El 11 de marzo de 2020, la OMS declaró el coronavirus pandemia mundial. Lo que ocurrió los días y semanas posteriores fue una catástrofe nunca antes vivida: los sistemas sanitarios se vieron desbordados por una enfermedad desconocida, a la que su personal tuvo que hacer frente sin ni siquiera equipos de protección adecuados. "Aquí hay una cuestión general que tiene que ver con la mayoría de los países desarrollados, que habían asumido que, de alguna manera, las enfermedades infecto-contagiosas eran cosa del pasado y, por eso, todo el sistema se había organizado alrededor de la atención hacia enfermedades crónicas y degenerativas. Esto, a pesar de que la OMS ha venido señalando al menos en los últimos 20 años del riesgo de una pandemia a nivel de todo el planeta, por una serie de motivos que tienen que ver con el cambio climático, la globalización, la mercantilización del sistema sanitario, la industrialización de la agricultura... había bastante información sobre los riesgos que fueron desatendidos por los países desarrollados y esto ha producido un enfoque inadecuado del sistema", explica el doctor Marciano Sánchez Bayle, portavoz de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP) y coautor del libro Salud, pandemia y sistema sanitario.

Milagros García Barbero, exdirectiva de la OMS, coincide en el análisis: "La covid ha demostrado que eso sí es globalización". "Ha habido una gran disminución de los recursos de salud pública que antes se dedicaban al control de enfermedades y que en los últimos años han estado enfocados a la promoción de la salud, pensando que esto no nos iba a pasar nunca. Por lo tanto, también hay una diminución de la capacidad de atención en los laboratorios y de camas o zonas restringidas para enfermedades infecciosas", ahonda.

Ambos expertos coinciden también en señalar otra característica propia del sistema sanitario a nivel estatal como causa del agravamiento de la situación: los recortes derivados de la anterior crisis económica. "El sistema sanitario español estaba especialmente débil cuando apareció la pandemia. En España se han cerrado miles de camas hospitalarias en los últimos años y ahora estamos montando hospitales de campaña. Cuando, además, España es uno de los países donde menos camas hospitalarias por mil habitantes hay: 3,1, mientras que en la UE están en 5,4", explica el doctor Sánchez-Bayle.

"Hay que destacar la resiliencia y la capacidad de adaptación que se ha demostrado". Begoña Rueda, decana del Colegio de Psicología de Bizkaia

Falta de recursos humanos

La exdirectiva de la OMS apunta más factores: una infrautilización de los sistemas de digitalización, falta de coordinación primaria-hospitalaria y falta de recursos humanos. "Había una falta de trabajadores sanitarios porque el sistema ha ido reduciendo personal. Además, los contratos que tiene la gente joven son de tres meses, seis meses, un año, renovables por tres. Por lo tanto la gente se va fuera, aparte de que cobran tres veces más de lo que se cobra aquí", explica. "Otro punto es que ha habido un problema muy importante de rastreadores porque se han empeñado que los rastreadores tenían que ser de atención primaria. ¿Y qué pasa? Que la atención primaria está saturada haciendo llamadas de rastreo covid y los pacientes clásicos, crónicos o con enfermedades no covid no tienen atención sanitaria. Esto es un impacto muy grande", lamenta.

El doctor Sánchez-Bayle lamenta que no se aprovechara "el respiro que hubo entre la primera y la segunda ola para reforzar todos aquellos aspectos que claramente lo necesitaban". "No se reforzó la atención primaria, no se aumentaron los dispositivos de salud pública, no se les dotó de más personal, no se incrementó el número de camas hospitalarias", sostiene. "Y ha habido otro problema, que no es exactamente del sistema sanitario, pero que ha sido muy determinante: las residencias están mayoritariamente en manos del sector privado, que lo que se preocupan es de optimizar y maximizar beneficios, y eso ha favorecido que, sobre todo en la primera ola, hubiese una explosión de casos", lamenta.

A pesar de todas las dificultades, García Babero considera que los hospitales han tenido una gran capacidad de adaptación. "Esa ha sido una gran ventaja", sostiene. Y ahora en la tercera ola, el personal sanitario "La situación de base no ha cambiado mucho, el sistema sigue teniendo una gran debilidad y eso hace que se sature con gran facilidad, pero ha mejorado claramente en otros aspectos: en la primera ola no se conocía bien el manejo que había que hacer de los enfermos, por lo tanto, la mortalidad era mayor. Ahora se conoce bien cuáles son los grupos de riesgo, por ejemplo", considera el doctor Sánchez-Bayle. "Y hay algo que ha mejorado de forma muy significativa: los sistemas de protección del personal sanitario", añade.

"Ha habido una gran disminución de los recursos de salud que antes se dedicaban al control de enfermedades". Milagros García Barbero, experta en sistemas de salud y exdirectiva de la OMS

Salud Mental

La situación vivida durante este último año ha afectado especialmente a todas aquellas personas que trabajan en el sector sanitario, tanto en los hospitales con en la atención primaria. Y las secuelas psicológicas es una de las muestras más evidentes. "Es importante entender que todas las reacciones y respuestas que el personal sanitario puede tener son en el contexto de respuestas a situaciones altamente estresantes. Y llevamos un año en esta situación estresante", explica Begoña Rueda, decana del Colegio de Psicología de Bizkaia. Y la situación de estrés a la que se enfrentan se extiende también a su vida personal, porque la pandemia afecta a su vida diaria al igual que al resto de las personas.

