La vida de la Plaza de Toros de Pamplona se concibió el día 5 de agosto de 1920. En ese día, Eustaquio Ariz Ypar, teniente de alcalde y presidente de la Comisión Municipal de Beneficencia, propuso que fuera la Casa de Misericordia la empresa constructora y propietaria del coso pamplonés. La idea estaba más apoyada en proyectos urbanísticos de la ciudad que en el mal estado de la plaza de toros de la época y una discutible necesidad de mayor aforo. Ya llevaba un tiempo aprobado el plan del arquitecto municipal Serapio Esparza para el arranque del II Ensanche, siguiendo parecidas trazas hipodámicas que las existentes desde 1860 en Barcelona y que habían sido ejecutadas por el urbanista Ildefonso Cerdá. El 29 de noviembre de 1920, festividad de San Saturnino, el obispo de la diócesis, José López-Mendoza, asistido por el clero de la parroquia de San Agustín y en presencia del ayuntamiento en pleno, procedió al acto de bendición y colocación de la primera piedra del nuevo ensanche. La ceremonia tuvo lugar en lo que hoy es la calle Juan de Labrit, cerca de donde otrora y desde siglos y hasta 1918 estuvo el portal de Tejería.

Primer encierro con toros de Vicente Martínez a su llegada a la nueva plaza. L. Rouzaut

La Plaza Nueva o también mentada como Plaza del Ensanche es la tercera de obra fija de Pamplona y quinto recinto taurino si se cuenta el antiguo uso para coso taurino de una parte de la Plaza del Castillo y el desmontable de la Plaza del Vínculo de mediados del siglo XIX. Su emplazamiento será y es el antiguo Baluarte de la Reina. En agosto de 1920 el ayuntamiento aceptaba la propuesta de la Meca para hacerse cargo de su construcción y posterior gestión. Las exigencias urbanísticas derivadas de la construcción del ensanche eran necesidades más que suficientes para construir una nueva plaza de toros. La Meca logró del ayuntamiento la cesión gratuita de los terrenos y la donación de los materiales de la plaza vieja. Ella se encargaría del derribo y de los recursos económicos necesarios a través de un empréstito, mediante la emisión de obligaciones.

En efecto, el ayuntamiento cedió poco después, a perpetuidad, 11.443 metros cuadrados de terrenos municipales de la explanada de la Media Luna, reservándose el derecho de recuperar la plaza y los terrenos si la Meca dejaba de explotarlos. En ese momento, se creó también la Junta del Patronato de la Casa de Misericordia todavía vigente. La nueva plaza se construiría a escasamente 130 metros de la vieja. Resulta muy curioso, al respecto de la petición de la cesión de los materiales de la plaza vieja, el ver hoy en día como algunas gruesas vigas de madera del entramado de chiqueros y corrales de la actual plaza son de su predecesora.

Se valoró positivamente que Francisco Urcola, arquitecto escogido, ya había llevado la dirección de obra de la Plaza de Toros de San Sebastián, El Chofre (1903-1974). Y también el proyecto, junto a Espiau y Muñoz, y promovida por Joselito el Gallo, de la Plaza Monumental de Sevilla que se inauguró en 1918 y que, a pesar de tener muy corta vida, fue el prototipo para la de Pamplona, guardando, ambas, enorme similitud. En tan sólo 18 días Urcola presentó el proyecto, recomendando que fuese construida, al igual que la de Sevilla, con hormigón armado. La elección del arquitecto no estuvo exenta de polémica, pues los agoreros lanzaron los peores presagios cuando se supo que la Monumental sevillana había sufrido dos derrumbamientos parciales.

El adjudicatario de la obra fue el contratista Rufino Martinicorena; la construcción con hormigón armado era el futuro y así lo comprendió uno de sus empleados, Félix Huarte, que con esta obra aprendió su técnica para formar más adelante, y junto a Emilio Malumbres, la empresa Huarte y Malumbres.

La nueva plaza pamplonesa se construyó en 16 meses. Antes de la inauguración, el 26 de mayo, se iniciaron las pruebas de carga con sacos de arena, con un peso muy superior a la estipulado. Fue un éxito y todas las dudas quedaron disipadas. Aún cabría seguir felicitando a Urcola y a Martinicorena porque pasados 100 años la plaza sigue gozando de buena salud.

