Llegaron, por fin, las fiestas de San Fermín, tras dos años de penuria pandémica, y con ellas volvió también la música en directo. Lo hizo con cierta polémica, pues meses antes de que estallase el chupinazo se anunció un macro concierto de alto nivel internacional que finalmente no se llegó a celebrar. También con novedades, como puede ser la recuperación de los conciertos en la Plaza de los Fueros durante todos los días de las fiestas, a diferencia de lo que había sucedido durante las últimas ediciones, en las que solo hubo actuaciones durante algunas noches concretas. Por supuesto, como siempre sucede, cuando se anunció el plantel de artistas contratados, hubo opiniones para todos los gustos. Mirándola objetivamente, la programación parece bastante variada y con guiños a todos los estilos. Se echa en falta, quizás, alguna propuesta que aborde los sonidos más duros (metal, heavy...), un género que tradicionalmente (y mal que les pese a su muchos adeptos) suele ser el gran olvidado de cualquier programación.

El primer concierto de las fiestas es siempre importante. Todo lo que sucede el día 6 es especial, y más en este año en el que tantas ganas acumuladas había de recuperar el tiempo y las sensaciones que el maldito virus nos robó. La responsabilidad de abrir el melón musical de este San Fermín 2022 corrió a cargo de Lola Índigo. Tras una jornada en que la lluvia había hecho acto de presencia en repetidas ocasiones, a las 23:30 el clima era apacible y el público abarrotó la plaza de los Fueros. La artista comenzó con relativa puntualidad (apenas diez minutos de retraso). En cuanto puso el pie sobre el escenario, la muchedumbre la recibió con entusiasta griterío. La puesta en escena fue de lo más efectista, con la cantante emergiendo sobre una plataforma y rodeada por seis bailarinas. La niña de la escuela fue la primera canción en sonar, y la mayor parte del público coreó su estribillo, especialmente en las primeras filas.

A la manera de tantas grandes front women, Lola se situaba al borde del escenario, donde había colocados dos grandes ventiladores que hacían volar ostensiblemente su melena. También hubo buenas coreografías a cargo de sus bailarinas, que la escoltaron con movimientos vistosos y bien ensayados. Todo esto podía apreciarse gracias a las dos grandes pantallas que flanqueaban el escenario. Y aunque este tipo de conciertos en lugares abiertos y con tanto público no son los más indicados para detenerse en los matices del sonido, este pareció aceptable, al menos desde el centro de la plaza. Es cierto que a veces resultaba difícil entender lo que decía cuando hablaba entre canción y canción, aunque estas percepciones seguramente variarían en función del lugar desde que se estuviera presenciando la actuación.

Cash tuvo guitarra flamenca y Romeo y Julieta aromas árabes y morunos. Todo ello mezclado con lo que ella hace, claro, que es eso que llaman música urbana, a veces tirando hacia el rap, a veces hacia el pop y casi siempre hacia los ritmos reguetoneros, manteniendo en todo momento las coordenadas sonoras y estéticas propias de este tipo de artistas. Hubo también ganas de interactuar con el público (pidió que le hicieran llegar un pañuelo que una joven seguidora le ofrecía) y mensajes “comprometidos” (contra la ansiedad que pueden provocar las redes sociales, el machismo, la homofobia…).

El momento de tensión llegó en un intermedio, cuando las bailarinas estaban con uno de sus números y algún energúmeno arrojó una botella al escenario, actitud que fue airadamente afeada por Lola. Después, volvió el buen ambiente, el baile y los cánticos con La tirita, Las solteras y Humedad, tema que se estrena hoy en plataformas digitales y que cantó a dúo con Saiko, y, muy especialmente, con Ya no quiero na’. Esto no ha hecho más que empezar y veremos cómo se desarrolla el resto de actuaciones, pero de momento, en la primera noche, Lola Índigo cumplió con éxito su cometido, con un espectáculo ameno y que demostró tener tirón popular.