El pasado diciembre Conchita Corera Oroz recibió el Premio Sociedad y Valores Humanos que otorga el Colegio de Sociólogos y Politólogos de Navarra. Su discurso constituye un testamento vital de gran valía.
Pienso que, en alguna medida, las personas nos reconocemos a nosotras mismas en la imagen que vemos reflejada en los ojos de quienes nos miran. Pero pienso también que dicha imagen es siempre, inevitablemente, como una fotografía retocada. Y esto es así, para bien y para mal, aunque sea tan sólo por el hecho de que dicha imagen pasa por el laboratorio de una subjetividad ajena que no nos es dado controlar. En suma, no somos dueñas del retrato que otros u otras puedan forjarse de nosotras mismas.
Dos razones me mueven a esta reflexión inicial, inseparables ambas en mi caso. La primera es que, en la foto que tenéis y proyectáis de mí, salgo sin duda favorecida. Lo que hace que me pregunte: ¿por qué a mí este Premio y no a vosotras y vosotros, amigas y amigos que me acompañáis, entrañables colegas de convicciones, luchas y fatigas, de quienes tanto he aprendido y a quienes tanto debo, y que hemos compartido día a día y a pie de obra eso que hoy me atribuís y llamáis 'méritos' por los que, encima, me premiáis? Que este galardón sea pues, también, para tantas y tantos que habéis sido no sólo compañeras y compañeros de viaje, sino mi inspiración y hasta mi verdadera universidad, mi aliento y mi apoyo.
Pero ni pretendo ni me gusta ser desagradecida. Valoro el reconocimiento que se me otorga, y me siento muy honrada de que el Colegio Oficial de Sociólogos/as y Politólogos/as de Navarra haya querido distinguirme a mí en la presente edición de su Premio "Sociedad y Valores Humanos". El propio nombre que define el galardón, los motivos que en esta ocasión acompañan y justifican su asignación, el elenco - rico en humanidad y fecundidad social - de personas e instituciones anteriormente galardonadas, y, finalmente, la generosidad deliberativa del Colegio Oficial que ha puesto en mí sus ojos: todo ello me produce, lo reconozco con sencillez y sin asomo de inmodestia, íntima satisfacción. En cierto modo parecida - aunque ahora en tono mayor - a la que en mis años de docencia me producía, a final de curso, la evaluación positiva de mi trabajo por parte de los alumnos y alumnas. Permitidme, pues, que, a estas alturas de mi vida, agradezca esta distinción sin sombra alguna de mojigatería. La acepto como un hermoso, valioso e inesperado regalo. Y os doy las gracias por él.
En esta delicada etapa de mi vida, me habéis dado la oportunidad, con vuestro Premio y a propósito del mismo, de hacer balance, de evocar y avivar cosas que siempre fueron y siguen siendo muy importantes en mi itinerario personal, no sólo el profesional, sino, antes que nada, el simplemente humano. Por ejemplo -aunque nunca he sido de curriculums-, he podido comprobar, para mi propia y gozosa sorpresa, que ni ha sido pequeño el camino recorrido ni han sido cortos los pasos andados. Me habéis hecho recordar que he ido desparramando mi vida por muchas y buenas causas. Y no me arrepiento de ello. ¿Cómo podría hacerlo si, justamente, todo aquello que motiva este acto y nos congrega en él, ha sido para mí desde hace años y continúa siendo hoy convicción, pasión, sentido de vida, y objetivo personal y profesional?
Pero, hace breves instantes, os anunciaba dos razones para mi reflexión inicial sobre la imagen, en alguna medida inevitablemente distorsionada, que los demás se forjan de nosotras. He aludido a la primera razón. La segunda tiene que ver con la oportuna y razonable voluntad, al menos por mi parte, no de restar importancia y valor, pero sí cualquier apariencia de engolamiento y almidón a este acto. Mantengo sin complejos lo dicho hasta aquí. Reconozco sin embargo, simultáneamente, ante la acumulación de reseñas y discursos laudatorios, lo variopinto y contradictorio de nuestra vida. Lo que para alguien es muestra de entrega profesional o compromiso solidario puede ser vivido en algún momento, por ejemplo, por otras personas del entorno más cercano como desatención familiar. Quiero decir que será bueno tomarse las cosas, estas cosas también, con cierto distanciamiento y humor. Creedme, no me cuesta - y menos hoy - reírme un poco con ganas de mí misma. De no ser así, habría perdido de raíz, ya de entrada, cualquier hipotético título para ser candidata a este premio. Y es que estoy al cien por cien con quien dijo que la gente que no se ríe nunca es poco seria e inspira poca seriedad.
