"Lo enviamos a Madrid envuelto como un regalo de Navidad". Montar, desmontar y volver a montar. Los miembros del Club Cormorán de Aeromodelismo, que durante cuatro años han trabajado en la réplica del Ciudad de Manila (un aeroplano del año 1933), vieron ayer por fin culminada su meticulosa tarea. En el pequeño local de la plaza Sancho VI el Sabio, de Villava, donde han ido dando forma a la maqueta, no había espacio material para colocarle las alas. Así que después de volver a desintegrar el aparato el viernes por la tarde, ayer por la mañana, durante unas tres horas, volvieron a encajar las piezas en una nave de Mutilva Baja.
Comprobado que toda está en orden, que los tiradores mueven las alas y el timón, que las puertas de los compartimentos abren y cierran, los artesanos del aeromodelismo procederán a desmontar y envolver cada pieza con plástico de burbujas para que el próximo miércoles un camión traslade la reproducción a su terminal de destino: el Museo del Aire y del Ejército, sito en el aeródromo de Cuatro Vientos (Madrid). Será el próximo fin de semana cuando los miembros de Cormorán lo dejen ya instalado de manera definitiva para que pueda ser exhibido a los visitantes en el lugar que tiene destinado en el recinto.
En el patio de la nave del polígono industrial, curiosos y otros miembros del club se acercaron para contemplar el pequeño avión. "¡Que volara tantos kilómetros con solo 75 caballos...!", se admira todavía hoy Valentín Gómez, presidente del club, contemplando el aparato. "Solo le falta volar", añadía otro de los presentes mientras a su alrededor los aficionados a estas maquetas a escala real tomaban fotografías de todos los detalles.
No volará, pero la reproducción del Ciudad de Manila ha querido ser fiel en todos los componentes, rebuscando en cualquier parte del planeta los elementos que daban cuerpo a la nave original. Y viéndola de cerca, la verdad es que es una pena que no pueda surcar el cielo, como las tres réplicas que todavía se conservan, una de ellas en Madrid.
Han sido más de cuatro años de minuciosa tarea (cerca de 9.000 horas de dedicación) que culminaron el pasado día 8, aprovechando el tiempo libre que brindaba el puente festivo. "Lo último ha sido dar barniz a la hélice", explica Valentín Gómez, uno de los artífices de este reto, junto a Eduardo Cenoz, Luis Lorite, Íñigo Periánez, Ramiro García, José Luis Luri, Josetxo Elorz y Carlos Ábrego. El proyecto ha sido subvencionado en su totalidad por el Ministerio de Cultura.
Muy a pesar de los autores, la avioneta no ha podido ser exhibida en Navarra, ya que, a pesar de sus reiteradas peticiones, nadie ha ofrecido un espacio al que tuviera acceso el público y en el que poder albergar durante unos días esta aeronave que tiene una longitud de 5,397 metros y una envergadura de 7,315 metros.
la historia
Fernando Rein Loring
El vuelo del Ciudad de Manila, entre Madrid y la capital de Filipinas en 1933, es una de las múltiples epopeyas de los aviadores que competían entonces por cubrir las distancias más largas en el menor tiempo posible y siempre soportando las condiciones más precarias.
Pilotó la avioneta Fernando Rein Loring (1902-1978), un malagueño vinculado a Pamplona por su matrimonio con Mercedes Arraiza. Quizá por ello, o por las ayudas económicas recibidas, en uno de los laterales se estamparon motivos alusivos a los Sanfermines. La nave fue adquirida en Londres a la empresa inglesa Cumper Swift por alrededor de 40.000 pesetas y el propietario la vendió posteriormente en China a pesar de que el alcalde de Manila promovió una cuestación popular para adquirir el aparato y conservarlo en recuerdo de la gesta.
La noticia de la reconstrucción de la avioneta (publicada por este periódico el pasado mes de agosto) llegó hasta Málaga, donde reside Fernando Rein Loring Arraiza, único hijo del piloto. Al conocer el proyecto del Club Cormorán, contacto con sus miembros para interesarse por el trabajo y agradecer el interés demostrado por un avión que está estrechamente ligado a la vida de su padre.
El del Ciudad de Manila fue el segundo de los viajes de Rein Loring. El primero, en 1932, lo planeó para cubrir el trayecto en dos semanas: al final, por una larga serie de inconvenientes, tardó dos meses en completar el recorrido. El segundo, en 1933, también salpicado de contratiempos, lo resolvió en 22 días.
Los interesados en seguir todo el proceso de elaboración, lo encontrarán detallado en la página de Facebook del club.