octubre de 1929. Noáin y su campo de aviación son ya un lugar de referencia para las aeronaves que cruzan el cielo navarro. Allí aterrizó en 1921 un Bristol de 250 HP; tomó tierra también el mayor Havilland con su aeroplano; lo usó de emergencia en 1924 el teniente Martínez cuando regresaba de París a Madrid; llegaron procedentes de Getafe el capitán Sanz y el teniente Huarte Mendicoa en 1928 para realizar un estudio topográfico; hicieron escala, en mayo de 1929, procedentes de Londres, Ruiz de Alda, Ansaldo, duque de Estremera, y Pardo Prieto después de adquirir en Inglaterra aparatos para la Compañía Española de Fotogrametría...

Braulio Cascante Araya, el dinámico hombre de negocios de Noáin que había asistido a través de la prensa, desde la primavera de 1910, a los primeros balbuceos de la aviación en Navarra, relataba a los pilotos Pascual y Entrena estos y otros pormenores que -por el interés propio y por la cercanía de su vivienda al campo de aviación- había vivido en primera persona. Pascual y Entrena, invitados especiales a la fiesta que el comerciante organizó en su casa, llevaban a cabo aquellos días de octubre estudios aerométricos en el aeródromo porque ya comenzaba a tomar cuerpo el proyecto de construir un aeropuerto en lo que diecinueve años atrás, en 1910, era un soto, el de Santa Elena, entre Noáin y Esquíroz.

"¿Por qué eligieron este lugar para instalar un campo de aviación?", interrogó a Cascante uno de los invitados. La explicación no era breve, así que el comerciante pidió a los pilotos que tomaran asiento e inició un relato que a sus 67 años le complacía rememorar. "Un día vino a verme mi amigo Lucio Arrieta…", se arrancó.

los colaboradores

Arrieta y Aldaz

Lucio Arrieta era en marzo de 1910 un inquieto joven pamplonés de 25 años que ya manifestaba su inclinación por las innovaciones tecnológicas, entre las que la naciente aviación asomaba como una de las más atractivas. Arrieta y Martín Aldaz (pamplonés amigo de Leonce Garnier por su afición compartida a los automóviles y las carreras) trataron de facilitar toda la infraestructura que permitiera al francés residente en San Sebastián elevar a Pamplona al primer rango de ciudades en las que se había llevado a buen fin el vuelo de un monoplano. Los terrenos elegidos en el soto de Aizoáin -lugar en el que las tropas de la guarnición practicaban los ejercicios de instrucción- presentaban, sin embargo, un problema: el suelo estaba muy bacheado.

La prensa reclamó ayuda al Ayuntamiento para parchear el suelo e iniciar la construcción de un hangar. La respuesta fue positiva por parte del Consistorio, pero con los días no pasó de las buenas intenciones y de la licitación de la construcción del cobertizo para el aparato. El 13 de marzo comenzó el carpintero Santiago Navaz las obras de la edificación que debía resguardar al aeroplano bajo unos embreados toldos de dos galeras. Sin embargo, iniciar los trabajos y caer pozales de agua del cielo fue todo uno.

El día 18 de marzo Garnier pisaba Pamplona. El monoplano Bleriot con motor de tres cilindros, 7,5 metros de largo, 8 de envergadura y 25-30 caballos, llegó desprovisto de alas porque era imposible transportarlo íntegro. El hangar no estaba concluido y los baches poblaban el soto. Además, una intensa nevada dio la bienvenida al aventurero francés. El tiempo jugaba declaradamente en contra.

Numerosos curiosos se acercaban aquellos días de Semana Santa hasta Aizoáin para observar los progresos de Garnier y contemplar aquel ingenio mecánico que, según anunciaban en los periódicos, iba a elevarse a la carrera y sostenerse después en el aire.

Braulio Cascante hizo entonces un alto en la narración; abrió el cajón de un escritorio y entre varios recortes amarillentos seleccionó uno de El Eco de fecha 23 de marzo de 1910. Tosió y leyó modulando la voz como un sacerdote que predicara desde el púlpito:

"Es como un pájaro grande y mecánico; como el esqueleto asombroso de una de esas aves enormes cuya osamenta encerrada en una vitrina de gabinete de Historia Natural, tantas cosas nos dice de la ciencia y de los sabios como de los anchos espacios y del vuelo de las águilas calladas y dilatado y del vuelo del jilguero grácil y tembloroso".

la incógnita

¿Voló o no voló Garnier?

