SI la ventana del fondo de ese largo pasillo de la cuarta planta del Hospital Virgen del Camino hablara... Hace tiempo que se ha convertido en un punto de encuentro en el que convergen muchos sentimientos. Ahí se llora, se habla; se ve caer la noche, se ve el miedo, se encuentra la luz y la esperanza... Una ventana que se abre y se cierra. Sobre todo lo saben las madres de niños con cáncer, ellas, sobre todo ellas, que son las que comparten esos momentos de mayor dolor. "Hay momentos en que ves reflejado en otras madres lo que te pasa". Camino Berástegui se ha liberado desde que abrió su caja de los truenos. "Al principio no quería que me hablasen, si me hablaban mal, y si no me hablaban peor... En el hospital, compartir las vivencias y emociones con Patricia la psicóloga y el resto de padre fue muy liberador", destaca Camino que ha dejado de trabajar para ser "enfermera".
Todo empezó un día en el que Mikel Murguiondo tuvo unas décimas de fiebre. "El día 24 ingresamos. Por la mañana había estado jugando al fútbol, además tenía apetito, dormía bien... Fue una fiebre repentina, tampoco muy elevada, le hicieron pruebas y empezaron a descartar cosas, y a los cuatro días se metieron por dentro y vieron el linfoma en el mediastino. En una radiografía observaron que tenía un derrame de pleura y ahí salió todo", explica. "Al principio es un batacazo y luego agarras al toro por los cuernos porque no te queda otra...", admite.
El 24 de julio comenzó el vía crucis. "Ingresamos un viernes y el miércoles nos dijeron que tenía una masa. El lunes empezaron más pruebas y el miércoles teníamos una masa sin apellidos hasta que llegaron los análisis de hepatología...".
Recuerda con nitidez el momento en el que el doctor Javier Molina entró en la habitación para darles el diagnóstico tras una biopsia y marcando con la mano la V de victoria. "Aquello me alivió porque ellos te dicen que tiene mejor diagnóstico. Yo dije que me había tocado la lotería porque sabía que esta enfermedad tenía curación mientras que si te toca la otra, ya no hay nada que hacer", subraya.
Han pasado siete meses desde aquello. "El otro día me decía Mikel que este año vamos a hacer una fiesta, en Irache, en el pueblo, con cohetes y música". A Mikel le queda el último ciclo de quimioterapia que comenzó en verano pero se muestra contento. "Sabe que cuando va al médico sube a la quinta que es hospital de día: es llegar, tratamiento y a casa. Con tal de no volver a la cuarta planta es feliz porque eso significa ingreso, dormir allí y la fase más dura...", narra.
Con 8 años ¿cómo se asimila la enfermedad? "Mikel hasta ahora no ha sabido mucho lo que estaba viviendo. De hecho, estaba encantado de tener una neumonía con derrame de pleura, que es lo que le contó el doctor Molina. Ahora que ha conocido más te dice: es que yo pensaba que tenía una enfermedad normal", explica. "Y es normal hijo, sólo que es una patología un poco más larga", le respondo. "Como le decía Patricia, en el mar hay muchos peces pero la anchoa no es igual que el tiburón". Porque cánceres -una palabra que no les gusta- hay muchos pero son todos distintos, añade. Uno de los pilares básicos en esta lucha es el apoyo médico. Todos los niños enfermos de cáncer adoran al doctor Javier Molina. "Es pura psicología, la forma en la que les trata, les vacila... y no lo tienen como la figura clásica del médico que les va a hacer daño. Todos los críos que están saliendo adelante, nada más entrar en la consulta lo primero que hacen es darle un beso. Hay mucho cariño", abunda.
Podría parecer que por ser pequeños son más vulnerables ante un diagnóstico tan duro pero no es así. "Mikel lleva mejor que nosotros la enfermedad. Demuestra una fuerza increíble y su actitud vital es una lección cada día", asegura. No hay más que verlo jugar con la videoconsola o abrazar a su madre para hacerse la foto del reportaje con una sonrisa desarmante para saber que es cierto. "Cuando él está bien, todos los demás están bien. Cuando está con fiebre, con vómitos... nos toca a todos". "Estuvo una temporada un poco más bajo y apático por los tratamientos, pero lo que sí nota ahora es el cansancio. Su cabeza es la misma que antes pero el cuerpo no le sigue, no puede jugar al fútbol porque se cansa...", afirma.
En la familia no todos lo llevan igual. Una hermana de Mikel con 13 años ha necesitado apoyo psicológico. "El verano ha sido muy duro, yo pensaba que no iba a poder centrarse ni en los estudios, y sin embargo esta primera evaluación la ha sacado estupendamente. Lo que ocurre es que se ha puesto un caparazón y ahí está protegida. Saco el tema y escapa". "Sufren mucho porque al final te centras en el enfermo y al que tienes alrededor se deja un poquito de lado", matiza Merche. Hasta que no termine el tratamiento la vida de Mikel va a ser diferente. Este curso tiene profesora en casa y hace "lo que puede". No hay ninguna prisa, lo importante es lo importante. Y le cuesta concentrarse... "Lo que necesitan es hacer una vida lo más normal posible. Estar con sus amigos, jugar al fútbol...", admite. "A veces vienen sus amigos a verle pero si está con mascarilla porque está bajo de leucocitos no quiere". Eso sí ya empieza a hacer planes. Agosto fue el "largo ingreso; además, con el Port-a-Cath para poder cogerle las vías no podía bañarse". Y como cualquier niño quiere jugar, quiere vivir.