Una ciudad con poca “magia” taurina

Establecer parecidos entre Pamplona y Sevilla no es tarea fácil, y la cultura y la manera misma de ser de sus habitantes admiten seguramente muy pocos paralelismos. Reparemos, por ejemplo, en la afición a la tauromaquia. Tan solo en Triana, uno de los barrios más taurinos de Sevilla, la nómina de coletudos profesionales incluye a primeras figuras como Juan Belmonte, “Cagancho”, “Gitanillo de Triana”, “Chicuelo” o Emilio Muñoz. Por el contrario, si miramos con ojo crítico la lista de toreros navarros que llegaron a recibir la alternativa, vemos enseguida que los pamploneses llevan desventaja respecto a los de fuera de la capital. Encontramos así tudelanos como Javier Sarasa o los hermanos Julián e Isidro Marín, el cirbonero Sergio Sánchez, el estellés Francisco Marco o tafalleses como Pablo Simón y el desafortunado Saturio Torón, que moriría en el frente durante la Guerra Civil. En cuanto a los iruindarras, desde que José Lagurregui “el Pamplonés” trajinara por los cosos norteños en el siglo XIX, apenas anotamos más toreros consagrados que el “fugaz” matador Lalo Moreno Arocena, que se retiró el mismo día de su alternativa, Edu Gracia, Pablo Simón y el malogrado “Paquiro”.

Gitano de la calle Merced

Y tampoco el protagonista del artículo de hoy, León Berrio Berrio, podría engrosar esa exigua nómina de matadores pamploneses, puesto que nunca llegó a tomar la alternativa ni alcanzó el ansiado Olimpo en el arte de Cúchares. Su habilidad consistía en hacer reír a los espectadores con ocurrencias de todo tipo, en una versión bufa del arte serio de los grandes toreros. “Leonico” pertenecía a una de las familias gitanas con más solera dentro de la vieja Iruñea, y no era el primero de su sangre que se asomaba al mundo del toreo cómico. Aunque en un ámbito tan poco dado a la memoria escrita como es el mundo gitano no es fácil recabar noticias, hemos podido saber que dos décadas antes que nuestro protagonista un tal Felipe Berrio, igualmente apodado “Gitanillo de la Merced”, realizó varias actuaciones de éxito en Pamplona. Un pasquín publicitario de la época, facilitado por el que durante años fuera presidente del Club Taurino de Iruñea, nuestro amigo Juan Ignacio Ganuza, informa de la “gran becerrada” celebrada el 23 de abril de 1933, en la que el citado Felipe Berrio alternó cartel con figuras locales como “Míster Janglis” o Agustín Martínez “Chipi”. Y el 21 de mayo de 1936, ya en vísperas del alzamiento militar, el mismo Felipe toreaba junto a una mujer de indiscutible raigambre vascona, Bárbara Labayen Echeverría, figurando como puntillero el subalterno José Jiménez, apodado “El Chico del Gobierno” vaya usted a saber por qué. Además, por aquellos tiempos y entre los miembros de la cuadrilla de Felipe Berrio figuraba un familiar que ejercía de banderillero, llamado Paulino Berrio, alias “Gitanillo de la Mañueta”.

Leonico Berrio nació en 1923 en la calle de la Merced, y casi nada sabemos de sus primeros años de vida. Hijo de Martín Berrio y Catalina Berrio, debemos considerar pariente suyo a un gitano, con toda probabilidad su abuelo, llamado también León Berrio Berrio, que según la prensa falleció el 15 de julio de 1926, cuando nuestro protagonista tenía tan solo 3 años. Más dudas tenemos con la filiación de otro León Berrio, que el 5 de abril de 1936 anunciaba en prensa una burra que pensaba vender. El hecho de que este gitano homónimo dé como referencia su domicilio en la pamplonesa calle de la Merced nos lleva a sospechar que pudiera tratarse de nuestro Leonico, que por entonces contaría 13 años, sin olvidar que nos consta que el futuro torero se dedicaba a la cría de ganado equino, como luego veremos. Una tercera cita, aparecida en la prensa el 24 de mayo de 1951, sitúa a León Berrio en la nómina de mozos del remplazo de 1947 que no habían acudido a la revista anual de la zona de Reclutamiento, por lo que iban a ser multados.

