• Divisa. En provincias verde y grana, en Madrid verde y negra.
  • Señal. Hendido y muesca en la izquierda y despuntada con golpe en la derecha.
  • Antigüedad. 30 de abril de 1849.
  • Finca. Zahariche, Lora del Río (Sevilla).
  • Propietario. Hnos. Miura Martínez.
  • Representante. Eduardo Miura Martínez.

65 años cumple esta ganadería en la Vieja Iruña. Toda una vida de generaciones de Miuras siendo protagonistas en su Sevilla natal, y en su segunda casa, porque este apellido forma parte de Pamplona más que muchos de los aquí nacidos. Comentando entre, se supone, buenos aficionados tal celebración aún me saltaron aquello de a ver si se jubilan y dejan sitio para otros.

Estas perlas, entre bravuconería y disparate, sólo puede darse desde la mayor charlatanería barata con que mucha gente, esa misma que luego se ceban con las figuras y sus toritos preparados, dicen para hacerse algo más que importantes, conocedores de esto del ganado de lidia. Y no se dan cuenta que, más bien al contrario, no dejan de hacer el más espantoso de los ridículos.

No quiero pensar qué harían si en sus manos estuviere el tema de visitar, seleccionar y contratar las ocho corridas para la Feria del Toro. Cierto es que la corrida del pasado ciclo tuvo la desgracia de contar con un solo matador, y que, por momentos rozó la hilaridad, sobre todo en el instante que el ibicenco de Extremadura se colocó la mona y salió a picar uno de los miuras.

Tampoco fue su mejor día con el resto. Pero no creo que sea la responsabilidad de la ganadería más mítica de las que existen en el planeta toros. Camino de sus doscientos años de historia, con las hermosas praderas de Zahariche con la única labranza de los toros de saca deben ser de lo más fértil de Europa. Y sin embargo el esfuerzo de una familia recia, adusta y dura como sus bureles ha aportado a la historia de la Tauromaquia un animal único y exclusivo, que generación tras generación de esfuerzo y lucha apenas ha variado en su fenotipo ni en sus comportamientos, siempre aleatorios, impredecibles.

Un bicho al que no se le puede perder la cara, que aprende a cada instante y al primer agujero de luz que deje el diestro con su pañosa se revuelve hacia el bulto y termina por coger, y por desgracia, por matar, como así lo ha hecho en demasiadas ocasiones de su larga presencia. Y eso es la leyenda. Y como tal, Miura y Pamplona siempre uno.