Carlos Rivera Echarri, profesor de Historia en el Colegio San Ignacio de Pamplona, tenía la sensación de que el currículo educativo no “profundizaba” en el tema del terrorismo.
Así que complementó algunas de sus clases en 2º de Bachillerato con la proyección de la serie Patria, cuyos dos primeros capítulos, por cierto, están dirigidos por un antiguo alumno del colegio, el navarro Félix Viscarret.
Pasaba que esa atmósfera opresiva, esos años de plomo, lluvia, silencios y miedo, atrapaba a chavales que eran bebés cuando ETA había dejado de matar. “Sonaba el timbre y no se querían ir al recreo”, recuerda Rivera, ahora ya jubilado.
En el colegio sospechaban que ahí había potencial para algo. Ignacio Aranzadi, del Centro Loyola, propuso entonces a Carlos que pensara en un proyecto más potente, con las víctimas en el centro y el perdón y la reconciliación como pilares.
Aquella sospecha y aquel impulso hoy tienen premio. Este va a ser el tercer curso de aplicación de El terrorismo en España: Memoria y Reconciliación, un proyecto escolar que el pasado 18 de octubre recibió el premio Mentes Ami 2025 de la Fundación Atresmedia.
Por él han pasado casi 500 alumnos y una veintena de protagonistas: víctimas, familiares, divulgadores... Dura dos meses y medio y forma parte de la asignatura de Historia de España, que es común para todos los alumnos de 2º de Bachillerato.
Como ese año tienen que hacer la selectividad, el programa arranca a finales de enero y para mediados-finales de abril está terminado. Combina enfoque tradicional –clase magistral, recursos audiovisuales, recortes de prensa...– con aprendizaje por descubrimiento, un método que sitúa al alumno como protagonista y es el que tiene que buscarse la vida para cumplir con un encargo. “Los alumnos desconocen esta etapa, cuando no tienen una visión directamente distorsionada”, explica Rivera, que señala que la prioridad es “poner a las víctimas en el centro”.
El libro de Eceolaza sirve como contexto
Antes de las fiestas de Navidad, a los alumnos les pasan el libro ETA: la memoria en los detalles, del escritor Joseba Eceolaza. Es la mejor contextualización posible. Tienen tiempo para leerlo durante las vacaciones y a la vuelta ven un par de capítulos de Patria.
Para entonces ya están muy metidos en el ambiente, así que los alumnos deben realizar un análisis guiado por Lacunza. Después, forman grupos y tienen que confeccionar un dosier riguroso, pormenorizado, sobre las víctimas. Con ese trabajo hecho y ya familiarizados con los casos, preparan las preguntas para los comparecientes. Tienen mucho nivel. El curso pasado, hubo seis visitas. La primera siempre es la de Eceolaza y tiene “un valor extraordinario”. “Es un gran comunicador y hay que ver las caras de los chavales cuando habla”, subraya Lacunza.
Después vino la visita de Eneko Etxeberria, hermano de Naparra, víctima del terrorismo de extrema derecha. Participa desde el primer curso. Su relato rompe los esquemas de los chavales: descubren que la violencia terrorista va mucho más allá de ETA.
Eneko, que es un comunicador extraordinario y tiene muy buena mano con los chavales –profesor jubilado del centro en euskera Pedro de Atarrabia– los atrapa con el relato del horroroso peregrinaje de los Etxeberria Álvarez, dos generaciones en la búsqueda de los restos de Joxemiel, el hijo y hermano hecho desaparecer por el Batallón Vasco Español. La ONU tiene catalogado el caso como una desaparición forzosa y, por tanto, imprescriptible.
Pero Eneko se esmera mucho en transmitir que no debe haber odio, que los jóvenes deben practicar la empatía. Después compareció Itziar Zabalza, que también participa desde el primer curso. Cuenta cómo fue aquel secuestro y asesinato de Mikel, su hermano, a manos de la guerra más sucia del Estado, de esos policías que a veces son corruptos y muchas veces pasaron los límites con impunidad.
La novedad el curso pasado fue la de José Aguilar. En diciembre de 1988, cuando tenía 26 años, una bomba le dejó gravemente herido durante un ataque de ETA a la casa cuartel de la Guardia Civil en Alsasua. Perdió una pierna y la otra le quedó muy fastidiada. La bomba también hizo trizas sus sueños: a una semana de casarse y con un proyecto vital en marcha –ser guardia civil, como su padre– tuvo que cambiarlo todo.
Hoy es abogado, tiene cinco hijos, y dedica parte de su día a día a concienciar adolescentes, a dar charlas en las que habla de la necesidad de no tener odio, de perdonar, de reconciliarse. Es una de las personas que está más metida en los procesos de justicia restaurativa. Él pidió entrevistarse con los terroristas que le atacaron. Lo hizo en 2022. “Es un caso que rompe todos los estereotipos, porque es un guardia civil que sale mutilado y opta por perdonar”, destacan los profesores.
El ciclo lo cierran Aitor Rodríguez, de Gesto por la Paz, y Cristina Cuesta, directora de la Fundación Miguel Ángel Blanco y cuyo padre fue asesinado por los Comandos Autónomos Anticapitalistas. Los profesores querían que los alumnos conocieran qué fue el movimiento de protesta pacífica en torno a la violencia. Rodríguez, durante su charla, apela a los jóvenes: deben ser ellos quienes denuncien, quienes señalen las injusticias que les rodean y quienes deben movilizarse.
A los chavales, dicen los profesores, les impactan mucho las visitas. “Cuanto más vínculo hay entre la clase y la visita, mejor”, explican. Los alumnos ven que lo que han visto en los libros y en las pantallas ocurrió de verdad a personas como ellos. Y a las víctimas, el paso por las aulas les reconforta. “Nos han escrito muchas de ellas para decirnos que en el colegio se sintieron escuchadas, sanadas y reparadas”, concluye Rivera.
src="https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/statics/js/indexacion_Trebe.js">