- El lugar en el que naces no puedes escogerlo, pero te marca para siempre. Así lo piensa Amelia Tiganus, una activista feminista y abolicionista superviviente de la trata de mujeres, que cuenta un desgarrador relato sobre su vida y cómo se ha convertido en un símbolo de lucha, superación y valentía para muchas mujeres. Amelia nació en el año 1984 en Galatis, Rumanía, en el seno de una familia de clase obrera. Algo que ella considera “marcó mi destino”.

“Yo quería ser médica, profesora y hacer planes con mi vida, pero todo esto desapareció de un día para otro”. Cuando Amelia tenía tan solo 13 años y volvía de la escuela, un grupo de cinco chicos decidieron que insultarla no era suficiente y la violaron. Le arrebataron su inocencia. Desde entonces cambió completamente su vida.

En ese momento, aparte de sentir vergüenza, miedo y asco, Amelia no tuvo la confianza de contárselo a nadie, porque “sentía que de alguna forma les había defraudado y pensaba que yo misma me había metido en líos”. No denunció los hechos por vergüenza, y las violaciones continuaron y se convirtieron en sistemáticas. Por ello, decidió abandonar sus estudios: “Me convertí en un ser muy vulnerable y sobre todo para los proxenetas, que supieron sacar provecho de esa situación, que me vendían la prostitución como una salvación y una forma de salir adelante”.

Pero su calvario no terminaba ahí. Con 18 años fue vendida a un proxeneta español por 300 euros. “El primer prostíbulo en el que acabé estaba en Alicante y a ese le siguieron cuarenta más”. Fue explotada sexualmente y se quedó atrapada en este sistema prostitucional durante cinco años.

“No sé si alguien se puede imaginar cómo es la vida en un prostíbulo, lo que es estar a miles de kilómetros de tu casa e incluso no conocer el idioma. Vestimos como los puteros nos quieren comprar, porque somos la mercancía que ellos compran”, relata Amelia. La vida de las prostitutas es una tortura permanente consentida por el dinero, que deja graves secuelas en aquellas mujeres hasta el final de sus días. “Dormíamos hacinadas en los mismos espacios donde durante horas la repetición de la penetración se convierte en un acto de tortura. Tenemos que ver pornografía las 24 horas del día, hacer fila para absolutamente todo, hasta para comer y dormir”, recuerda.

Según Amelia, el funcionamiento de todos los burdeles es el mismo. Hay un sistema de multas sobre el cual se les controla, se les engancha a la cocaína y al alcohol desde el primer momento y se les enseñan “diferentes formas de captar a los puteros”, acabando ellas mismas enganchadas para poder soportar todo aquello.

Cuenta que les venden ropa, productos cosméticos y de primera necesidad a unos precios desorbitados, porque ellas no conocen el valor del dinero. Al final se aprovechan de todo”. Después de cinco años, Amelia colapsó tanto física como psicológicamente y sentía que “ya no podía hacer más el papel de la puta feliz”.

Le llevó tiempo salir de este mundo, pero lo logró. Hoy, es una de las principales activistas contra la prostitución y ha recibido varios premios y reconocimientos por su labor en pro de los derechos humanos de las mujeres y las niñas.

Cuenta que tuvo varios intentos de dejar la prostitución, pero los proxenetas siempre encontraban la forma de retenerla. “Lo más complicado son las cadenas psicológicas que arrasan con tu voluntad y con tu esperanza. No confías en el mundo exterior”. La activista considera que las prostitutas se sienten estigmatizadas por la sociedad. “No nos sentimos arropadas, ni comprendidas y muchísimo menos sentimos esa confianza de que se nos va a ofrecer un lugar en este mundo”.

En 2007 decidió alejarse de esta vida y, desde entonces, vive en el País Vasco, donde logró reconstruir su vida y renacer. “Fue muy duro. Tuve la suerte de encontrar un trabajo de camarera y también tuve la fortaleza de agarrarme a él. Durante tantos años te dicen que no vales para otra cosa que para ser puta, y al final eso te marca”. Luego empezó a dedicarse a la militancia, al activismo y la educación. Entre sus próximos objetivos está el de estudiar Psicología Social: “Creo que a través de mi vivencia y experiencia podría ver cosas que otra persona que estudie no puede ver. Creo que desde ahí podría aportar más cosas”.

Es fundadora de Emargi, una asociación que lucha por un futuro libre de explotación sexual y reproductiva de mujeres y niñas. Considera que las políticas públicas deben tener un papel imprescindible para evitar que se creen nuevos demandantes de prostitución.

Dentro del proyecto de ley abolicionista presentado junto a sus dos compañeras de Emargi, Oiane Menika y Leire Candel, plantean tres ejes de actuación: la descriminalización de las mujeres en prostitución y la exigencia de políticas públicas que garanticen sus derechos -una ayuda económica, el acceso a la vivienda, la formación, la terapia, el asesoramiento jurídico, el acompañamiento psicosocial-. “No entendemos como derechos el pagar impuestos para ser penetradas por boca, vagina y ano por cualquier indeseable. También pedimos perseguir todas las formas de proxenetismo mediante una reforma en el Código Penal y desincentivar la demanda de prostitución a través de la formación, la sensibilización y las campañas sociales”.

“Hemos permitido que la pornografía se convierta en la educación sexoafectiva de las generaciones más jóvenes”

“Las redes sociales como Instagram, TikTok y Only fans llevan a las chicas a exponer su cuerpo y su intimidad”