Cascante rememoraba con los ojos brillantes aquel peregrinar de gentes que en landeaux (carruaje tirado por caballos), automóviles o carros invadían el soto con un anhelo desenfrenado que metía presión a Garnier. Por fin, la víspera de Jueves Santo, el 23 de marzo, y cuando apenas unas decenas de personas esperaban a pie de campo a que frenara la fuerza del viento, Garnier aprovechó una tregua para subir al monoplano. El motor comenzó a rugir; quienes estaban aún cerca del soto dieron media vuelta y todavía acertaron a ver cómo la máquina hacía un tímido intento por despegar del suelo hasta que, no podía ser de otra manera, se sumergió en uno de los hoyos que minaban el terreno, rompiendo el eje de una rueda y la abrazadera de la horquilla. Un desastre.

"Pero ¿voló o no voló Garnier?", interrumpieron sus contertulios a Cascante, enredado en detalles como la presencia del obispo López Mendoza en el improvisado campo de aviación, las placas que realizó el fotógrafo Emilio Pliego, las críticas por la desidia del ayuntamiento para acondicionar el terreno… "¿Voló o no voló Garnier, señor Cascante?", apremiaron los invitados.

Las versiones de los testigos sólo invitan a suponer que el monoplano saltó sobre el terreno. El Eco escribió que en la maniobra "se elevo una de las veces"; "el monoplano voló algo", aportó Diario de Navarra; "el monoplano rodó unos 300 metros, elevándose un momento..", apreció El Pensamiento Navarro. Nadie de los presentes en Aizoáin parecía tener la sensación de haber asistido a un vuelo en toda regla como los de Mamet el 11 de febrero en Barcelona o el que ese mismo día 23 llevó a cabo el francés en Madrid. La expectación dio paso a la decepción con la misma velocidad que los últimos curiosos abandonaban el lugar. El día 31 la prensa anunciaba que Garnier "había recusado" el campo de Aizoain.

el cambio

Será cerca de Noáin

La fiesta seguía en la casa de Cascante con el gramófono atronando. A los pilotos Pascual y Entrena les apetecía un poco más de diversión y algo menos de conversación después de días de trabajo. "¿Y cómo llegó Garnier a Noáin?", apuraron los contertulios. "Como decía, un día vino a verme mi amigo Lucio Arrieta…".

Arrieta no estaba dispuesto a abandonar a Garnier. El aeroplano, con unas reparaciones, estaría dispuesto para intentar volar en pocos días. Faltaba localizar un suelo liso en espacio abierto. Fue en ese momento cuando Cascante hizo su aportación a la carrera aeronáutica hasta la que en esas fechas de primeros de abril de 1910 había asistido como curioso lector. Arrieta y él visionaron el soto de Beriain y el de Santa Elena, entre Noáin, Esquíroz y Cordovilla. Descartaron el primero por su lejanía de Pamplona y del segundo les convenció que el suelo era como una alfombra de hierba. Pero aún y todo, el campo era de difícil acceso para el público que quisiera acercarse desde Pamplona. Difícil pero nada que Cascante no pudiera arreglar con su espíritu emprendedor, unas carretas de tierra y unos operarios. Definitivo, seria cerca de Noáin y Cascante lo podría ver desde la puerta de su casa, algo que no llegó a sospechar cuando dos meses atrás leía en ABC los preparativos de la Semana de la aviación en San Sebastián y el nombre de Garnier.

"Bueno, don Braulio. Usted ayudó mucho a Garnier para que decidiera volar en Navarra y no en otro lugar, pero ¿ha tenido usted ocasión de subir a un aeroplano?", le interrogó uno de los pilotos.

Alguna vez Cascante se preguntaba qué sentirían esos hombres flotando sobre el aire; guardaba emocionado la imagen de cuando en 1912, en el festival aéreo con motivo del aniversario de la batalla de las Navas de Tolosa, Garnier ( "su amigo Garnier", resaltaron los periódicos de la fecha) se alejó de Pamplona rumbo a Noáin para saludarle desde el aire. Pero él nunca había tenido la oportunidad de sentirse un piloto. "No; nunca he volado", respondió de forma lacónica. "Pues mañana tendrá su bautizo de aire", le espetó uno de los pilotos. Y así fue como Cascante, 19 años después de colaborar en el primer vuelo en cielo navarro, emuló a lomos de un Avillant de 100 caballos a su amigo Garnier. Aquella primera vez el 15 de abril de 1910...