también a las mujeres. Algunos jefecillos prometían mediar en la liberación de republicanos a cambio de acostarse con la mujer del preso, y una vez que se acostaban mataban tanto al preso como a ella”.
"Algunos jefecillos se ofrecían a mediar para liberar presos republicanos a cambio de acostarse con las mujeres de los reclusos. Y luego mataban tanto al preso como a ella"
Nicolás no habló hasta muerto Franco. De 1980 son sus memorias, divididas en dos tomos: la parte de la guerra y una parte personal, la de Guinea. “Le costó mucho soltarse y no lo hizo hasta la democracia y hasta ver que nosotros ya éramos mayores”, apunta Noemí. “Mi abuelo no era, ni mucho menos, un teórico. Era un labrador, con callos en las manos”, añade Óscar. “Simplemente, esas ideas daban futuro y esperanza a quienes tenían una vida miserable”, concluye Charo.
Temas
Más en Política
-
Feijóo afirma al cierre de la cumbre del PPE que el Estado “necesita un cambio y está cerca”
-
La Guardia Civil registra el Ayuntamiento de València para requerir contratos de un edil de Vox
-
Mazón, al ser preguntado por la reunión de Von der Leyen con las víctimas de la dana: “Me parece que me tengo que ir de viaje”
-
Ecologistas y Asamblea Antipolígono defienden la creación de una Reserva Natural en el Polígono