ABRIL de 2010. El frontal del panteón de la familia Cascante en el cementerio viejo de Noáin mira-como la mayoría de las lapidas de piedra o hierro que aún resisten en pie el paso del tiempo y el ataque de las hierbas- al norte, a la antigua iglesia… y hacia el horizonte donde aterrizan y despegan diariamente los aviones. Los restos de Braulio Cascante, activo comerciante de la localidad a principios de siglo y colaborador eficaz en los primeros vuelos realizados en Navarra, reposan allí desde julio de 1930, después de que las graves heridas sufridas tras ser atropellado en la puerta de su casa por un auto de línea de la compañía El Arga le provocaran la muerte. Él, que con tanta inquietud siguió las aventuras de su amigo el aviador Leonce Garnier; él que le había atendido y dado cama cuando el francés salvó la vida al caer con su aeroplano en Noáin en mayo de 1910 y sufrir una fractura en una pierna; él que respiraba cada vez que recibía noticias de que el piloto seguía vivo después de nuevas operaciones de combate aéreo en la primera Guerra Mundial; él que siempre estuvo atento a los progresos del siglo XX fue una víctima de esos avances mecánicos.

Pero en abril de 1910 no circulaban autos de línea y desplazarse de Pamplona a Noáin y de allí al soto de Santa Elena o llegar al lugar cruzando por las Abejeras, resultaba largo y tortuoso. Siempre quedaba el recurso del tren; de Pamplona al apeadero de Noáin eran 20 minutos de tránsito, y luego otros quince minutos caminando hasta el aeródromo, "a paso de señora", según la escala métrica de un periodista de aquel tiempo.

el acontecimiento

"...y echó a volar"

El fracaso de las pruebas realizadas en el soto de Aizoáin no enfrío a los pamploneses, que ardían en deseos de asistir al primer vuelo en cielo navarro. Así que atendiendo a las peticiones de su amigo Lucio Arrieta, Cascante acondicionó 500 metros de camino que separaban Noáin del paraje en donde iba a intentar volar Garnier con su aeroplano, reparado después del accidente sufrido el 23 de marzo en Aizoáin y que le decidió a cambiar de escenario.

El viernes 15 de abril, acompañado de su cuñado y mecánico Jean Somet, y del círculo de pamploneses más próximos del que formaban parte habitualmente, además de los hermanos Lucio y Pedro Arrieta, Martín Aldaz, Manuel Ferrer, Ángel Ares de Parga y Marino Ciga, entre otros, acudió a primera hora de la mañana al soto esperando una tregua del viento. Alrededor de las ocho se hizo la calma, Garnier sacó el avión del hangar -que había sido trasladado de Aizoain-, arrancó el motor y tomó impulso. "... y echó a volar", resumió en cuatro palabras el cronista de Diario de Navarra. "El vuelo lo realizó a una altura de ocho o diez metros, y recorrió una distancia de 200 metros, dando vueltas, siempre volando, al extremo del soto".

Después de un mes de pruebas e intentos, Garnier ya podía afirmar que era un aviador. Sin embargo, cuando regresaba al hangar, a una distancia de unos 40 metros, el viento arreció de repente y una fuerte ráfaga derribó el monoplano provocando que diera una vuelta de campana. Garnier quedó atrapado debajo del fuselaje. La reciente tragedia de Le Blon en San Sebastián puso un nudo en la garganta de los presente. Pero Garnier estaba vivo; los hematomas los recibió como medallas. Los desperfectos en el aparato, sin embargo, eran de consideración. Sólo el motor resistió de una pieza. La cuantía estimada de los desperfectos ascendía a 5.000 pesetas. Garnier se despidió de sus colaboradores y regresó a San Sebastian.

los accidentes

Un aviador con fortuna

El francés volvió el 19 de mayo y a la vista del desenvolvimiento adquirido con su aeroplano parecía que en lugar de un mes hubiera pasado un año. El monoplano dio vuelta a todo el aeródromo varias veces a una altura estimada de 80 metros, según los presentes, y aterrizó sin incidencias. Repitió la experiencia el 20, pero a menor altura. Sin embargo, Garnier se rompió el peroné al bajarse del avión. Lucio Arrieta cargo con él y por el camino que había preparado Braulio Cascante llegó hasta la casa de éste en las Ventas de Noáin, donde el comerciante le prestó los primeros auxilios.

Regresó el francés el 27 de junio para preparar las pruebas de San Fermín y sufrió otro accidente al caer desde una altura importante. El ingenio quedó destrozado y acarreó la suspensión de la anhelada semana de aviación.

Garnier sobrevivió a estas primeras caídas, a la que sufrió en Gijón en septiembre del mismo año al chocar contra un árbol, a una guerra... Murió a los 82 años. Su amigo Cascante no tuvo tanta suerte y le sorprendió un final trágico con 68 años.

epílogo

Necrológica

A Braulio Cascante le hubiera complacido la última exhibición aérea de la que fue protagonista, aunque se desarrollara en el marco de un cortejo fúnebre, el suyo, durante el traslado de sus restos de Pamplona a Noáin.

Tras el coche-estufa que transportaba el féretro -recogió un diario local- circulaba una larga caravana con parientes y amigos. Desde la salida de la Clínica San Miguel hasta el cementerio, una avioneta de la Compañía CETFA fue volando constantemente sobre el coche fúnebre, arrojando flores y coronas en un emocionante tributo que los mecánicos y fotográmetros de dicha empresa rendían al hombre que tenía para ellos abiertas siempre las puertas de su casa de par en par. Como las encontró Garnier cuando llegó a Noáin para volar por primera vez en cielo navarro, hace ahora cien años.

Hoy, en el panteón de la familia Cascante, un ramo reciente de flores secas descansa sobre la lápida. Una cruz corona el mausoléo en su parte más alta. Al pie de la cruz, y a ambos lados de la pieza que la soporta, sobresalen dos pequeños ornamentos con forma de alas.