Lo más destacado de este edificio es su portada de fino estilo clasicista. Y lo sigue siendo, si cabe más, después de la rehabilitación afrontada con muy buen resultado en 2019. Su belleza y sus valores formales y decorativos quedaron muy bien recuperados.

Primer pasillo con los toreros 'Saleri II', 'La Rosa' y Marcial Lalanda. Rouzaut

Imprevistos y cuentas

El proyecto de la nueva plaza tuvo algunos problemas cuando las necesidades olvidadas por unos y otros iban apareciendo según avanzaba la obra. Además de las exigentes pruebas de carga, la siguiente china en el zapato fue el que no se había dibujado ni presupuestado las escaleras para el acceso a la presidencia ni los accesos y acomodo de las preferentes localidades de los Casinos Principal y Eslava. Hubo que añadir, respectivamente, 2.600 y 3.445 pesetas.

Cuando se cerraron las cuentas, el 28 de febrero de 1923 la obra alcanzó la cifra de 1.388.116,17 pesetas, un 9,24% más de lo presupuestado. A todo ello hubo que añadir el costo de todos los materiales de la plaza vieja empleados para el nuevo edificio: 1.247 metros cúbicos de mampostería, 32.294 ladrillos enteros, 276.251 ladrillos medios, 5.000 tejas, 1.600 kilos de forja para barandillas y divisorias de palcos, 84 metros cúbicos de madera y 20 marcos de rejas destinados a las edificaciones adjuntas a la nueva plaza (casa del conserje, capilla, cuadra). Es curioso y hasta emotivo el reparar en elementos de la plaza vieja que aún siguen realizando su función. Llama la atención el ver desde dentro de los chiqueros alguna de las tan viejas pero fornidas vigas de la vieja plaza. Otros protagonistas del acabado del nuevo edificio fueron los pintores Félix y Jorge Arteta. Además de pintar las instalaciones regalaron un crucifijo para la capilla. Una capilla que hoy está ocupada por el cuartico de la casa de Misericordia para reunirse atender a protagonistas e invitados a los festejos taurinos. Aunque la inauguración al público fue a las 7 de la mañana con el encierro, es oportuno señalar que el día de las Vísperas, el 6 de julio de 1922, a las 12.00 horas se colocó la bandera en el mástil de la fachada de entrada y se lanzaron cohetes desde una de sus torres.

Las escuelas técnicas y revistas especializadas en arquitectura destacaron como moderno el proyecto de construcción de la plaza. La revista ilustrada Arquitectura, Ingeniería e Higiene Urbana publicó el 30 de agosto de 1921 que "para desarrollar el plan aprobado del nuevo ensanche de Pamplona era un estorbo la actual plaza de toros, habiendo decidido la Junta Municipal de Beneficencia el derribo de aquella y construcción de una nueva en el arranque de dicho ensanche y calle de la Estafeta, abriendo un empréstito para realizar las obras, que parece han sido bien acogidas por el público pamplonés". La revista editada en Madrid concluye con un "diremos sólo que Pamplona tendrá una de las mejores, si no la mejor plaza de España y que el proyecto merece una sincera felicitación a su autor, el señor Urcola, que gustosos consignamos, y que la concienzuda labor que vienen realizando los señores Mendizábal y Martinicorena, perfectamente secundados por todo el personal a sus órdenes, es garantía de que dentro de los plazos señalados quedará terminado el circo taurino".

Obras de la plaza de toros (marzo de 1921/junio de 1922) centradas en la columnata de grada. Rouzaut

El empleo en su estructura del hormigón armado convive sin aparente dificultad con su aspecto totalmente clásico, lo cual le convirtió en un magnífico exponente de cómo los nuevos materiales sirven a un lenguaje arquitectónico todavía historicista, es decir, inspirado en los estilos del pasado. La sobriedad es la nota dominante de la construcción, con escasas concesiones al ornato que se concentra en la fachada principal, resuelta a modo de un gran arco de triunfo, con un orden gigante de pilastras, galería superior y crestería de influencia plateresca. Como curiosidad, el remate conserva un escudo de Pamplona de época republicana, timbrado por corona mural que asemeja un castillo o fortaleza. Y también coronado aparece el león rampante. La paradoja de este escudo es que el coso taurino se inauguró en el periodo monárquico de Alfonso XIII, nueve años antes de la proclamación de la II República en 1931.

