Síguenos en redes sociales:

Tres años sin un respiro para los niños de Chernóbil

La guerra de Ucrania ha perjudicado a los programas de acogida de menores de Chernóbil, que tras más de 25 años, llevan desde 2020 sin poder realizarse con normalidad

Tres años sin un respiro para los niños de ChernóbilJavier Bergasa

Ucrania lleva desde el 24 de febrero sufriendo la invasión y los abusos de Putin. Las muertes y los daños causados siguen abriendo los telediarios, mientras se abre paso un clima de incertidumbre e inestabilidad a nivel internacional.

Esta guerra también ha truncado los planes de muchas personas totalmente ajenas a este conflicto. Es el caso de los niños y niñas que viven cerca de Chernóbil y que cada verano vienen a Hegoalde con sus familias de acogida. 

Existen numerosas asociaciones que trabajan desde hace años, sin ningún tipo de ánimo de lucro, para que los jóvenes que viven cerca del lugar donde se produjo la peor catástrofe nuclear de los últimos siglos puedan pasar cada verano entre nosotros. Esto permite que su sistema inmunológico pueda recuperarse del debilitamiento provocado por la exposición a la radiación nuclear en la que viven.

Muchos de los menores pertenecen a familias que no disponen de los recursos económicos suficientes para alejar a sus hijos de la región, por lo que los programas de acogida son la única alternativa que tienen para salir una temporada de la zona.

La llegada de la peor pandemia que hemos sufrido en el último siglo hizo que muchos niños no pudieran venir los veranos de 2020 y 2021, y ahora que parecía que este programa volvería a funcionar con normalidad, la invasión rusa en Ucrania ha afectado al proyecto, provocando, de nuevo, que numerosos jóvenes no hayan podido salir de Ucrania.

Se retoma a medias

Txernobil Elkartea y Txernobilen Lagunak son dos asociaciones que realizan esta labor. Pese a que después de dos años de parón han podido retomar el programa, para muchos niños no ha sido posible venir. Así lo explica Marian Izagirre, presidenta de Txernobil Elkartea: “Nuestra asociación ha podido traer a más de 400 personas este verano, pero muchos otros se han tenido que quedar allí. Los que han venido están en calidad de refugiados y estarán aquí hasta que acabe la guerra”.

Txernobil Elkartea nació en 1996 y tiene familias voluntarias en las cuatro provincias de Hegoalde. En 25 años de trabajo las familias de Txernobil Elkartea nunca habían vivido una situación similar.

En un contexto de guerra no está permitido llevar a cabo este tipo de programas, por lo que los niños han tenido que venir en calidad de refugiados, y permanecerán con sus familias de acogida hasta que la guerra termine, así lo explica Marian: “No estamos haciendo lo habitual, sino lo que la guerra nos deja. Por suerte hemos podido acoger a los jóvenes que ya tenían vínculo con la asociación en calidad de refugiados. Pero no hemos podido traer menores nuevos”.

Los miembros de una familia de Txernobil Elkartea en Ucar (Nafarroa), el municipio donde residen

Por su parte, Txernobilen Lagunak lleva 25 años acogiendo niños en la provincia de Gipuzkoa. Idoia Fernández, secretaria de la asociación, señala que al igual que Txernobil Elkartea, tras dos años parados no han tenido otra opción que acoger a los jóvenes en calidad de refugiados.

Pese a que muchos niños si han podido venir, Idoia lamenta que muchos otros no hayan podido abandonar sus casas: “Este verano Txernobilen Lagunak tan solo ha podido acoger a 12 niños, otros 11 se han tenido que quedar en Ucrania”. Según lamenta Idoia, esta situación ha sido “realmente dura” para las familias de acogida, que han visto cómo los menores están siendo víctimas del retroceso democrático y el giro hacia el autoritarismo de Putin. “Les está tocando vivir situaciones muy duras, primero fue el covid-19 y ahora la guerra”, señala Idoia.

Reencuentro tras dos años

Después de estar dos veranos sin verse, las familias de Txernobil Elkartea y Txernobilen Lagunak se reencontraron con los jóvenes las pasadas navidades de 2021. “No es habitual que vengan en navidades pero llevábamos desde 2019 sin vernos, por lo que teníamos muchas ganas de estar con ellos”, indica Idoia.

El vínculo que se crea entre estos niños y sus familias de acogida es muy fuerte, tanto es así, que muchas de estas familias, a parte de recibirles en verano, suelen ir a visitarlos a Ucrania cada Semana Santa.

Marian lamenta que desde que estalló el covid en 2020 no han podido ir: “Como asociación está siendo muy diferente y especialmente difícil, pero aquí estamos para todo lo que necesiten”.

Más necesario que nunca

Las dos asociaciones, así como el resto de asociaciones que llevan a cabo esta labor, reclaman más facilidades a las instituciones para poder realizar el programa con normalidad. Idoia indica que la diputación de Gipuzkoa ha permitido que los programas de “saneamiento” estén parados: “Los menores venían en estos programas, y esta vez los niños han tenido que venir como refugiados, se quedarán hasta que termine el conflicto”. Por ello, reivindica una mayor implicación a las instituciones, a las que pide que ayuden a que el programa de navidad pueda salir adelante: “Los 11 niños que se han quedado allí también merecen venir, después de todo lo que están viviendo, se merecen unos días de descanso”.

Que actualmente estos niños sólo puedan venir en calidad de “refugiados” hace que los trámites sean mucho más complejos. Además, aquellos que previamente no hayan participado en los programas no han podido acogerse al proyecto.

Las asociaciones subrayan que en este contexto de conflicto “con mas razón” deberían estar aquí.

