Padeció un tormento entre los 6 y los 14 años. Hoy en día, superando la veintena, es un joven pamplonés formado, con trabajo, y encantador, pero sobre todo es un auténtico superviviente del bullying que soportó durante años y que le llevó a tener pensamientos suicidas recurrentes. "Mi sueño a los 10 años era que no me pegasen tanto en el colegio. Hoy puedo soñar tranquilo”, asegura, como ejemplo vivo de que, con ayuda, es posible desarrollarse y superar el acoso escolar sufrido durante la infancia y la adolescencia, aunque queden algunas cicatrices.

El acoso escolar está en la base de la mayoría de ideas autolíticas de los menores de edad. El infierno que atraviesan en un entorno que debería ser pacífico para ellos, como es el ámbito educativo, lleva a muchos chicos y chicas a situaciones de depresión y angustia, en la que no ven luz al final del túnel. Javier (nombre ficticio) es uno de esos chavales, que estuvo a punto de tirar la toalla. “Con 14 años cogí un cuchillo y me encerré en mi habitación. Estaba cansado de sufrir acoso escolar. Pero mi padre entró, me vio con el cuchillo y se echó a llorar en una esquina. Aquel momento cambió mi vida”, explica.

“Con 14 años cogí un cuchillo y me encerré en mi habitación. Estaba cansado de sufrir acoso escolar"

Todo comenzó en 1º de Primaria, a los 6 años de edad. “Empezaron con insultos. Y después te dan la primera paliza y no te defiendes, y empieza la fama de que no te defiendes. Después siguen las palizas y ya no te puedes defender”, expone crudamente. Aunque admite que “cuesta pedir ayuda, contarlo”, recuerda que “llegaba con heridas a casa y mis padres notaron que pasaba algo. Cuando no llegaba con heridas, me encerraba en mi habitación o evitaba hablar de la escuela, fingía para no ir a clase”.

En esos años de la infancia –a los 10 años le diagnosticaron depresión–, Javier se aisló en la protección de su hogar. “No tenía amistades, ni actividades sociales. Me quedaba encerrado en casa”. Nadie salía en su ayuda en los momentos en los que otros compañeros de clase le acosaban. “Había gente que no se metía, los observadores, pero no había nadie que se metiese a defenderme. Realmente estaba solo. Incluso había algunos acosadores que lo hacían para evitar que les acosasen a ellos”. 

“Había gente que no se metía, los observadores, pero no había nadie que se metiese a defenderme"

Aunque estuvo apuntado a clases de defensa personal, defenderse por sí mismo era inviable. También formó parte de un equipo de fútbol, pero no llegó a integrarse. Hasta que descubrió el baloncesto, un refugio para su acoso. “Practicar deporte fue de mucha ayuda”, reconoce, también su perra

Aunque buscó amparo en sus padres, Javier intentó restarle importancia a la situación de acoso que sufría. “No quería que me cambiasen de colegio, es algo irracional y hoy no le encuentro explicación. Quizá era porque tenía miedo a sufrir un mayor acoso en otro centro”. Cuando cursaba 4º de Primaria, “la educadora del colegio realizó un sociograma, en el que se confirmó que se me hacía bullying, pero lo ocultó y a mis padres les dijo que no estaba claro”. 

El peor momento

La situación más traumatizante que recuerda se produjo a los 14 años, cuando cursaba 2º de la ESO. “Entre un grupo de chicos me cogieron y me rajaron la cazadora con una navaja. Menos mal que llevaba cazadora. Hoy en día es un recuerdo que me sigue volviendo, porque de normal mi vida estaba medio en riesgo, pero ahí fue el caso más extremo de violencia”.

Entonces Javier comenzó a frecuentar un puente sobre el río Arga, donde se relajaba. “Investigando con posteriodad, haciendo ecoterapia, descubrí que era el sitio donde estaba tranquilo, porque era el lugar donde me surgían las ideas de suicidarme, donde se iba a terminar todo, el acoso, el dolor...”. El joven también se autolesionaba golpeándose contra las paredes de su casa. “Pegaba con la cabeza, con los puños.... Hasta que cogí un cuchillo y me metí en mi habitación”.

“Entre un grupo de chicos me cogieron y me rajaron la cazadora con una navaja"

Además de empezar a estar en tratamiento psicológico y psiquiátrico, aquel punto de inflexión supuso la activación del protocolo contra el bullying en el centro escolar de Javier. “Consistía en una reunión semanal de la educadora conmigo y en una reunión mensual con toda la clase. Pero no quedó registrado nada, porque mis padres estuvieron valorando denunciar lo ocurrido y no había constancia de nada por escrito. Hubo un fallo flagrante en la aplicación del protocolo antibullying. Mi caso no fue atendido correctamente ni por la directora, ni por la educadora”, censura.

Cambiar de instituto antes de cursar 3º de ESO fue la solución y el final del acoso escolar. “Recuerdo estar en la playa ese verano y sentir una gran felicidad, un gran alivio, por saber que no iba a volver a compartir clase con mis acosadores”. Sin embargo, esos ocho años de bullying, dejaron algunas secuelas, como el estrés postraumático, que aparecía, sobre todo, cuando iba a clase. “Llegué a ir con un tensiómetro y a tener más de 200 pulsaciones por minuto, y 18-12 de tensión”. Además, durante años sufrió parálisis del sueño y tampoco soportaba tener a nadie detrás, a su espalda. “Yo me sentaba en la primera fila del aula y una de las agresiones más recurrentes que sufría era que me daban tortas en el cuello. En medio de la clase, se levantaban y me pegaban. Afortunadamente, esta situación también la pude superar”, afirma.

“Si sufres acoso, no te calles, cuéntalo para pararlo"

Javier prefiere mantener su identidad en el anonimato, no por miedo, sino como gesto conciliador. “A día de hoy, mis acosadores se cruzan conmigo y giran la cara, incluso alguno ha venido a pedirme perdón llorando cuando supo lo que pasé. Seguramente hicieron lo que hicieron porque estaban pasando una mala época en casa y pagaban su frustración conmigo. Por eso no quiero que ellos se sientan identificados aquí”, expone.

Aunque admite que “no se llega a perdonar lo que me hicieron, puedes ponerte en la piel de la otra persona y entenderlo, nunca justificarlo”. Por eso, da valor a quienes se acercaron en un momento de su vida para pedirle perdón. “Yo tuve mi momento de rabia, de pensar en ir a por uno de mis acosadores, pero no podemos convertirnos en aquello que nos hizo la vida imposible, simplemente hay que vivir y seguir adelante”.

Es lo que hizo, normalizar su vida. Y en ese proceso destaca que “desde muy niño, he aprendido a valorar cosas pequeñas que no todo el mundo valora, como un abrazo, reírme, ir a pasear por el río... La vida me ha obligado a hacerme duro, al menos por fuera, pero cuando atraviesas esa carcasa, ves que soy una persona muy sensible”. Y deja un consejo vital: “Si sufres acoso, no te calles, cuéntalo para pararlo".