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Viaje a los toros de Pamplona

José Escolar | Un hombre y su toro

Viajamos hasta Lanzahita con la esperanza de ver una camada que deslumbre, asuste y guste a la vez

José Escolar | Un hombre y su toro

Hemos pasado unos cuantos días por la provincia de Cádiz. Para mí la más hermosa de España y Portugal. Aprovechamos el viaje para visitar a amigos, ver otras ganaderías, que nunca está de más, y pulsar cómo se encuentra la situación del toro. Comidas y cenas nos dan horas para charlar sobre ello. Y, por supuesto, seguir aprendiendo. Por eso, cuando toca recoger los bártulos y ponerse en marcha, península hacia arriba, nos da la sensación de que el viaje se ha terminado. Y aún quedan tres casas por visitar. Muy temprano, sabedores que el puente del V Centenario está en obras y tendremos retenciones, nos despedimos de la buena gente que nos mima en el Sherry Park, y salimos por Jerez Norte.

Atrás quedan muchos grandes momentos, y vamos charlando de los ricos sabores que, Paca en La Espartería, o Fermín en El Bichero, nos han enriquecido. Las ventas que nos acogen como si fuéramos familia, y toda la gran hospitalidad de esta increíble Andalucía y sus gentes nos renuevan el espíritu. Y sin perder el humor nos encaminamos hacia Lanzahita, que son horas de viaje por delante, y habrá que comer algo antes de entrar a primera hora de la tarde a Montevaldetiétar. Toca ir a encontrarnos con esos cárdenos espectaculares que José y su gente cuidan como sus seres más queridos.

Más de cuarenta años, y este viejo criador continúa en la lucha, un poco desigual respecto a lo que reciben hoy en día los públicos mayoritarios, pero, no por ello, sigue sin ceder un ápice de lo que debe ser un toro según su criterio. Y no es sencillo con el encaste que tiene, algo denostado y poco deseado por el taurineo en general. Pero que gusta a un sector del aficionado. Y en tierras como la navarra, aún más. Ya, sin perdernos por la pista, bajamos del pueblo avileño y entramos en la finca. La tarde es luminosa. Otra luz. Pero hace muy buena tarde. Quedé con El Fundi que nos esperaría Ángel, el mayoral, para atendernos. Y así es. El buen vaquero ya está con el todoterreno preparado para que buceemos por la ganadería, que ya tiene unos cuantos festejos antes de que lleguen por San Fermín.

Por supuesto, Madrid por delante, no en vano Las Ventas es la plaza de esta casa. Aunque Pamplona está cogiendo su espacio, que ya son buenos años los que aquí vienen. Y si son como el último, muchos seguirán siendo. Aunque eso suele ser tabú comentarlo en el campo. Pero algunos creemos, y por supuesto el ganadero y su gente también, que debía haber caído algún premio en el sexteto del pasado ciclo.

Y sobre la forma de entender los toros hoy en día va la tranquila charla entre cercados, donde tanto al mayoral como a nosotros nos queda claro el toro que este hombre cría y defiende a capa y espada allá donde vaya. Sin mucho paseo intermedio llegamos enseguida al corral principal de la manada de salida de este año. Algo más de una treintena de toros nos esperan, y hay que empezar por aquí antes de que el sol se esconda entre las sierras circundantes. Conocen el coche, la voz de quien lo maneja, y él sabe rápido donde se ubican unos toros y otros. La mayoría cárdenos, más claros o más oscuros, un trío de negros son la nota discordante, como sólo ocurre en determinados encastes. Y este es uno de ellos. Ángel nos va describiendo los lotes que van a una u otra plaza, y nos cuenta que la de Pamplona tiene separados más cuatreños que cinqueños, y uno a uno nos va dando los números y vamos colocándonos delante de cada cual.

En dos corrales vemos una posible docena, donde uno de los negros que veíamos al principio está entre los seleccionados por los veedores, que una vez más encuentran un conjunto armónico al tipo que exigimos en nuestra feria, y bastante descarado de cuernas. Esto último hace que se distingan más sencillamente los que a nosotros nos ocupan. Porque ver, vemos todos, y si hay vacas y sus crías, añojos o erales también nos encanta repasarlos, ya que a esas edades uno ya va formándose opinión de dónde pueden acabar cada uno en un futuro, pero poder ver el final de todo eso, el toro espectacular que la Feria del Toro demanda y hacerlo en el campo, entre sus hermanos que irán a otros lares, no tiene precio. Y allí van quedándose uno a uno esperando el click de la cámara.

Sol de tarde, luz crepuscular, ausencia de viento y una buena temperatura hace que estén muy tranquilos, lo cual facilita la labor que estamos llevando a cabo. Además, hace que seamos más rápidos y molestemos menos al animal en sí que si un mal día nos hubiese tocado, como otras veces ha sucedido. Damos por finalizado el chequeo. Al criador de Fuenlabrada no le hace mucha gracia que personal ajeno como nosotros deambulemos entre sus criaturas, más porque son impredecibles que por otra cosa. Y lo entendemos, por lo cual, agradeciendo con unos presentes a Ángel la hora larga que nos ha dedicado entre estas tapias, salimos de esta casa.

El día de viaje no ha terminado. Aún nos queda pasar por Madrid camino de la sierra, y eso de viajar por tres o cuatro carriles nos pone más nerviosos que ir por carreteras de montaña, y lo que ‘el tontón’ marca como menos de dos horas, conforme pasamos por ese hormiguero gigante con cientos de vías llenas, alarga el tiempo y la noche se apodera del entorno. Hemos quedado a cenar en San Agustín de Guadalix con Pablo del Río. Mañana visitaremos su casa, y después de tantos kilómetros ya estamos cansados. Hemos visto cientos de animales bravos, y es momento de charlar en ese trayecto con el veedor de la Casa y comentarle nuestras buenas impresiones de lo visto hasta el momento. La tarea, que es buena sin duda, está hecha. Ahora toca ver qué tiene cada uno dentro el día de julio que les toque demostrar su raza. Se lo contaremos.