Ana es vecina de Pamplona, emprendedora, tiene 54 años y su nombre no es Ana pero lo utiliza de manera ficticia para este reportaje porque le da mucho palo y más vergüenza contar por todo lo que ha pasado a raíz de uno de estos créditos envenenados. Fue hace más de dos décadas cuando ella se hizo con su primera tarjeta revolving, un producto muy desconocido por aquel entonces y que, sin embargo, ahora está a primera orden del día. Ana recuerda de forma vaga aquella llamada telefónica que jamás pensó que le generaría los problemas que ha ido arrastrando. 

“Cuando me llamaron para ofrecerme la tarjeta no sabía realmente ni qué era. Lo único que recuerdo y por lo que me resultó interesante aquella oferta es porque ofrecía financiación inmediata y yo en ese momento atravesaba una serie de dificultades por lo que me venía bien algo así y empecé a usar la tarjeta”, admite Ana. “En ese momento nadie te habla de los intereses que tienes que pagar, o del seguro, o de las comisiones... Es que, gracias a la demanda que presenté en el juzgado con el abogado Jorge Iribarren, he podido recuperar 31.500 euros por los intereses abusivos que me han cobrado, pero imagínate si me han devuelto todo ese dinero, lo que les he tenido que regalar durante tantos años”. 

Ana recuerda que le llamaron por teléfono para la contratación, que lo hicieron desde Wizink Bank, entidad con la que nunca había trabajado. “Al principio estuvo durante un tiempo sin usar la tarjeta o con cantidades pequeñas, así que como te endeudas poco no eres realmente consciente de lo que tienes contratado. Luego me llegó una situación personal de necesidad y empecé a hacer uso de ella. Y ahí es cuando llegaron muchos meses en los que pagaba hasta 400 euros al mes solo de intereses. Lo que ocurre con estas tarjetas es que te metes en un bucle y no hay manera de salir de él, porque no hay forma de reducir la deuda. Sigues pagando y el capital no se reduce, es que incluso hay meses que incluso me llegó a crecer. Este tipo de productos hacen que cuando decidas acabar con ellos solo puedes entramparte más".

"La trampa es que te venden la moto de que la tarjeta la vas a ir pagando a tu ritmo, que vas a poder fraccionarte las cantidades, y luego nada de eso es verdad. Además, como te dan muchas facilidades, es un producto muy fáicil de adquirir, es muy tentador. Recuerdo que al principio pensaba que era mucho más fácil que un préstamo, porque no tienes que pasar por un banco y por un notario y firmar una serie de condiciones, pero en realidad esto lo único que te causa es un problema tras otro. Y al final lo pasas mal”.

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Llegó un momento en el que Ana se hartó de todo este círculo irrompible. “En los últimos años ya reduje mucho el uso de la tarjeta y lo que traté fue de hacer esfuerzos para acabar liquidando las cantidades pendientes. Pero es que no había manera de hacerlo. Así que cuando llegó la pandemia y el confinamiento decidí ya ponerle remedio. Al principio contacté con un bufete de abogados de estos que están presentes en toda España, pero no me atendieron como quería. Y luego conocí a través de un familiar a Jorge Iribarren, el abogado que me ha llevado la demanda. Al ver mi caso, él fue el primero que me dijo que dejara de pagar y que comenzara a reclamarles documentación. Le hice caso y dejé de pagarles. Fue entonces cuando empezaron con el acoso telefónico. Me llamaban una decena de veces cada día desde teléfonos distintos y me amenazaban. Hay que saber soportar también esos momentos...”, suspira. Mientras tanto, la información que les había solicitado seguía sin aparecer. Ni sabía el histórico de pagos que había realizado, ni sabía desde cuándo tenía contratada la tarjeta... “Han sido muy poco transparentes. En el momento de interponer la demanda adeudaba algo más de 4.000 euros y finalmente he terminado con una sentencia en la que me reconocen 31.500 euros. Está claro que ahora es mucho más fácil de saber todo lo que ha ocurrido con estas tarjetas y lo ideal es que la gente en esta situación decida dar un paso hacia adelante”. – Enrique Conde