Entre la infancia y la edad adulta, los jóvenes merodean por una adolescencia que se complica. Que en ocasiones siente que no hay una certeza de poder alcanzar un futuro mejor. Y surgen los silencios y las miradas apagadas entremezcladas con suspensos, desinterés en las clases y mucha irritabilidad. O quizá cansancio. De vivir. Cada vez son más las personas que escriben por chat al Teléfono de la Esperanza –se abrió este nuevo servicio porque se detectó que la población joven opta por comunicarse a través de mensajes– porque han tenido una idea suicida, una crisis o, incluso, se estaba produciendo un suicidio en curso; muchas veces, condicionados por la presión académica, el acoso, las redes sociales, problemas familiares o debido a la falta de apoyo emocional.
Por eso, es importante que los jóvenes cuenten con una red de apoyos que sirva como refugio ante estas situaciones. Y los centros educativos –en los que pasan muchas horas– deberían entenderse como un espacio salvavidas. De esta manera, el Teléfono de la Esperanza ha organizado unas jornadas sobre cómo reaccionar ante el suicidio en el ámbito educativo con la intención de mostrar que “la prevención primaria es fundamental. Y la educación es prevención primaria”, ha apuntado Alfonso Echavarri, director técnico de la asociación.
Soledad acompañada
Una de las principales problemáticas es el fenómeno “juntos, pero solos”, causado por el auge de las nuevas tecnologías y las redes sociales, ya que “abren puertas a un mundo que resulta muy interesante, pero su abuso o mal uso pueden conducir al aislamiento”, ha mencionado. De hecho, tal y como indicó Echavarri, la soledad en el Estado tiene forma de U –es decir, afecta sobre todo a jóvenes y personas mayores– porque a pesar de estar más interconectados, cada vez “nos sentimos más solos”. Además, esta sobreexposición en redes sociales también acentúa que los posibles casos de acoso escolar –que antes únicamente se producían durante las horas lectivas– continúen durante todo el día.
En ese sentido, Conchi Ardanaz –profesora y vicedirectora del CIP Huarte– y Cibrán Santos –profesor y Jefe de Estudios del mismo centro– consideraron durante su ponencia –titulada La educación como sistema preventivo– que los docentes deben percatarse de que el alumnado posee una mochila y que, más allá de las conductas en el aula, puede haber problemas. “Nos parece imprescindible que los profesores nos formemos en desarrollo personal y que generemos vínculos con los estudiantes porque así será mucho más sencillo ayudar y plantarle cara al problema”, ha dicho Santos. Y Ardanaz ha añadido que “un alumno agradecido aprende mucho más y un profesor agradecido enseña mucho más. Y eso es lo que nos llevará a una enseñanza de calidad, pero sobre todo a conseguir el bienestar emocional del alumno”.
En esa misma línea, a pesar de que el desinterés en las clases, las malas notas o la desconcentración pueden ser factores que alerten sobre que el estudiante no está pasando por un bien momento, el objetivo “no es que los resultados académicos sean buenos, sino que ellos estén bien. Lo primordial es su salud. El resto no importa tanto”, ha concluido Conchi.
Herramientas para prevenir
Y ¿cómo tiene que actuar un profesor ante una situación de ideación suicida en clase? Lo lógico –según Patricia Díaz, orientadora del CIP Huarte– es que aparezca el miedo, el no saber cómo gestionar esa situación. La clave se encuentra en que en los momentos de mayor vulnerabilidad no se minimicen ni los sentimientos del adolescente ni se ofrezcan soluciones o consejos simplistas. “Lo que esa persona puede pensar es que si no tiene tanta importancia lo que está viviendo y a todo el mundo le pasa, él o ella debería ser más valiente y hacer frente a su situación de otra manera. Pero es algo que le está ahogando y no ve salida”, ha señalado Díaz.
Por otro lado, a una persona que está pasando por una mala racha tampoco se le puede juzgar o culpabilizar de lo que está pasando. “Cuando hablamos de que una persona con ideación suicida está pensando en quitarse la vida, no está teniendo una respuesta racional, sino que se trata de una salida de un sufrimiento profundo. Y la culpa nunca es buena amiga; de hecho, añade pensamientos negativos sobre uno mismo. Creen que son malos. De esta forma, se anula el apoyo social y se aleja todavía más de los demás”, ha explicado.
Es decir, si un alumno se abre a su profesor –porque se ha generado un vínculo que propicie esta buena relación– y le cuenta su crisis, el docente debe –a pesar del miedo– contener su emoción y mostrar una seguridad aparente de cara a la persona. “El entrar en pánico puede aumentar la culpabilidad y la vergüenza y se puede cerrar la puerta”, ha mencionado. Y, también, debe acompañar de forma activa y buscar de manera conjunta a alguien que les pueda ayudar a gestionar y mejorar esta situación. Por último, el docente también debe canalizar.
“Una persona no puede hacerse cargo sola de esta situación. Es necesario contar con un equipo que comparta estos momentos. Hay que apostar por el alumno e intentar abrir todas las puertas posibles para que se comunique y podamos ayudarle. Que vea que hay salida”.