pamplona. No le avergüenza reconocer que está "muy enganchada" a Senegal, su gente y su cultura, hasta tal punto que está estudiando el wollof, la lengua oficial del país. Pero sin duda, lo que más ama la burladesa Amaia Alonso son los niños de la calle, los niños talibé, por quienes se desvive y a quienes intenta proporcionar una educación.

La joven, que vive en la localidad de Burlada y trabaja como educadora social, es voluntaria activa desde hace seis años en Senegal, país al que acude de la mano de Fundación Talibés desde hace tres. "He viajado mucho a lo largo y ancho de Senegal, conozco bien el país, su gente y su cultura. Estoy muy enganchada a Senegal. Es mi enfermedad", reconoce Alonso, quien ultima los preparativos para viajar una vez más a la región africana el próximo 17 de mayo. Allí, su labor es clara: ayudar a los niños talibés en su educación, apartarlos de las calles y protegerlos de la violencia y los abusos sexuales.

La palabra talibé, en un origen, hacía referencia a los niños que aprenden el Corán de la mano de un maestro, el marabú. Los chicos, de entre 3 y 23 años, con el paso de los años han ido perdiendo su originaria posición de aprendiz y la palabra se ha convertido prácticamente en "sinónimo de niño de la calle", lamenta Alonso. Sin apenas ropa ni comida, los jóvenes se ven obligados a mendigar y "sufren sarna y dermatitis por la falta de limpieza en la estación seca, y enfermedades respiratorias a causa de la falta de abrigo y el hacinamiento durante la estación húmeda", explica la burladesa.

La falta de recursos aboca a los padres de los niños talibé a entregarlos a los marabús para que sean formados, pero estos no cumplen su palabra y "les obligan a mendigar". Se calcula que cerca de 50.000 niños se encuentran en esta situación en Senegal y Guinea Bissau.

Los beneficios, tanto monetarios como arroz o azúcar, deben ir a parar a sus mentores, por lo que nunca llegan a abandonar la pobreza y sufren de ellos maltrato y abuso sexual. Por ello, su integración en el sistema educativo del país es harto complicado, una realidad contra la que lucha la recién nombrada coordinadora de la zona norte dentro de la fundación.

"Trabajamos con el objetivo de conseguir una vida digna para los talibés, una infancia que les garantice un futuro", relata Amaia Alonso. La labor docente que desempeña en Senegal va orientada a normalizar la situación, centrada sobre todo en garantizar una enseñanza más amplia a parte del Corán. "Es importante que aprendan lenguas como inglés, francés o español, así como matemáticas. Las competencias básicas de higiene les ayudarán a desenvolverse", explica ilusionada.

El primer paso, sacarlos de la calle. "A través de casa de acogida, queremos atenderles y brindarles segurida, con educación, alimentación, sanidad e higiene. Sólo ofreciendo una alternativa se romperá el círculo y tendrán una infancia digna". Por ello, involucrar al Gobierno del país en la construcción de los centros se postula como uno de los objetivos, una labor que comenzará en pocos días y en la que Alonso confía.