REPENSAR LOS FUNDAMENTOS Lo que no se opone en absoluto a que nos tomemos muy en serio el tiempo presente en toda su complejidad y densidad, su dramatismo y su oportunidad. Vivimos una hora de enorme responsabilidad para todas las actoras y los actores sociales. Como ciudadanas y ciudadanos, y sobre todo como profesionales, sabemos de la envergadura de los problemas, más allá de sus graves manifestaciones y consecuencias económico-financieras; no ignoramos lo arduo de tener que transitar por un paisaje globalizado, con pautas de circulación preestablecidas y peajes a menudo desfavorables; somos conscientes del imparable cambio de época al que apuntan muchos de los nuevos avances científico-técnicos? Pero os pido me otorguéis licencia para poder expresar algunas opiniones. Sé que, en sí mismas consideradas, ellas no pasan de ser sólo eso, opiniones. Pero, en mi vida y mi práctica, han representado y representan también hondas convicciones. Las expresaré en positivo y en negativo.
En negativo, no comparto el criterio de quienes piensan que, ante el arrasador e imparable tsunami del nuevo contexto ultraliberal y postmoderno -hace tiempo que el prefijo post lo inunda todo- nada puede hacerse como no sea ponerse en la dirección de las olas, dejarse llevar por ellas, minimizar en lo posible los daños y aguardar a que escampe y amaine el temporal. Con lo que se desvitaliza de fundamentación, norte y sentido humanos a la acción política y social, abandonándolas al albur de los desnudos intereses económicos de los fuertes y poderosos.
Entonces, desgraciadamente, la búsqueda del bien común se rinde ante lo supuestamente inevitable; la gestión social, política y cultural se convierten en burocracia; el Estado, con la precisión de un reloj suizo, actúa como una máquina sin corazón; gentes aparentemente buenas y honradas entran en la espiral de actos deshonestos de los que no se sienten responsables, porque, al parecer, no hay otra salida en el horizonte. Desde mi punto de vista, el panorama descrito representa el triunfo de lo que Hannah Arendt denominó y describió con acierto como "la banalidad del mal".
Estoy persuadida de que nosotras y nosotros, que nos autodefinimos profesionales de uno de los ámbitos de las denominadas ciencias humanas y sociales, no podemos hacernos cómplices -y, menos aún, convertirnos en mercenarias y mercenarios- de una tal perversión. Por el bien del Planeta que debemos cuidar y de las grandes mayorías a las que debemos servir, es hora de desenmascarar tanta ideología disfrazada de sesuda pseudociencia; es hora de proclamar la no-neutralidad de las ciencias sociales y políticas respecto a lo humano y al cosmos; es hora de revisar con el rigor debido si las opciones de fondo, los lugares sociales desde los que nos asomamos a la realidad, y las mediaciones y los horizontes valorativos de los que nos servimos para medirla y juzgarla no forman parte, en el sentido más estricto, del método científico de las ciencias sociopolíticas. Un método que, precisamente, es el que permite a las mismas darse dicho nombre. Al menos en el supuesto de que entendamos por ciencia "aquel saber capaz de aplicar el método más conforme a la naturaleza del objeto del que se trata y el más idóneo para el estudio del mismo".
Por eso, como ya he señalado en otras ocasiones, - y manifestando ahora en positivo mi pensamiento-, abogo por que la antropología no olvide la alteridad del ser humano, por que la ética se proyecte no sólo sobre los fines sino también sobre los medios, y por que, así en la ciencia como en la política, no se dé por muerta la utopía renunciando a su virtualidad transformadora. Pero debo aclarar que la utopía, para mí, no es el viaje apasionado y voluntarista a un futuro ideal soñado, sino un modo tal de encarar realista y creativamente el presente que abre futuro.
