“Ama, ¿me atas el pañuelico en la muñeca?”. Es la frase con la que comenzó la mañana de este domingo de muchos pamploneses como Endika. Después de elegir la ropa blanca a la que menos aprecio tiene –a sabiendas de que, cuando llegase a casa, sería de todo menos blanca–, Endika ultimó detalles: se puso la faja y le pidió a su madre que le atase el pañuelo a la muñeca. “A mí se me complica lo de ponérmelo solo”, confesaba entre risas. David, su amigo, lamentó que los tiempos han cambiado para la cuadrilla: “Este año no hemos podido venir todos porque algunos trabajan. Es una pena, porque antes era la excusa para vernos todos, sí o sí, al menos una vez al año”. No obstante, quienes pudieron burlar la vida adulta, a primera hora de la mañana estaban disfrutando de un buen plato de huevos, jamón y chistorra, acompañados de un kalimotxo. “El desayuno de los campeones”, bromeó Amaia, otra amiga.

La Plaza del Castillo es el lugar que eligieron para vivir este año el “momentazo” de San Fermín. “Hace unos meses me operé la rodilla y no me siento seguro como para entrar en la plaza del Ayuntamiento”, revelaba Endika. Sin embargo, en absoluto parecía apenar a nadie de su cuadrilla ver el Chupinazo desde allí: “Es domingo e iba a haber demasiada gente como para ir al Ayuntamiento… De todas formas, hemos venido aquí otros años y también es un juergón”. Y en efecto.

Se acercan las 12

Cada vez quedan menos camisetas limpias entre la multitud. La sangría ha tomado el control. La bebida que quedaba al fondo de los vasos y las botellas vuela por los aires. Los más privilegiados disfrutan del espectáculo desde los balcones; los mas valientes, desde el campo de guerra en el que se ha convertido la plaza. Los pañuelos apuntan al cielo, rodeados de miradas cómplices entre amigos que saben los días de euforia que se avecinan.

Endika, Amaia y David contaron emocionados que son unos minutos que “les ponen los pelos de punta todos los años”. Para Paola y Nuria, dos amigas de 22 años de Salamanca y Miranda de Ebro que debutan en los Sanfermines, la ilusión fue todavía mayor. “Nos hemos llenado de vino todo el pelo, la ropa, el cuerpo... Pero da igual, porque ha sido una experiencia increíble”, relataba Nuria. Ellas vienen por recomendación de una amiga de Pamplona y tienen claro que quieren vivir la fiesta como unas pamplonesas más. “Vamos a seguir a las charangas e ir a las peñas para ver cómo son los Sanfermines para la gente de aquí”, explicaba Paola.

Merche y Alfonso, de 68 años, también vivieron el Chupinazo en la Plaza del Castillo, pero desde una perspectiva distinta. “Nosotros ya estamos mayores para meternos ahí con los chavales”, decían. Aun así, en su mirada se podía apreciar cierta nostalgia y unas ganas reprimidas de volver a formar parte de esa marea llena de todo tipo de bebidas que tendrá a la lavadora trabajando de manera frenética los próximos ocho días.

La euforia de los minutos más intensos de los Sanfermines fue calmándose y la plaza se fue, muy poco a poco, vaciando. Mientras todos y todas intentaban huir de la aglomeración, tratando de no separarse de sus grupos al atravesar los tapones que dificultaban la salida, la gente de los balcones se puso en marcha con su misión: el agua. Cubos, mangueras, vasos, botellas e incluso paragüeros. Cualquier objeto sirve para refrescar a los valientes que salen de la plaza e intentar limpiar, aunque sea un poco, sus ropas. Inauguradas las fiestas, los grupos se reunieron en los lugares que habían establecido como puntos de encuentro, las familias aprovecharon para dar un respiro a los padres que han sujetado a sus hijos sobre los hombros durante todo el Chupinazo y la ciudad hace un amago —muy equivocado— de calmarse, pareciendo haber olvidado lo más importante: los Sanfermines han empezado.