Esquela publicada en “El Pensamiento Navarro” del 20 de noviembre de 1920

Una carrera fugaz

Las pistas inconexas que hemos podido recabar sobre los orígenes de León Berrio apuntan pues a una persona nacida en el seno de una familia gitana muy arraigada en Pamplona, y con cierta tradición en el mundo de los toros. Así, no es de extrañar que hacia 1951 y de forma un tanto abrupta, Leonico saltara a la fama. El 30 de noviembre de 1951 lidia una becerrada en la plaza de toros de Pamplona, y al año siguiente, obtenido ya el favor del público pamplonés, toreaba novilladas los días 2, 4 y 27 de marzo y el 11 de mayo. “Gitanillo de la Merced” alternaba cartel con una variada fauna de torerillos locales, casi todos muy jóvenes, entre los que anotamos a Camiserito II “conocido por su finísimo estilo” según los pasquines de la época, Miguel García “Litricista”, “creador de la suerte de los zancos”, o un fenómeno que se hacía llamar “Indio Comanche”, y que era en realidad un recortador llamado Jesús Zúñiga (1936-2019). Por añadir a su incontestable habilidad algo de “discurso”, este Zúñiga realizaba sus quiebros y saltos vestido de indio, aunque las tres plumas de su cabeza, que extrañamente llevaba puestas sobre la frente, recordaban sobremanera a “Tokotoko”, el gigante negro de la comparsa, descubriendo cuáles eran en realidad sus fuentes iconográficas. Tuvo un éxito muy grande, acrecentado por la viva competencia que tenía con otro recortador, llamado “Indio Apache”, y que pertenecía por tanto a la tribu rival.

En lo que a “Gitanillo de la Merced” se refiere, parece ser que era el favorito de la afición local. Alternaba pases aparentemente serios y “profundos”, que demostraban cierto conocimiento de la técnica, con saltos, ocurrencias, carreras al sprint y espantadas que deleitaban al público. Cada vez que su nombre era anunciado el lleno en la plaza pamplonesa estaba asegurado. En cierta ocasión, y a la vista del éxito obtenido en Pamplona, el empresario taurino contrató una novillada para Berrio en Logroño. Y se cuenta que cuando el pamplonés entró en la plaza riojana mostró una enorme desazón al ver que había unas cuantas gallinas picoteando el suelo del patio de caballos. Cuando el conserje de la plaza apreció el nerviosismo de Berrio le preguntó qué le pasaba, y el gitanillo respondió, con su gracejo calé y cierta tartamudez que le caracterizaba: “Señor conserje, haga usted el favor de contar ahora mismo las javenicas, que luego Leonico no quiere saber nada…”. Los prejuicios y la estigmatización eran tan grandes que nuestro gitanillo, aun siendo el verdadero protagonista del festival taurino, quiso curarse en salud.

Un final trágico

Pero como muchas veces ocurrió a tantos grandes toreros, Leonico Berrio estaba destinado a morir joven y en su momento de mayor éxito. El 20 de noviembre de aquel mismo año 1952, en el que sus novilladas se contaron por éxitos, la prensa daba cuenta de su fallecimiento. Según cuenta José María Baroga en una de sus “notas del repórter”, fue la coz brutal de una yegua, que alcanzó a Leonico en el pecho, la que terminó con su incipiente carrera y con su vida, cuando tan solo contaba 29 años. Sin embargo un primo carnal suyo, llamado José Berrio, patriarca de los gitanos navarros, desmiente categóricamente dicha versión.

Según nos cuenta, fue el golpe atroz en el pecho, propinado por una vaquilla durante un festival, lo que causó su muerte. Recuerda José que en un principio Leonico no quiso dar importancia al golpe, pero que horas más tarde comenzó a sentirse muy mal. Se fue caminando solo desde la calle de la Merced al Hospital, pero nunca llegó. Sintiéndose morir se sentó junto a una acequia, y allí lo encontraron sin vida. Según nos cuenta su primo, Leonico habría tenido una hija con una “paisana”, pero por desgracia no han mantenido la relación familiar. Una pena. Décadas después de su muerte, aquella misma Pamplona que en 1952 llenaba la plaza de toros para jalear a Leonico ha olvidado la existencia del “Gitanillo de la Merced”, aunque sus familiares y los aficionados taurinos de Pamplona recuerdan aún, con muchísimo cariño además, la carrera fugaz de este torerillo de andar por casa.