una fotografía reconstruida del rey navarro Enrique III (Pau, 13 de diciembre de 1553-París, 14 de mayo de 1610) que al subir al trono de Francia sería coronado como Enrique IV fue presentada recientemente en París, donde, no obstante, persiste la polémica sobre la autenticidad de su cabeza momificada. El rostro de este rey, fundador de la casa de Borbón que fue asesinado en mayo de 1610, ha sido reconstituido en base a los trabajos de análisis de su cabeza momificada realizados por el equipo de investigación de la Universidad Médica de París, dirigido por Phillipe Charlier.
La reconstitución facial del rostro del monarca fue presentada en el museo de los Archivos Nacionales de París, con ocasión de la publicación de un libro que relata la investigación realizada por el equipo de Charlier, las cuales aseguran la autenticidad de la cabeza momificada del monarca. Para esa investigación multidisciplinar e internacional realizada hace ya dos años, los expertos recuperaron material genético de la cabeza momificada y la compararon con sangre de uno de sus descendientes, Luis XVI, decapitado en 1793. Concluyeron que era auténtica y que la calavera es realmente de Enrique III de Navarra.
Ahor se ha abordado otra curiosa investigación, con más dosis de realidad virtual que otra cosa, consistente en destapar su rostro. Ciertamente que hay varias imágenes de este rey recogidas en cuadros, libros, museos...pero, realmente, todas son distintas. Esta podía ser la definitiva. Para reconstruir el rostro del rey navarro -que fue asesinado en una callejuela de París por un opositor a su política religiosa (era protestante) -, el experto en infografía Phillipe Froesch, que ya reconstruyó los rostros de Simón Bolívar (en un estudio que realizó a petición de Hugo Chávez) y de Pedro III de Aragón, ha partido de imágenes en blanco y negro de la cabeza escaneada del monarca.
hombre caucásico corpulento Tal y como se informó en la presentación del retrato real en París que ha recogido esta semana la prensa gala, Froesch se ayudó para modelar la musculatura de la cara de tablas predefinidas que caracterizan a un individuo de corpulencia media, de entre 50 y 60 años de edad, y de origen caucásico. Los tejidos blandos de la mandíbula fueron reducidos ya que el monarca sólo tenía cinco dientes cuando murió asesinado en París.
Para reconstituir la nariz, el especialista francés utilizó los trabajos de la unidad de contraterrorismo del FBI. Tras estas reconstrucciones, quedaba por definir el color de la piel, los ojos, el cabello, las arrugas, que las ideó Froesch.
El resultado es "perturbador, al estar tan cerca a la iconografía conocida de Enrique IV", estiman los autores del libro Enrique IV, el enigma del rey sin cabeza, Philippe Charlier y el periodista Stéphane Gabet, que relata el redescubrimiento de la cabeza momificada del rey, la cual había sido adquirida por un francés que la tuvo durante años oculta en su casa.
El historiador y periodista Philippe Delorme, que rechaza las investigaciones que llevaron a la autentificación de la cabeza del monarca, considera que la reconstrucción del rostro del rey asesinado es más "una visión artística que el resultado de una investigación científica". Por si no hubiera ya lío suficiente, Delorme prevé publicar "un libro de contrainvestigación", apoyándose en expertos en genética que ponen en duda los resultados de la investigación del equipo de Charlier. Sin embargo, el historiador francés Jacques Perot asegura que "ya no hay dudas sobre la identificación de la cabeza de Enrique IV".
Los cierto es que hoy por hoy, el rey Enrique IV es el primer monarca de Navarra y Francia de quien se tiene una fotografía de su rostro gracias a una reconstrucción revelada el martes en París, pese a que persiste la querella sobre la autenticidad de su cabeza momificada.
un periplo descabellado Aunque el fallecimiento de Enrique III de Navarra y IV de Francia tuvo lugar en 1610, año en el que fue apuñalado hasta dos veces, su cuerpo sufrió mutilaciones tanto antes como después de su deceso. Así, la ya curiosa aparición de su cabeza en diciembre de 2010 confirma que sufrió un intento de asesinato en 1594, cuando Jean Chatel lo acuchilló sin lograr matarlo pero dejándole una herida en la cara que aún se puede apreciar en su calavera. A la vez, se pudo determinar que, a los 57 años, Enrique IV estaba considerablemente calvo (en la foto luce cabellera) y tenía pendientes, además de problemas con las muelas (cinco dientes) y artrosis.
Diversos historiadores relatan que en 1793, durante la Revolución Francesa, los cuerpos de los reyes, reinas, príncipes, princesas y nobles inhumados en la basílica de Saint-Denis fueron extraídos de sus atáudes, profanados y enterrados en una fosa común fuera del edificio. El cuerpo de Enrique IV se encontró en buen estado (ya que fue momificado a la italiana), y fue expuesto durante varios días al público, sufriendo todo tipo de mutilaciones, entre ellas la de la cabeza. Al cadáver de Enrique IV, el primer Borbón y conocido en Francia como el buen rey, se le amputaron la cabeza y los brazos. Años después se volvió a enterrar el cuerpo en Saint Denis, aunque faltaba la cabeza, que parece haber recorrido más kilómetros que su dueño.
de tres a 5.000 francos Cuando en 1817 el rey Luis XVIII decidió restaurar las capillas mortuorias y devolver los restos reales a su emplazamiento original, se encontró con que tres cuerpos carecían de cabeza, uno de ellos, el de Enrique IV. No se supo del paradero de la cabeza hasta 1919, cuando Joseph-Emile Bourdais la adquirió por tres francos en una subasta. Bourdais aseguraba que la reliquia era realmente la cabeza momificada de Enrique IV, pero nadie lo creyó, ni tan siquiera el Museo del Louvre, que la rechazó.
Bourdais murió y su hermana custodió la reliquia hasta que se la vendió por 5.000 francos a Jacques Bellanger, quien la mantuvo oculta en su casa. Unos periodistas, con la colaboración de Jean-Pierre Babelon (presidente de la Sociedad Enrique IV) lograron localizar al ya jubilado Bellanger, quién, tras varios meses, confesó que tenía la reliquia y accedió a cederla para una investigación científica, que comprobó casi al 100% que la cabeza era de Enrique IV (con la imposibilidad de usar la prueba del ADN). Posteriormente, la comparación del ADN de la cabeza con el de Luis XVI confirmó su autenticidad. Bellanger pidió que la cabeza fuera entregada a Luis Alfonso de Borbón (hijo de Carmen Martínez Bordiú), heredero de la dinastía y pretendiente al trono francés como Luis XX.