Saltarse el toque de queda, salir a la calle a pesar del confinamiento domiciliario, infringir el cierre perimetral para tomar el zurito en el municipio de al lado que no está en zona roja, botellones, no llevar mascarilla, el traslado de las vacunas... Da para mucho que contar cómo ha cambiado el trabajo de los agentes de Policía Local, Foral y Ertzaintza. Son esenciales para mantener una mínima normalidad en la pandemia. "Estamos muy entretenidos", dice suavizando la situación el comisario Carlos Yárnoz, responsable de la División de Prevención de la Policía Foral.

La realidad ha cambiado y hay una normativa que cumplir en la lucha contra el coronavirus. Fuentes policiales aseguran que, en general, la delincuencia ha bajado por las restricciones de horarios nocturnos y el confinamiento que impiden la movilidad de los infractores. Sin embargo, las denuncias administrativas han aumentado por el incumplimiento de las normas covid.

Teo Zuloaga, ertzaina en Donostia, recuerda que "al inicio de la pandemia teníamos incertidumbre". Como en otros sectores, había desconocimiento y falta de materiales como mascarillas, gel o EPIs, etc. Añade Yárnoz "más, teniendo en cuenta las intervenciones con pacientes psiquiátricos, atención a menores fugados, custodia de detenidos, en ocasiones positivos por coronavirus... y que las normas "son cambiantes".

A su actividad diaria se ha sumado el control en la crisis sanitaria con la vigilancia de centros hospitalarios y dar seguridad a los sanitarios y administrativos o la violencia de género. También realizan controles conjuntos patrullas de diferentes cuerpos en el traslado de vacunas. Supervisan el aforo en comercios, o en hostelería y el cumplimiento de las normas en las terrazas, controles perimetrales para evitar la movilidad interprovincial o entre municipios, control del cumplimiento del confinamientos de personas positivas en coronavirus y un largo etcétera.

Seguridad de la patrulla

Su labor conlleva riesgo de contagio. "La única forma de evitarlo es estar en tensión constante: me lavo las manos, la mascarilla, me vuelvo a lavar, me toco la cara... los guantes...", explica Yárnoz. La situación se complica cuando llevan un detenido. La tensión en el trabajo "es brutal". Y temen contagiar a la propia familia. Las nuevas cepas más virulentas son otra preocupación cuando se patrulla con un compañero en un vehículo, un espacio cerrado con poca ventilación, sin distancia entre ambos. Minimizar el riesgo pasa por "ventilar el coche bajar, no compartir boli, guardar distancia, mascarilla...", dice Zuloaga.

Yárnoz recuerda que la primera actuación relacionada con el covid fue en marzo del año pasado, en urgencias del Complejo Hospitalario de Iruñea con un paciente positivo que escupía a médicos y policías. En otras ocasiones, el control de personas que no respetan el confinamiento por covid, incluso acuden a su trabajo, se produce tras la denuncia de un vecino, un familiar, su médico o rastreadores. Las situaciones son variadas: desde viviendas particulares hasta residencias de estudiantes.

La proliferación de botellones es evidente. Son habituales las llamadas de ciudadanos a la Policía avisando de la presencia de grupos de jóvenes (a veces menores de edad), compartiendo vasos, botellas, cigarrillos, abrazos, música, y, en ocasiones, otras sustancias. Parques, pisos, casas rurales, centros comerciales, colegios mayores, garajes comunitarios... cualquier lugar es bueno para una fiesta. Pero la posibilidad de contagio a la familia o compañeros de estudios es alta. Zuloaga destaca la importancia del papel aleccionador de los padres en este sentido, y Yárnoz suma la alternativa a las sanciones económicas de servicios sociales "entre los 15 y 25 años trabajando en residencias de personas mayores o en las UCIs". Y añade que este comportamiento se extiende a gente de "de 40 o 50 años, que son los menos, pero hay". También el ertzaina opina que la situación es peor cuando "son personas mayores, de 40 años y se mofan de que hacen lo que quieren". No obstante aseguran que "el 90% de la gente cumple y es solidaria".

En cuanto a la hostelería, la situación varía por municipios. La regla general de los diferentes cuerpos policiales de la CAV y de Nafarroa es que "gran parte cumple e invierte para adaptarse, y no hay riesgo; pero otra parte pequeña no". "Que pillas un bar a las 12 de la noche con la persiana bajada y un fiestón: denunciado y cerrado", comenta un agente. "Es cuestión de responsabilidad individual, no sólo de la Policía, porque puedo evitar un botellón en la vía pública, pero no fiestas en domicilios, a no ser que me llame un vecino", es esto coinciden forales, ertzainas y municipales.

Por otro lado, el control de la violencia de género ha requerido más vigilancia ya que muchas víctimas pasan más tiempo en casa con los maltratadores.