Está ahí. Al otro lado de la muga. Y muchos no saben de su existencia. No hace falta ir hasta Auschwitz para sentir el escalofrío que supone recorrer lo que fueron antiguos barracones donde cerca de 20.000 exiliados republicanos fueron confinados en la Francia ocupada por los nazis. Gurs es un campo olvidado en el mapa de la memoria que se ha mantenido vivo gracias a la labor de organizaciones sociales como la Asociación Terres de Mémoire et Luttes de Oloron; a personas como Raymon Villalba (hijo de una pareja formada al otro lado de las alambradas) y a historiadores como Josu Chueca que abrieron camino. Ahora es el propio Gobierno de Navarra quien aporta el reconocimiento institucional que merecen los 456 navarros y navarras que acabaron encerrados en este recinto situado a apenas dos horas largas y que está recibiendo las visitas de institutos navarros (Alaiz, Iturrama...) dentro del programa de Escuelas con memoria, por la paz y la convivencia. El domingo, el acto oficial con motivo del “día de la víctimas y héroes de la deportación” contará también con la presencia de la consejera Ana Ollo. Previamente, hoy, tendrá lugar una reunión técnica entre Álvaro Baraibar (director general de Paz y Convivencia) y José Miguel Gastón (jefe de sección de Memoria Histórica) y una comparecencia en el Parlamento. Pasos tardíos pero necesarios.
Una placa recordará en breve la peripecias de ese medio millar de navarros y navarras que acabaron con sus huesos en esta fría zona del Bearn, a pocos kilómetros de Maule, la capital de Zuberoa. Fueron una porción importante de los 6.000 vascos que llegaron procedentes de otros puntos del exilio o de los aún más inhumanos campos improvisados de Argeles, Barcares, Saint Cyprien en la costa mediterránea: Francia fue un país que maltrató incluso antes de la ocupación nazi a los refugiados republicanos. Para muchos de ellos el internamiento en Gurs supuso un cierto alivio en cuanto a que se encontraban más cerca de casa y existía una cierta red de apoyo social e institucional (vía gobierno vasco). Pero las condiciones vitales y meteorológicas fueron muy duras. Aunque -si es que es posible establecer una graduación en el horror- no tanto como la que padecieron el medio centenar de navarros que acabaron en los famosos campos de exterminio como Gusen, Mauthausen o Auschwitz.
Visitar estos campos resulta complicado en cuanto a logística y presupuesto ya que hay que viajar a Centroeuropa. Sin embargo, coger el coche, cruzar la frontera por Luzaide, Salazar o Belagoa y llegar hasta Olorón está al alcance de cualquiera. Los verdes paisajes de la vertiente norte de los Pirineos y las lomas onduladas de Soule ocultan en ellas un macabro lugar en el que es fácil realizar otro viaje, en este caso en el tiempo. Un gran cementerio recuerda a quienes no pudieron sobrevivir al encierro. Tumbas judías se mezclan con banderas tricolores y lauburus. Unos paneles explican, con fotos, los datos históricos fundamentales de lo que fue aquello. Pero es la reconstrucción de un barracón que reproduce una estancia tipo es la que provoca un mayor efecto empático. Cientos de edificaciones de madera del mismo tipo llenaron este bosque. Tras sus ventanas, miles de historias humanas de lucha, resistencia y superación que a partir del domingo al menos tendrán un placa oficial de recuerdo por parte de las instituciones navarras.