“La inestabilidad en la región es muy grande. Muchos días atacan la zona por lo que están en una situación de mucha inseguridad. Que los niños puedan venir este año es más necesario que nunca”, asegura Marian. 

Del mismo modo, destaca que la situación de los ucranianos no solo se ve afectada por la guerra; la bajada de los sueldos y la subida de los precios está siendo muy destacada: “Antes la situación económica era dura, ahora es catastrófica”. 

Marian e Idoia coinciden en que están mucho mejor aquí en cuanto a seguridad, facilidades o atención médica, ya que, según recuerda Marian, allí está “todo parado”; la guerra también supone un problema a la hora de hacer la compra o ir al médico: “En todos los sentidos consideramos que están mejor aquí. Cuando acabe la guerra va a quedar el país destrozado, y en la región donde viven, que ya era una zona deprimida, no va a quedar nada”. 

Las asociaciones no han podido traer a todos los niños que hubieran querido. Además, según señalan, muchos de ellos no han venido porque no se han visto preparados para ello. Idoia relata que muchos niños no han podido venir porque “se encuentran en estado de shock. No están preparados para dejar a sus familias”.

Asimismo, la presidenta de Txernobil Elkartea cuenta que algunos no han querido venir porque sienten que tienen que “proteger a sus familias”.

Según señala, sienten que se tienen que quedar allí para ayudar y defender su casa: "¿Qué va a defender de un misil un chaval de 10 años? También se muestran protectores con sus hermanos. Es lo que les pide su cabeza y no pueden estar tranquilos viniendo aquí”.

La presión psicológica juega un papel importante en este conflicto, pese a ello, las asociaciones tienen la esperanza de que en navidades todos los niños puedan reencontrarse con sus familias de acogida.

Grandes beneficios

Un estudio de la OMS concluye que pasar 40 días fuera de zonas con alta radiactividad alarga la vida media 2 años. Asimismo, el Instituto Belrad de Minsk para la seguridad de la radiactividad, afirma que estas estancias permiten que los niños reduzcan su nivel de radiactividad entre un 30 y un 40%. 

Idoia destaca que venir en verano les permite sanear su salud: “Se nota que la radioactividad les afecta, y con el calor del verano es más peligroso aún. Algunos vienen con tiroides o problemas de crecimiento, entre otros problemas, y aquí van al dentista, al médico… además respiran aire mucho más sano y vuelven a su país con mejor salud y fuerza”.

La mayoría no padecen una enfermedad claramente manifestada, pero su sistema inmunológico está debilitado. Por ello, pasar este periodo alejados de la radiactividad y tomando una alimentación saludable les permite aumentar sus defensas y afrontar mejor los duros inviernos en su país. 

A parte de la mejora en su salud, a lo largo de los años los niños aprenden castellano, euskera o incluso ambos idiomas. Esto hace que muchos lleguen a la universidad con la intención de estudiar algún grado relacionado con los idiomas. “Venir aquí les abre esa vía, solo por eso, además de la mejora en su salud, ya merece la pena”, destaca Idoia, quien define como gratificante el saber que gracias a ellos tengan otro punto de vista: "Ven que pueden conseguir más cosas en la vida. Intentamos darles otra visión”.

Marian, que lleva 22 años acogiendo niños, siente que hay que implicarse más que nunca: “Yo ya no entiendo mi vida sin ayudarles. Ofrecemos todo lo que podemos, que es nuestra casa y nuestro cariño. No es algo difícil y para ellos es muy importante, es por su salud”.

Estas familias acogen a unos niños con los que a lo largo de los años desarrollan un vínculo especial, tanto que cuando cumplen la mayoría de edad, en la mayoría de los casos el contacto sigue siendo permanente.

Idoia y Marian confían en que pronto el programa se desarrolle con normalidad y reencontrarse con los niños, que solo quieren vivir en paz y lejos de la guerra. “Cuando esta guerra acabe harán falta más familias de acogida”, advierte Marian.

En contacto permanente

Para estas familias fue muy duro el inicio de la guerra, ya que perdieron el contacto con los niños y durante semanas no supieron nada de ellos. 

“Los rusos pasaron por la zona donde viven estos niños. Cortaron la comunicación y hasta el 1 de abril no supimos nada de ellos, eso fue realmente duro”, lamenta Idoia. A partir del 1 de abril poco a poco han conseguido tener comunicación.

Para las familias de Txernobil Elkartea la situación fue similar, en su caso al principio de la guerra el contacto fue continuo. Sin embargo, Marian señala que cuando los rusos entraron en la zona el contacto se perdió durante un mes: “Perder toda la comunicación fue muy duro, no tenían ni electricidad”.

Las familias de ambas asociaciones se muestran esperanzadas de que estos niños puedan volver las próximas navidades.

No hay barreras

Idoia comenta que al principio la comunicación es complicada, ya que cuando los niños llegan por primera vez hablan ucraniano o ruso. Sin embargo, con el paso de los años "da gusto oírles hablar en euskera o castellano".

Del mismo modo, Idoia destaca la ilusión y las ganas con las que llegan: “Ellos lo dan todo por aprender e integrarse, lo que resulta enormemente gratificante”.

Normalmente los niños que vienen con las asociaciones tienen entre 7 y 17 años. A lo largo de estos años los jóvenes se convierten en uno más en sus casas, tanto que una vez finalizados los programas siguen viniendo a Euskal Herria a visitar a sus familias de acogida.

Marian e Idoia subrayan lo enriquecedor que es participar en este proyecto, al mismo tiempo que animan a toda la sociedad a formar parte de esta iniciativa tan necesaria.