Las ayudas o los alquileres sociales ni llegan ni tienen que llegar a todas las personas, sino únicamente a quienes las necesitan. El problema llega cuando hay demasiada gente necesitada de estas, ya que se convierten en insuficientes y hay personas en situaciones muy complicadas que se quedan sin poder acceder a ellas. “Lo sentimos, pero hay gente peor que tú”, es lo que suelen escuchar. Es el caso de las siguientes dos mujeres.

Iosune Area tiene 50 años y está divorciada. Cuando se separó, en el año 2013, se quedó en el domicilio familiar con sus dos hijos, aunque no podía pagarlo, ya que no tiene trabajo. Tras nueve años de lucha por seguir habitando en su casa, y con sus hijos ya independizados ha alcanzado un acuerdo con el banco.

“Llevo desde el año 2013 negociando una dación en pago con alquiler social. Hace poco me llegó una propuesta, me condonan la deuda si entrego la vivienda. Quiero aceptarla, pero para entregarla necesito una solución habitacional”, explica Iosune.

El problema es que, sin ingresos -percibe la renta mínima garantizada-, los alquileres son demasiado caros y mientras no entregue su vivienda no puede optar a una vivienda protegida en alquiler.

“Ahora mismo, mientras siga viviendo en mi casa, ni siquiera tengo derecho a apuntarme en el censo público de alquiler. No hay pisos de emergencia, porque todavía no he firmado la entrega de la vivienda y sigo siendo propietaria. Para tener derecho a apuntarme en el censo, y luego ya que me den o que no me den una vivienda, que probablemente no, porque siempre hay gente que está peor, necesito quedarme primero en la calle”, manifiesta con dolor Iosune.

CINCO PISOS EN CINCO MESES “En noviembre del año 2020 tuve que coger las maletas y salir del domicilio familiar porque estaba sufriendo maltrato psicológico por parte de mi padre. Además, yo en ese momento estaba sin trabajar, porque estaba recuperándome de una operación de columna. Llegó un punto en el que ya no aguanté más y llamé a una amiga para quedarme en su casa. Estuve tres días en su casa y otros tres en la de otro amigo, hasta que encontré una habitación”, es el testimonio de la segunda mujer, que pidió que no apareciera su nombre, tampoco su rostro.

Tiene 42 años y está a punto de mudarse a la que será su quinta vivienda en los últimos cinco meses. Lleva todo ese periodo de tiempo de habitación en habitación, compartiendo piso con gente a la que no conocía previamente. “Ahora estoy trabajando en una residencia, vivo en un piso en el que no puedo cocinar casi nunca, también tengo que estar cada dos por tres lavando la ropa en la lavandería, así que estoy buscando otra vivienda, pero es muy difícil encontrar algo. Estoy a 35 horas semanales y no llego ni al salario mínimo”, manifiesta.

“Por 350 o 400 euros puedes encontrar una habitación, compartiendo piso, pero eso para alguien mileurista es muchísimo dinero. Si estás sola, has sufrido violencia familiar y tienes una minusvalía del 47%, vas a la asistente social y te dicen que hay gente peor que tú. Estoy apuntada para una vivienda protegida, pero no hay, o al menos no para mí. Se que hay gente peor que yo, hay gente en situación difícil que tiene familia e hijos, pero, ¿quién se acuerda de los que estamos solos?”, lamenta.