"Habitualmente, los profesionales sanitarios podemos estar expuestos al sufrimiento de una manera continuada, pero en este caso ha sido una exposición muchísimo mayor y hasta ahora desconocida. A esas fuentes de estrés y carga emocional se une además una mayor carga asistencial, jornadas de trabajo más largas, muchos cambios en la actividad, una adaptación permanente a los protocolos. Ahora está todo más organizado, pero el personal está más cansado", asegura.

"Trabajar con una EPI toda la jornada también es una situación de estrés adicional: supone un calor, una dificultad, y la tarea asistencial se ve complicada". La salud mental de los profesionales sanitarios ha sido un foco de preocupación desde que empezaron a manifestar síntomas. "Los estudios hablan de un abanico amplio de respuesta, desde oscilaciones en el estado de ánimo, mayor irritabilidad, cansancio, dificultades de concentración, alteraciones del sueño, hasta sintomatología más molesta como ansiedad, depresión, insomnio o, en algunos casos, sintomatología compatible con estrés postraumático", apunta Rueda. Es por ello que se han movilizado recursos de apoyo. Además, "hay que destacar la gran resiliencia y la capacidad de adaptación que se ha demostrado durante estos casi doce meses".

Solos en casa

Por Fabricio de Potestad Menéndez | Médico especialista en Psiquiatra y Psicoanálisis.

UN arzobispo llamado Wulfstan dijo en un sermón pronunciado en York, en el año 1014, el mundo tiene prisa y se acerca a su fin. Hoy, salvando las distancias, es fácil sentir presagios similares, pues hay razones para pensar que vivimos un periodo crucial en lo que hace referencia a la salud y a la economía. La salud mental no es ajena al escenario social en el que irrumpe. Y en este sentido, tras casi doce meses de incertidumbre, el ser humano afronta el nuevo año con una sensación de inquietante ansiedad y miedo colectivo. Vivíamos en un mundo en el que la ciencia parecía tener todo controlado. Sin embargo, un insignificante virus ha puesto de manifiesto que no es posible, hasta el punto de que el sentimiento de fragilidad y finitud se ha acentuado perturbadoramente. Son varias las formas de desplome psicológico que han cobrado una relevancia especial en este difícil año que nos ha tocado vivir. La pandemia ha desnudado las almas y si bien ha puesto de manifiesto lo mejor del ser humano, también ha puesto en evidencia su egoísmo, su insolidaridad y su desconfianza hacia sus semejantes por temor a ser contagiado. En efecto, la amenaza viral y los frecuentes retrocesos en el control de la pandemia están ocasionando serios trastornos mentales que si no se atienden debidamente pueden tender a cronificarse.

Según un estudio de ?la Organización Mundial de la Salud, que abarca a 130 países, la pandemia de covid-19 ha causado serios efectos en la salud mental de la población general. El aislamiento social, la soledad, el duelo mal resuelto por la pérdida de familiares queridos, la incertidumbre laboral y financiera, la quiebra económica y el miedo contagiarse y a padecer la enfermedad son las causas más frecuentes del incremento de la incidencia y de la prevalencia trastornos psiquiátricos.

Tras estos diez meses de pandemia causados por la covid-19, parte de la población ha perdido la sensación de control de su estado de bienestar, lo que ha afectado directamente a su equilibrio emocional. De hecho, son muchos los trastornos causados a raíz de esta situación, como depresiones, tentativas de suicidio, ansiedad, estrés postraumático, insomnio o abuso de alcohol y drogas. En especial, aquellas personas que pertenecen a los grupos más vulnerables pueden presentar a medio o largo plazo diferentes síntomas que afectan su bienestar psíquico como son el Síndrome del confinamiento y el Síndrome de la cabaña. El primero, provocado por el aislamiento social, se caracteriza por apatía, cansancio, aburrimiento e insomnio que suele agravarse en la medida en que el confinamiento se alarga e incluso perdurar en el tiempo una vez superada la pandemia. El segundo conlleva la renuncia a salir de casa, por temor a lo que se encuentra más allá de los límites del hogar. Y el solo hecho de tener que salir para satisfacer alguna necesidad inaplazable, puede desencadenar una crisis de ansiedad.

Un reciente metaanálisis de 55 estudios publicados ha constatado un aumento de trastornos mentales, en el que se hace referencia especial al insomnio, cuya incidencia es dos veces más alta en el personal sanitario, debido a la tensión psíquica acumulada. También destaca el estudio la descompensación psiquiátrica de pacientes que han sufrido recaídas al no poder recibir asistencia presencial.

Otros datos a considerar son las secuelas psicopatológicas que padecen los que han pasado la covid-19, como trastorno de ansiedad, insomnio y alteraciones cognitivas, o el aumento del consumo de psicofármacos, que ha crecido en España un 4%. En fin, la pandemia es una forma de après-coup, traumática en sí misma, una amenaza que puede traslucir recuerdos de nuestros traumas tempranos, reactivando penosas vivencias neuróticas, además de evocar la dureza de los ingresos hospitalarios y la idea de la muerte con fin de toda posibilidad. En fin, nos queda el diván en el que poder aliviar las desazones freudianas, así como la ansiada y esperanzadora vacuna.