Cuarto encierro de San Fermín con Fuente Ymbro: Qué encierro más bonito, por Patxi Barragán
¿Os ha parecido otro encierro rapidísimo con pocas cosas que contar, como ya viene siendo habitual? Pues sin embargo, a mi, me ha parecido el mejor.
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Os cuento.
Resulta que, a la vez que iba yo por el pasillo de mi casa directo al salón para encender la tele y ver la cuarta carrera matinal, entraba por la puerta mi hijica (para mí, siempre será una niña, aunque ya tenga un máster de Psicología debajo del brazo). Si, esa que la tarde-noche anterior salió de casa impecablemente vestida de blanco nuclear con toques rojos y que regresaba justo ahora con las zapatillas más negras que el sobaco de un grillo y la voz cascada, seguramente por tomar algo demasiado frío. O por el aire acondicionado de los bares. No lo sé. Pero vamos, todo dentro de ese lógico desorden de horarios caóticos que tienen los sanfermines en los que ,llegan a casa y se meten en la cama a la hora en la que otros los levantamos, se despiertan para comer a media tarde, aprovechan también para desayunar y, acto seguido, se vuelven a la cama para coger fuerzas de cara a otra noche que presumen será nuevamente memorable.
-Me quedo a ver el encierro contigo y luego me voy a la cama, me ha dicho.
Total, que allí, los dos sentados en el sofá, no habían llegado los toricos con Judío, el castaño de 590 kilos por delante, a la hornacina de San Fermín y mientras yo le decía que me daba la impresión de que iban a ir a la velocidad del AVE, ella ha apoyado su cabeza en mi hombro y se ha quedado profundamente dormida.
¡Bua chaval!, ¡qué sensación! Ni me acuerdo de cuando fue la última vez que me pasó algo parecido. Igual algún día viendo Dora la Exploradora o Dartacán y los tres mosqueperros en aquella infancia en la que madrugaba tanto que estaba despierta antes de que el gallo se aclarase la garganta para empezar a cantar.
Ni cuando ese Judío se ha dedicado a hacer judiadas, levantando de forma sucesiva a un corredor delante del Churrero de Lerín y , acto seguido, a otros dos más al lado de la Cuchillería Gómez me atreví a moverme. Una respiración ligeramente alterada y nada más, no vaya a ser que se despierte y cambie de postura. Ella estaba encantada y yo, ni os lo imagináis.
Al final, cuando los fuenteymbros pisaban el albero pamplonés dejando a su paso un reguero de sustos, revolcones y gritos en los balcones (sin haberlo deseado, me ha salido un pareado) y en mi cronómetro pasaban menos de 140 segundos desde el primer petardazo ha abierto ligeramente un ojo y en un susurro ha comentado:
-Seguro que ha sido igual que todos los demás días. No sé para que los ves si nunca pasa nada. Si eso, mañana traído uno churros y desayunamos juntos en lugar de ver el encierro.
A mí me dan igual los churros y el encierro. Si vuelve a dormirse en mi regazo como cuando veíamos Dora la Exploradora o Dartacán y los tres mosqueperros, firmo ahora mismo.
¡Que encierro más bonito!