Leticia Barbero Oliver (Pamplona, 4-11-1983) realiza uno de esos trabajos en la sombra, poco conocidos, pero sin los que nada funciona. Licenciada en Derecho y Administración de Empresas por la UPNA, recorre el mundo con Médicos sin Fronteras, donde desempeña una labor que choca con los cánones del cooperante tipo. Desde hace cuatro años forma parte del departamento financiero y de recursos humanos de la organización, una pieza clave sin la que sería imposible poner en funcionamiento el colosal mecanismo que permite activar las más de 400 misiones que despliega Médicos sin Fronteras en más de cuarenta países.
Pero la suya, no por ser de gestión, es una labor funcionarial alejada del terreno. Ni lo es ahora, cuando descansa en su Pamplona natal después de pasar unos cuantos meses en el Congo, ni lo fue en el pasado.
“Tanto en el colegio como en la Universidad he participado como voluntaria en asociaciones de Navarra como monitora de tiempo libre: en Anfas, en Albatros... y siempre me había motivado la cooperación, el voluntariado y ayudar a los demás”, reconoce. Una estancia de tres meses en Honduras, mientras estudiaba la carrera, cambió su vida: “Allí me di cuenta de que aquello era a lo que quería enfocar mi carrera profesional. Me marcó muchísimo la alegría de la gente; me dieron mucho más de lo que yo les di a ellos”. Aquel primer contacto con la cooperación internacional terminó por aclararle las dudas, y comenzó a enfocar su perfil profesional hacia las organizaciones humanitarias. Pero antes necesitaba experiencia, y al terminar la carrera, en 2007, se mudó a Madrid para trabajar como consultora en Accenture, y más tarde como auditora financiera en Ernst & Young. Durante sus años en la empresa privada, aprovechó los periodos estivales para realizar cursos con ONG. Como si se tratase de un máster exprés, viajó hasta Nador, en Marruecos, donde estuvo un mes con APY-Solidaridad en Acción, y a su vuelta a Pamplona se vio preparada para buscar su hueco. “Fue entonces cuando empecé a echar currículums. A los cinco meses me llamaron de Médicos sin Fronteras, me dijeron que les gustaba mi perfil y no dudé en aceptar”, recuerda.
destino jerusalén El primer lugar al que la enviaron de misión fue a Jerusalén. Allí no solo se encargó de la coordinación financiera de un proyecto destinado a cubrir las necesidades médicas y psicosociales del enquistadísimo conflicto árabe-israelí, sino que también asumió la gestión de los recursos humanos, un campo en el que no tenía experiencia, pero en el que se terminó especializando. Después de aquel primer periplo en Oriente Próximo, vinieron más proyectos. Al año siguiente se trasladó a Etiopía y República Centroafricana, en pleno auge del golpe de Estado que depuso al presidente Bozizé a manos de los rebeldes del SLK y que desató una crisis internacional. “MSF tiene unos protocolos de seguridad muy definidos que marcan las pautas en casos de emergencia”, señala. Algo que escapa a casos como el del pasado sábado, en el que EEUU bombardeó un hospital de campaña de MSF en Afganistán provocando 22 muertos. Todas las misiones de ayuda en las que ha participado Leticia Barbero han sido posibles gracias a la colaboración económica de empresas y particulares que, con su dinero, permiten financiar Médicos sin Fronteras. “Un 90% de nuestros ingresos son aportaciones de socios y de empresas. Empresas a las que, por cierto, exigimos que cumplan un código ético”, subraya Leticia Barbero, quien sitúa la asistencia médica gratuita a todas las víctimas de los conflictos como uno de los principios fundacionales que persigue la organización, que cuenta con más de 30.000 trabajadores en nómina. “El ámbito de la salud es una necesidad básica sin la que un país no puede pensar mucho más allá”, zanja.
De cada euro que se dona a MSF, alrededor de 0’85 céntimos se invierten en los equipos médicos, los útiles y las medicinas. El resto se destina a pagar los sueldos de los trabajadores. “Creo que es importante también que seamos profesionales y que cobremos por ello. Es una garantía de que las cosas se hagan bien”, reflexiona. A pesar de la crisis económica de los últimos años, las aportaciones no se han visto mermadas. Al contrario: “Incluso, en ocasiones, hemos tenido que pedir que no se nos enviase más dinero”, señala. El balance económico está sujeto a un estricto control de transparencia, en el que se fiscaliza cada céntimo que entra en las arcas. “Cada proyecto tiene asignada una cantidad. Ni más, ni menos”, señala.
Pero las aportaciones económicas no son la única manera de colaborar. “Tan importante es hacerlo como comunicarlo. Cualquier persona, en su comarca y participando de los eventos que organizamos, puede ayudarnos a difundir el mensaje y los valores de Médicos sin Fronteras para que podamos seguir trabajando”.