En apenas cinco días, los 21 refugiados de Ucrania que llegaron a Estella-Lizarra han creado una gran familia junto con los voluntarios del albergue de Anfas, donde han sido acogidos y descansado, al fin, esta semana. Pero tendrán que separarse de nuevo por grupos familiares para salir a diferentes hogares que han dado un paso adelante para acogerlos en su casa. Una experiencia que el grupo compuesto en su mayoría por madres con niños y niñas pequeños y adolescentes, tenía ya asimilada, aunque suponga un reto más que asumir para encontrar el acomodo que necesitan en este momento. Un paso más en esa tragedia de abandonar su país dejando a buena parte de sus seres queridos expuestos a los bombardeos rusos.

Irina Alguien que sabe bien qué es vivir bajo las bombas es Irina Chubatenko, que vivía muy cerca de Jarkov con su hija Nastia de siete años. Su marido es militar y su acuartelamiento fue uno de los primeros en recibir los bombardeos rusos. “El primer día nos despertaron las bombas”. Vieron cómo habían arrasado los cinco bloques del cuartel. Madre e hija huyeron hacia Jarkov y se escondieron en un sótano durante una semana “en la que no pudimos ver el cielo”. Sin comida y sin manera de escapar tomaron un tren des mercancías para el que “tuvieron que esperar seis horas bajo la nieve y la lluvia”, porque había miles de personas intentando subirse a él con rumbo a Zacarpattia. Aquí les aguardaba su hermana Lioba con su hija de 15 años que había dejado en el frente de Poltava a su marido y su hijo. Y allí comenzó un duro viaje de dos semanas hacia la frontera húngara, después tuvieron que recorrer 400 kilómetros hasta la frontera de Rumania, donde les recogió el autobús de Estella. “No queríamos irnos de Ucrania pero entendimos que teníamos la obligación de salvar a nuestros hijos”, comentó Irina.

Anastasia Pese a sus 27 años, también sabe de bombardeos Anastasia Haletska, embarazada de siete meses en los primeros ataques, pero a la que ya solo le falta un mes para tener a su hijo. Salió de su ciudad Kramatorks junto con su madre Angélica Merkulova. Juntas partieron hacia Dniéper, dejando a su madre de 80 años cuidada por el marido de Angélica; y también a su hijo que está en el frente de Kiev. Ambas llegaron hasta la ciudad de Dnipro, donde “ni había alimentos ni medicamentos”. Se protegieron en una estación de metro con apenas dos pañales a esperar el parto de Anastasia. Para ello solo disponían de una web que crearon los médicos israelíes enseñando los pasos para afrontar un parto. “Estábamos convencidas de que el bebé nacería allí. Yo no quería salir pero tuve que hacerlo para ayudar a mi hija embarazada”, comentó Angélica. Finalmente, un familiar logró acercarlas en coche hacia la frontera rumana. Un viaje que normalmente cuesta diez horas y que tardaron cuatro días en realizarlo, ya que en la gasolineras solo dispensan 10 litros de combustible por persona y hay que hacer varias horas de cola para recibirlo. Una vez en Rumania, los voluntarios les pusieron en contacto con el bús que les trajo a Estella. Desde el albergue de Anfas, la inminente abuela ucraniana se dirigió al pueblo ruso: “Sé lo que es una ocupación rusa, la sufrimos en 2014 pero me gustaría aprovechar este artículo por si llegara a los rusos, para que supierais que no queremos tener nada con vosotros. Hablamos ruso, es cierto, pero no somos hermanos: los hermanos no se matan. Queremos vivir en nuestro país y no queremos saber nada de su intervención fascista contra Ucrania”.

Hanna Otra de las jóvenes madres que ha llegado hasta Estella es Hanna Oleinyk, una madre soltera de 29 años, con su hija Kira de cinco años. Hanna siempre quiso conocer Barcelona, “me encanta la Sagrada Familia”. Llegó desde Odessa, una ciudad que la bombardean a diario “por tierra mar y aire”, y que se mantiene de momento en segunda fila de los ataques gracias a que los rusos han topado con la masacrada ciudad de Mykolaiv en su avance hacia el Mar Negro. Tras los ataques, Hanna decidió salir con su hija de Odessa “porque no había oportunidad para sobrevivir”. Allí dejó a su madre cuidando de su abuela que tiene diabetes, una enfermedad por la que solo cuenta con una pierna. “Duermen cada día en el baño y en la bañera”, aseguró Hanna que mantiene cada día la comunicación con “sus abuelas”.

Con todo, el grupo de los 39 acogidos por el ‘Autobús de Estella’ se encuentra en la tarea de ser recibidos por las familias de acogida en la zona. Varios se quedaron ya en Pamplona donde se hizo la primera división. Ahora toca iniciar una nueva experiencia en cada lugar de acogida. Las hermanas Irina y Lioba con sus dos hijas, irán a Abaigar, una pequeña localidad de Tierra Estella. Una nueva experiencia que tendrán que afrontar estos días en este éxodo en el que creen que todavía falta “mucha gente por salir”.