Aunque es cierto que ya no quedan presos vivos, “que sepamos”, aún quedan hijas, hijos, nietos, nietas, incluso bisnietas y bisnietos, que no están dispuestos a olvidar las calamidades “a las que fueron sometidos por ser familiares de presos o fusilados y que nos exigen el reconocimiento social de los suyos”. Así lo ha expresado Víctor Oroz, director de Txinparta, en el homenaje celebrado este domingo.

Agus Hernan, procedente de Hendaia, ha relatado cómo su abuela, Vicenta López, “fue interrogada cuando su marido, Teodoro Hernan, había sido arrestado, dejando a los cinco hijos en casa. Tuvo que ver desde el calabozo cómo la guardia civil entregaba sus hijos a unas monjas”.

López fue “interrogada, golpeada y torturada, no sabía nada de lo que le preguntaban. Entonces la raparon y la mandaron fusilar, pero como hacia pocos meses que había tenido su último hijo, un guardia pensó que estaba embarazada y se libró de la muerte”, ha explicado Hernan. Una vez recuperó a sus hijos, los llevó a Madrid “por seguridad y volvió aquí para subir todos los días al fuerte a ver a mi abuelo”, al cual soltaron en 1948. Por desgracia, las malas condiciones en las que estuvo en la cárcel, “le hicieron coger una neumonía que lo mató. No murió en la cárcel pero murió por culpa de ella. Me robaron pasar la infancia con él”.

Otro ejemplo lo ha ofrecido Ana María Lázaro, de Valladolid. “Mi padre, Eusebio Lázaro, preso número 2.674, luchó contra los golpistas pero, por miedo a las represalias que pudieran tener en mi madre y en mi, se entregó a los sublevados”, que lo mandaron al Fuerte de San Cristóbal.

Así, “el castigo era doble, por la cárcel y la larga distancia. Mi madre tardaba más de un día en venir, un viaje donde soportaba humillaciones y se mordía el labio. También le enviaba comida a mi padre, pero a él solo le llegaba un paquete con ladrillos”.

Alejandro Vivas, también de Valladolid, ha observado cómo únicamente soltaron a su bisabuelo tres meses antes de morir por las malas condiciones en las que se encontraba, “llegó muy deteriorado a casa, por el frío, el hambre que pasaba en el Fuerte y por las palizas que le daban”.

Alejandro Vivas, acompañado de su familia. Unai Beroiz

Por último, Beatriz Fernandez, procedente de Salamanca, ha contado orgullosa la historia de su bisabuela, Elena Blanco.“Le arrebataron a su marido, asesinado después en la fuga 1938, cuando tenían seis hijos y tuvo que sacar adelante a su familia mientras era menospreciada por ser la mujer de un rojo”.

Beatriz Fernández, acompañada de su familia. Unai Beroiz