Fito Jimenez (Cintruénigo 1950), referente en temas medioambientales y ecológicos en Navarra, falleció el sábado en la Foz de Arbaiun tras sufrir un ataque al corazón. Su repentina muerte conmocionó a su familia y el amplio entorno de amigos y colaboradores profesionales, además de a gran parte del movimiento medioambientalista y ecologista, del que era una de sus piezas históricas claves.

Implicado siempre en múltiples causas sociales, humanitarias y medioambientales, recibió hace unos años el premio Coagret como reconocimiento a su trayectoria en defensa de una nueva cultura del agua y de los ríos. En su amplio curriculum, destacan los años que trabajó como responsable de Innovación y Proyectos en la Fundación CRANA en Navarra hasta su cierre. Reconocido experto en temas medioambientales, ingeniero químico y formado en distintas universidades como Ramon Llul en Barcelona, Miguel Hernández, o UPV acumuló una importante experiencia ya en su ejercicio práctico en identificación y diseño de proyectos, trabajó siempre combinando los conocimientos técnicos (gestión de residuos, agua, energía, salud ambiental...) con la dimensión social. En su larga carrera destacan los más de 10 años de experiencia en cooperación al desarrollo y ayuda humanitaria en América Latina y más tarde su implicación con la educación ambiental y la participación social en los proyectos ambientales.

Participó de forma muy activa en charlas, informes y actividades que cuestionaban proyectos polémicos como los embalses de Itoiz y Yesa así como el Canal de Navarra, entre otros. Activista y un activo del movimiento ecologista pisando calle pero también campus universitarios, dejó claro en una entrevista en DIARIO DE NOTICIAS publicada tras recibir el premio Coagret, la importancia de esta dimensión del compromiso por causas más allá del mero trabajo técnico: “Para mí no es ningún sacrificio participar en los movimientos sociales, por el contrario, aprendo y disfruto con ello”, señalaba en ese momento. De ahí que se entregara a múltiples causas sociales, la última quizá la de la “nueva cultura del agua” que aboga por una nueva forma de gestión del agua y de los ríos. “Nuestro punto de partida es que el agua y los ríos son bienes públicos. El agua para la vida hay que considerarla como un derecho universal que hay que asegurarla por encima de todo. El agua para el abastecimiento y el saneamiento lo consideramos como un derecho social a defender. No debe ser objeto de negocio y la gestión debe de ser pública y participativa, pero también eficiente”, explicaba.

Fito Jiménez de hecho ha sido una persona con las únicas fronteras del compromiso por las múltiples causas sociales, políticas y medioambientales. En cada uno de los momentos y espacios en los que le tocó vivir, este ingeniero que dedicó su la ultima etapa profesional a impulsar una nueva cultura del agua tras las luchas de Itoiz y Yesa, acostumbraba a “mojarse” siempre y en todo lugar. Sus años de estudiante en la Barcelona de los últimos años del franquismo le acercaron a la militancia política que a a su vuelta a Pamplona se concretó en él EMK pero sobre todo en el movimiento ecologista, conectando así su faceta personal con la profesional.

El mismo compromiso que le llevó a saltar a la otra orilla del Atlántico y embarcarse en un extenso periplo por Latinoamérica en los intentos años 80 y 90: Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Chiapas.... Sandinistas, Rigoberta Menchu... Una rica geografía física y humana jalona su curriculum más allá de cursos, premios, programas y formaciones.

Fito Jiménez se sumergió en mil y un proyectos, grupos de trabajo, movimientos... Muchas veces en torno a su especialidad que era el medio ambiente, pero también de otro tipo como el que llevó a colaborar con Medicus del Mundo de Portugal, país con gran relación con Mozambique. Nunca dejó ese ir y venir sentimental y profesionalmente entre Latinoamérica y Euskalherria desde una concepción de un mundo abierto con raíces propias, aunque el paso de los años y las razones personales le fueron asentando en Iruña hasta que ayer le sorprendió la muerte, justamente cerca del agua libre y viva que tanto amó y defendió, en uno de sus lugares preferidos como la Foz de Arbaiun.