La Sociedad Española de Neurología ha reconocido la trayectoria del Dr. Juan Carlos Gómez-Esteban con el Premio SEN Trastornos del Movimiento por su trayectoria en el ámbito neurológico. Coordinador del grupo de enfermedades neurodegenerativas en BioBizkaia y miembro del Servicio de Neurología del Hospital de Cruces, ha publicado más de 140 trabajos y ha liderado proyectos internacionales sobre la enfermedad de Parkinson.
¿Qué supone este reconocimiento?
Estoy muy ilusionado. Para mí es un orgullo que decenas de compañeros hayan decidido por unanimidad que sea yo quien reciba este reconocimiento a una labor científica, docente y profesional de más de 30 años. Es lo más grande que puedes recibir dentro de la profesión.
¿Cómo se puede saber si una persona está desarrollando la enfermedad de Parkinson?
Afortunadamente la gente está cada vez más informada, también gracias a los medios. Ya saben que hay una serie de síntomas como el temblor, la lentitud o la rigidez que orientan al diagnóstico. Pero nosotros intentamos detectar la enfermedad cuanto antes, porque el día que haya terapias que modifiquen su evolución, tendremos que aplicarlas en fases iniciales. Por eso, síntomas como la depresión, el estreñimiento, la pérdida de olfato o ciertos problemas hemodinámicos pueden ayudarnos a detectar las fases más tempranas.
"Hoy en día, la mayoría de los pacientes puede llevar una vida independiente durante mucho tiempo, gracias a las terapias que aplicamos"
¿Es posible, por tanto, anticipar la aparición de la enfermedad y actuar precozmente?
Sí, hay familias que ya están alerta porque tienen antecedentes o mutaciones genéticas, y acuden pronto a consulta. También hay trastornos del sueño y otros síntomas como la depresión o el déficit olfativo que, combinados, alertan a los pacientes. Entonces vienen a la consulta y ahí podemos empezar a indagar si estamos ante el inicio de la enfermedad.
¿Cómo afecta el párkinson a la calidad de vida de los pacientes?
Es la segunda enfermedad neurodegenerativa más frecuente tras el alzhéimer. Y según la OMS, su incidencia será muy alta en 2050. Afecta a la función motora: los pacientes están más lentos, sufren caídas, y muchos acaban siendo dependientes. Otros desarrollan problemas cognitivos. Pero la buena noticia es que en los últimos 20 o 30 años la historia natural de la enfermedad ha cambiado mucho. Hoy en día, la mayoría de los pacientes puede llevar una vida independiente durante mucho tiempo, gracias a las terapias que aplicamos.
"El sedentarismo, la exposición a tóxicos ambientales y el envejecimiento aumentan el riesgo de padecer Parkinson"
¿A qué se debe el aumento previsto de casos de párkinson?
Se debe a factores que conocemos y otros que aún no. El estilo de vida influye. El sedentarismo o la falta de ejercicio aumentan el riesgo. El envejecimiento de la población también es clave. Y luego está la exposición a tóxicos ambientales, pesticidas, metales pesados, infecciones… La genética también juega su papel. Todo esto hace que la incidencia crezca. Además, ahora diagnosticamos más que hace décadas, porque los pacientes acuden más al médico.
¿Qué avances se han producido en las últimas décadas en la lucha contra el párkinson?
Desde los años 60 contamos con medicamentos como la Levodopa, que mejoran los síntomas aunque de forma temporal. A finales del siglo XX empezamos a introducir la cirugía, también en el Hospital Universitario de Cruces, que es referencia en este tratamiento. Y en los últimos años han llegado terapias subcutáneas o intestinales, que permiten una gran estabilidad en fases avanzadas de la enfermedad.
“Esperamos que pronto haya tratamientos capaces de enlentecer o detener la enfermedad”
¿Qué perspectivas de futuro hay?
Estamos en ensayos clínicos para introducir terapias que puedan ralentizar o incluso detener la enfermedad. Ese es el objetivo. Es verdad que con el alzhéimer la experiencia ha sido poco alentadora, y en el párkinson los fármacos contra la proteína alfa-sinucleina tampoco han dado grandes resultados… pero empieza a verse algo de luz. Esperamos que en los próximos años se desarrollen tratamientos capaces de enlentecer o detener la enfermedad.
¿Cómo viven los pacientes esos avances?
Sobre todo ves la diferencia en pacientes jóvenes, de 30 o 40 años. Para ellos este diagnóstico es devastador, pero cuando podemos ofrecerles cirugía con estimuladores cerebrales que les permiten casi resetear la enfermedad y volver a una vida normal, imagínate su gratitud. Recuerdo también un paciente mayor al que operamos y cuya máxima ilusión era volver a pescar. Había perdido esa capacidad y, tras la intervención, volvió feliz porque pudo recuperar su afición. Son solo dos ejemplos, pero para un profesional, ver ese cambio y ese agradecimiento es el mayor premio posible.
¿De qué manera ayuda la tecnología en la lucha contra el párkinson?
La tecnología permite, por ejemplo, usar dispositivos tipo móvil que monitorizan la situación motora del paciente durante el día, registrando caídas y fluctuaciones. También se emplea inteligencia artificial para analizar resonancias cerebrales y mejorar el diagnóstico diferencial. En cirugía, existen implantes cerebrales con estimulación adaptativa que ajustan la intensidad según el estado del paciente. La tecnología ha avanzado mucho en diagnóstico, imagen y tratamiento, y seguirá evolucionando.
¿Está la sociedad realmente concienciada sobre enfermedades como el párkinson?
Cada vez más. Gracias a la información que llega a través de los medios, la docencia y las propias experiencias de los enfermos, los pacientes se han empoderado. Ahora son parte activa en su diagnóstico, tratamiento y seguimiento, y eso es fundamental.
“Ver a un paciente volver a pescar o caminar es el mayor premio posible para un profesional”
¿Cómo influye la participación de los pacientes en la investigación?
Es clave. Los pacientes que participan nos permite avanzar en ensayos clínicos que aportan información muy valiosa. Tal vez ellos no vean los beneficios, pero las futuras generaciones sí.
¿Es difícil conseguir apoyo para investigar sobre el párkinson?
Se están dando pasos en este sentido; cada vez se invierte más dinero. La investigación no es una inversión a corto plazo, sino a medio y largo plazo, y es fundamental para obtener resultados que beneficien a los pacientes.