Cuando el fuego comenzó a rodear varios de los municipios de la Valdorba el pasado fin de semana, algunos de sus vecinos y vecinas trabajaron por defender su entorno y evitar que el incendio llegase a la casas, mientras que los mayores fueron evacuados a los domicilios de sus familiares lejos de las llamas para garantizar su seguridad. Es el caso de los hermanos Jiménez, de Amátriain, que dejaron con mucha preocupación la casa donde se han criado.

El matrimonio formado por Pedro Mari Martínez y Ana Mari Beriáin, frente a su casa de Amátriain.

“Cada unos se hizo su bolsico y con mucha angustia dejamos la casa, pero qué íbamos a hacer, era lo mejor”, cuenta Bene, la pequeña de los hermanos, de 78 años. Su hermano mayor, Carlos, de 84, “nos dio más guerra”, bromea ella, porque no quería irse de su casa. “Yo no quería irme, veía aviones pasar y el campo quemándose. Parecía la guerra”, recuerda Carlos.

“Cuando vinieron a desalojarnos se portaron muy bien porque yo dije que mientras se quedase una persona en este casa yo no me iba a ir. Me dijeron que me fuese tranquila porque no los iban a dejar aquí”, relata la vecina de Amátriain. El que más les preocupaba era el mayor, Servilio, de 92 años, que tiene problemas de movilidad y también se resistía a abandonar su hogar. “Trajeron una silla de ruedas y con mucho cuidado lo metieron en la furgoneta de una de nuestras sobrinas. Es de agradecer cómo nos trataron”, hacen hincapié los hermanos.

“Bolsico” en mano, los cuatro hermanos que residen en la vivienda se fueron a casa de sus sobrinas en Pamplona, donde han estado entretenidos con sus sobrinos pequeños, jugando y contando historias.

Ahora que han vuelto, contemplan la zona con tristeza y pena pero también con la tranquilidad de que tanto las casas como las personas están a salvo. Eso sí, destacan el orgullo que sienten por los habitantes de la zona que no han parado de trabajar estos días. “Han venido de todos los pueblos a ayudar, han hecho una piña. Se me pone la carne de gallina de pensar cómo han trabado”, dice Bene.

A apenas unos metros de ellos vive el matrimonio formado por Ana Mari Beriáin y Pedro Mari Martínez, que se marcharon a su casa de Tafalla el domingo por la tarde. “Veíamos fuego por todos los lados nos dijeron que estuviésemos preparados para irnos, sin prisa, porque era mejor que fuésemos tranquilos”, relata Ana Mari, que añade que se marcharon sin coger apenas nada, “porque teníamos la esperanza de que no iba a llegar al pueblo”.

El matrimonio vivió el momento con angustia y nervios. Su hijo Iñaki fue uno de los tantos agricultores de la zona que se quedó a realizar cortafuegos y perimetrar los pueblos. “Había noches que llegaba a las cinco de la mañana, se daba una ducha y se volvía a ir”, relata. Ahora, ya de vuelta, piensan en sus pueblos vecinos y el impacto de ver el monte y el campo arrasado.

Como ellos, decenas de familias de los pueblos de Maquírrian, Olleta, Lerga, Sánsoain o Gallipienzo intentan volver a la normalidad tras días de desconcierto mientras los incendios han dejado patente la necesidad de poner en valor y apostar por cuidar el entorno rural navarro, una de las joyas más preciadas que tiene la Comunidad Foral.