Todos estos maravillosos aspectos arquitectónicos quedaron con el tiempo y en buena medida ocultos por dos motivos principales: la gran talla de los árboles que la custodian y la pérdida de armonía a causa su gran ampliación en 1967, cuando todavía, con 45 años, no había llegado a la mitad de la edad centenaria que alcanza ahora. El Segundo Ensanche se fue desarrollando en los años siguientes y la Plaza de Toros no dio la espalda a la nueva ciudad, sino que se asomó a ella, marcando una interesante perspectiva con la avenida de Roncesvalles, en la que la puerta principal se convertía en el escenográfico telón de fondo. Hoy en día, los árboles que rodean el coso no permiten disfrutar de esta propuesta urbanística, aunque tras la restauración de 2019 y en invierno, al ser el arbolado de hoja caduca, la portada luce muy bien su esplendor y valor artístico. El coso taurino tuvo en origen una capacidad para 13.620 espectadores y se construyó con cemento u hormigón armado y bajo un estilo Renacimiento Español. Su gran arco de triunfo, con una galería superior y crestería, y el modo renaciente viene del estilo jónico empleado en el cuerpo principal y dórico alrededor del ruedo. El proyecto del arquitecto Urcola lo ejecutaron por contrata y unión temporal de los Hermanos Martinicorena y Antonio Mendizábal, Estos decidieron mezclar el cemento con ferralla. Y debieron acertar ya que la extraordinaria resistencia de los cimientos y de la estructura, hizo posible la gran ampliación de 1967.

Entrada a la plaza en una de las corridas de julio de 1922. Arriba, paseo y puertas de los palcos de grada.

Las primeras actuaciones de la construcción de la actual plaza comenzaron en febrero de 1921 sin haber terminado sus funciones la anterior, que ese año si dio espectáculos taurinos, cerrando sus puertas definitivamente para festejos profesionales en 11 de julio de 1921.

Del movimiento de tierras para preparar el nuevo solar se encargaron los contratistas locales Asurmendi y Cía. Todos los trabajos previos se completaron en lo que esa época se consideraba tiempo récord: poco más de un mes. Y el edificio se levantó y terminó con todas sus infraestructuras el día 9 de junio de 1922, catorce meses después de su inicio. Se trataba de otro récord, aunque la entrega se había estimado para tres semanas antes, a mediados de mayo de ese año.

La polémica sobre si la nueva plaza debía estar construida antes de derribar por completo la vieja terminó el muy caluroso día 12 de agosto de 1921, cuando un sospechoso incendio acabó con el antiguo coso. Así, durante un mes, entre mediados de julio y ese 12 de agosto, la ciudad contó con dos recintos de toros. Ambos inhábiles: el viejo por estar ya cerrado y sentenciado, aunque no derribado, y el nuevo que ya iba tomado cuerpo. Esta coexistencia quedó grabada para la historia de la ciudad con unas famosas fotografías aéreas tomadas desde un avión del ejército.

La plaza nueva la proyectó Urcola para 12.240 localidades, con el mínimo de 50 cm. por localidad previsto por el reglamento taurino de aquella época, pero, finalmente, se redujo a 45 cm. para tener una ocupación mayor. El aforo final superó los 13.000 asientos.

Ampliación de 1967

En la reforma de 1967 se quebró la gran armonía del edificio en dos. Una decisión complicada en la que prevaleció la cantidad sobre la calidad. Desde el punto de vista patrimonial fue una pérdida. Se perdió la armonía y el ritmo de que producen dos grandes circunferencias, una embutida en la otra, pero dejando al aire un amplio paseo exterior.

Las pilastras y columnas adosadas y una arquería de 60 vanos y rematada por otros tantos pináculos decorativos. Los arcos tristemente desaparecidos fueron un original y buen recurso de Urcola. Se trata de la repetición de falsos arcos, con un intradós (interior del arco), a modo de ménsulas escalonadas. Por lo menos, sí se salvaron las cuatro balaustradas circundantes, dos por el exterior y dos por el interior.