"Considero imprescindible - escribía yo misma recientemente - implicarse con el conjunto de las organizaciones de la sociedad civil en la defensa del estado de bienestar y de los derechos y conquistas sociales que el neoliberalismo imperante trata de desmantelar y suprimir. Pero también entiendo que, hoy más que nunca, en medio de la crisis actual, el postulado en el que hay que enmarcar toda la acción social es el desarrollo humano integral, que es el único sostenible".
RETORNAMOS ASI AL HUMANISMO. ¿PUEDE VOLVER A TENER SENTIDO HOY? ¡Desarrollo humano integral! No negaré que, por fuentes de inspiración y motivación diversas - que, por lo demás, jamás he intentado ocultar -, las aguas de los abrevaderos en los que he intentado apagar mi sed han tenido siempre, de un modo u otro, un hondo y fuerte sabor humanista.
Por eso mismo me viene ahora a la mente la incisiva pregunta que Jean Beaufret, tras la hecatombe humanitaria de las dos guerras mundiales y los totalitarismos, lanzara en su día al filósofo Heidegger: "¿Es posible volver a dar sentido a la palabra humanismo? ¡Demasiada pregunta para momento tan especial y tiempo tan corto! Por ello, os pido licencia para que me permitáis ceñirme tan sólo, a modo de conclusión apresurada, a tres brochazos rápidos.
El primero tiene que ver expresamente con vosotras y vosotros, colegas de profesión; tiene que ver con todas nosotras, con quienes somos parte del Colegio Oficial de Sociólogos y Sociólogas, Politólogos y Politólogas de Navarra. Es nuestro Colegio el que instituyó este Premio al que puso el nombre de "Sociedad y Valores Humanos". Pienso que, con este solo hecho, nuestro Colegio Oficial, indirectamente, estaba dando ya una respuesta positiva a la pregunta de Beaufret. Más aún, nos estaba abriendo a todas y todos los profesionales adscritos al mencionado Colegio un camino a seguir.
Continuando con la pregunta sobre la posibilidad de un determinado humanismo, mi segundo brochazo se refiere a nuestra disposición a mantener o luchar contra una actitud cínica. ¿Acaso todas y todos no nos sentimos y decimos demócratas? ¿Acaso la democracia no se sustenta sobre los derechos humanos fundamentales y, en general, sobre los derechos y responsabilidades cívicos, laborales y sociales, políticos y culturales? ¿Acaso, cuando hablamos de Sociedad y Valores humanos, no nos estamos refiriendo ante todo a los mencionados derechos y responsabilidades básicos? Y ¿es que los mismos son acaso concebibles sin el humus humanista en el que hunden sus raíces? Y ¿es que recortándolos o amputándolos podemos permitirnos el lujo de seguir hablando de democracia con la cabeza alta, como si aquella fuera divisible? Hasta un liberal como Garrigues Walker acaba de manifestar recientemente -y hay que agradecerle la decencia de hacerlo- que dicha división no es posible, es tramposa en realidad.
Finalmente, el tercer y último trazo rápido reconoce y recuerda la necesidad de un humanismo nuevo. Por una parte, no todo es negativo -ni de lejos- en el antihumanismo postmoderno. Y, por chocante que parezca, humanismo y antihumanismo, si bien no han ido amigablemente de la mano, sí han tenido frecuentemente acompasados sus ritmos y sus pasos. Y, por otra parte, nuestra visión y experiencia de lo humano, en negativo y en positivo, ha experimentado en el último siglo cambios y avances insospechados.
La multidimensionalidad del ser humano, su irreductible alteridad, su inseparable relación con el Planeta, su compleja inmersión en una red de interdependencia creciente, el vértigo de sentirse en el alero de nuevos continentes del saber, el tener que responder a pesar de todo a las preguntas de siempre en un mundo en el que bondad y crueldad se siguen disputando la partida?: todo ello y mucho más nos incita a la búsqueda y construcción de un humanismo nuevo. Yo creo que camina ya por nuestras calles y plazas, anónimamente quizás, en tanta gente honesta y generosa que hace más llevaderas nuestras vidas.
Gracias, muchas gracias por vuestra atención. Eskerrik Asko.
Pamplona/Iruñea 11-12-2013