Remedios Zafra (Córdoba, 1973) fue esta martes la segunda invitada de la Semana del Pensamiento organizada por Civican, con una charla sobre el futuro de la igualdad. Un término que “por necesario y cotidiano parece consabido, pero que tiene muchos abordajes posibles”. Por ejemplo, mirando al antónimo, la desigualdad derivada de una nueva cultura digital. Zafra no se queda solo en las consecuencias, y subraya que, en conjunto, la desigualdad “señala a los privilegiados y la existencia de un conflicto de clase que nunca se fue y sigue estando”.

Háblenos del futuro de la igualdad.

–Me parece una cuestión perturbadora, que ayuda a sacarnos de las ideas preconcebidas. Tenemos que poder ser lo que queramos ser. Ese es el objetivo de un mundo más igualitario y más libre, que las personas tengan los contextos que les permitan ser socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres, como decía Rosa Luxemburgo. Ante nuestro futuro predominan visiones pesimistas sobre lo que está pasando, acompañadas por la multitud de noticias negativas que llenan nuestros días, y todos los estudios científicos que dibujan un horizonte muy inquietante. Eso tiene que ser contrarrestado con el recuerdo de que la igualdad se construye socialmente. Somos agentes que pueden intervenir en lo que construimos, y modificar cosas convenidas que vivimos como normalizadas.

Dentro de unas relaciones de poder.

–Exacto. El pesimismo genera resignación, y la resignación es lo más cercano a la desigualdad. Incentiva mantener las inercias y las formas que hacen de la desigualdad una seña de identidad creciente. Resignarnos no debiera ser una respuesta, sino luchar, porque las personas pueden y deben ser partícipes del mundo que habitamos. La igualdad fue capaz de construir un suelo social de servicios públicos, como la educación o la sanidad. Mi padre es agricultor, mi madre tenía una pequeña tienda, y los dos, al igual que las personas de mi pueblo de su edad, apenas saben leer y escribir. Construir ese suelo social dio alas a la igualdad de oportunidades, que no se opone a la diversidad.

"En su lado positivo las redes pueden contribuir, por ejemplo para el feminismo, a hacer público lo que antes era privado y se sentía opresivo"

Igualdad no es falta de pluralidad ni de singularidad.

–La igualdad es positiva y tiene que ver con esa posibilidad de tener las mismas oportunidades para desarrollarnos libremente como personas. Diferencia y desigualdad a veces se utilizan como sinónimos pero son en este sentido palabras matizables. La diferencia habla de la diversidad, y es positiva y enriquecedora. Pero la desigualdad implica convertir las diferencias en limitación de oportunidades por el hecho de nacer a un lado u otro de una frontera, de tener determinado cuerpo, una cuenta bancaria más abultada o escasa, llamarte María José o José María.

¿Detecta un nuevo clasismo en la actualidad?

–La desigualdad está creciendo de una manera alarmante, y pienso que no es baladí que lo haga en paralelo a cómo hemos normalizado en nuestra vida las redes (digitales) y la tecnología movida bajo fuerzas neoliberales. Ese es el gran poder hoy día, del capital instrumentalizado.

Tecnología que se nos vendía a principios de este siglo como un elemento democratizador.

–Mi acercamiento al análisis de la tecnología en los años noventa fue atraído por ese espíritu de internet como espacio para la igualdad y la horizontalización, donde todas las personas podríamos tener voz compartida. Eso se ha convertido en saturación y ruido y lo que iba a ser un espacio público no lo es, sino que mayoritariamente está gestionado por empresas privadas que crean el espejismo de algo público. Esa es una de las grandes taras de la cultura contemporánea en relación con la igualdad.

¿Qué más problemas observa?

–El conflicto de clase no se ha ido. Derivado de la pobreza, la desigualdad y la economía nos obliga de una vez por todas a abordar la igualdad no exclusivamente como una reclamación de derechos, sino también a los privilegiados, que deben darse por aludidos y no asumir de manera hipócrita avances que se van logrando, que no han sido comprendidos por muchas personas, por ejemplo en contextos de poder, como en el deporte, la empresa o la investigación.

"Pero en lo cotidiano las redes contribuyen a la conversión de las personas en productos, y a otro tipo de exposición de la intimidad"

¿Se refiere al acceso de las mujeres a esos ámbitos?

–En el caso del deporte los avances en igualdad a veces los hemos limitado a los números, y nos faltan todavía muchos pasos para que entendamos la importancia de que haya mujeres en el fútbol que sean inspiradoras de niñas que puedan jugar a este deporte o ser también directivas en los contextos donde se piensa y se gestiona el deporte. Los retos en igualdad que no han sido comprendidos requieren detenernos a pensar por qué pasa esto. Y esto no se promueve en las redes.

Apela a la solidaridad, pero hay una estructura ideológica de pensamiento poco empático.

–La empatía es difícil y avanzar en igualdad también. Una de las grandes limitaciones que tenemos es la tendencia a polarizarse, animada de manera en absoluto inocente por esos contextos de socialización mayoritarios que son las redes sociales. Pero para el feminismo, por ejemplo, las redes pueden contribuir a hacer público lo que antes era privado y se sentía opresivo. Esas proclamas del me too o se acabó tienen grandísimo valor. De la idea de que esto solo me pasa a mí, y de esto no se habla, de pronto nos encontramos con que a otras les pasa, y se genera una comunidad, y eso que era privado se hace público, compartido, político y transformador. Ese poder de apropiación política transgresora de las redes me parece absolutamente punzante. Sí me preocupa que los logros obtenidos con la movilización feminista este verano puedan ser instrumentalizados para polarizar a la sociedad y no para aprovechar la oportunidad de lograr igualdad y pensar con empatía y solidaridad en una situación asimétrica. Las desigualdades siempre parten de contexto asimétricos que hemos normalizado. Si no introducimos medidas de cambio seguirán repitiéndose.

En este asunto, parece que se avanza en una conciencia colectiva hacia una sociedad más igualitaria, mientras los adolescentes, en cambio, se dan de bruces ante el porno.

–Ahí está el reto de asumir este contexto que es complejo con lecturas también complejas, porque si bien hay que poner en valor esa alianza transgresora de hacer público y político algo que era íntimo, lo cotidiano de las redes es contribuir a la conversión de las personas en productos y a otro tipo de exposición y utilización de la intimidad para otros fines. Ahí está el ejemplo de las fotografías manipuladas por inteligencia artificial entre otros muchos ejemplos. Son escenarios que transforman nuestra forma de relacionarnos, de presentarnos a los otros y de construir verdad. Los grupos de redes se caracterizan en gran medida por la homogeneidad, y terminas teniendo una información que tiende a retroalimentar lo que ya pensabas. Ahora el problema se ha agravado, porque puede haber vídeos nuestros, con apariencia totalmente verídica, sin que nosotros tengamos conocimiento. Ese marco nos pone ante retos increíbles a toda la sociedad, no solo al ámbito educativo. Porque nos pilla además en un momento en el que la educación está despojada de los valores éticos propios de las humanidades, porque se orienta más a valores utilitaristas.

El 23-J cerró la lista de Sumar en Madrid. ¿Qué le animó a dar este paso?

–Para mí la política forma parte también del pensamiento. Todos mis ensayos tratan sobre distintas formas de desigualdad e intentan orientar a personas que se dedican a la política, y a implicarles en fórmulas más imaginativas que a veces dan miedo llevar a la práctica. Para mí la imaginación es importante en política y también tiene un componente moral. Creo que las cosas realmente se pueden hacer de otra manera, primando el bien colectivo y no el de unos pocos.