Estaba en un examen. Cogieron mi móvil de la mesa de la profesora y me prohibieron estudiar durante tres años”. Así comienza la historia de un joven a quien llamaremos Farid, que, tras recorrer nueve países sin ningún medio, hace dos meses llegó a Pamplona, dónde continúa su trayecto para conseguir el sueño por el que dejó su país.

Farid nació en el Sahara marroquí y fue el primer hijo de una familia de seis integrantes, compuesta por sus padres, tres hermanas pequeñas y él mismo, con lo que eso conlleva. Vivían todos juntos en una casa pequeña y con el sueldo de su padre no tenían recursos suficientes para todos por lo que Farid, como buen hermano mayor, decidió irse casa “para ayudarles”. “No teníamos nada y no había ninguna solución”, recuerda. Sin saberlo, fue la última vez que pudo dormir bajo un techo de manera fija.

“En Marruecos estudiaba Bachillerato. Quiero volver a estudiar para formarme y encontrar trabajo”

Tras dejar su hogar estuvo viviendo en la calle a la vez que estudiaba el equivalente a Bachillerato hasta que un día esa vía de escape que son los estudios también se esfumó. “Tenía un examen y dejé el móvil en la mesa de la profesora, porque no podíamos tenerlo encima. De repente entró una maestra en la clase, vio mi móvil y me expulsó. Le intenté explicar que no lo tenía conmigo y no estaba haciendo nada mal. No sirvió de nada y me prohibieron estudiar durante tres años”, cuenta aún con indignación. Sin casa, sin dinero y sin posibilidad de estudiar se quedó “sin ninguna opción” y ese mismo día en el que había ido a hacer un examen decidió irse de Marruecos.

Europa de punta a punta

“Siempre hay que seguir adelante”

Consiguió dinero para un billete de avión a Turquía con el objetivo, claro pero lejano, de llegar a España. “Es una ruta muy complicada pero en Turquía hay trabajo, yo estuve en unos almacenes de plástico y cartón” - explica - “sin embargo, todo el empleo es en negro y no tenía posibilidad de conseguir papeles en un futuro.” Tras nueve meses de trabajo ahorró lo suficiente para iniciar el viaje en el que en la primera parada, Grecia, le rompieron todos sus planes.

“Tenemos que adaptarnos y seguir la normas de la ciudad en la que estamos. A mí Pamplona no me debe nada”

Intentó entrar a Grecia en seis ocasiones pero “la policía te quitaban el móvil y el dinero y te devolvían a Turquía”. En un séptimo intento consiguió entrar, pero sin nada de sus ahorros, y estuvo en el país heleno unos quince días. De ahí pasó a Macedonia, donde estuvo con un grupo, que realizaba el mismo viaje, viviendo en el monte y “bajando a los pueblos a pedir comida” porque si se encontraban con las autoridades les habrían deportado a Grecia y, a su vez, de vuelta a Turquía. Con ese miedo y en constante alerta, cruzó Serbia, Hungría, Austria, Italia y Francia hasta llegar a España hace año y medio donde, dentro de lo que cabe, “es más fácil conseguir los papeles”.

Su primer destino fue Barcelona, una ciudad que asegura que “está mucho peor que Pamplona, hay mucha gente en la calle y no hay ninguna ayuda ni solución”. Tras un par de semanas en la capital catalana decidió “probar suerte en otros sitios” y pasó por Valencia, Murcia y Almería. En esta última vivió seis meses, también en la calle, y aprovechó para aprender castellano. “Estando allí, un amigo me recomendó que viniese a Pamplona porque aquí se pueden hacer cursos y aprender, que es lo que quiero”, cuenta. Así es como después de tres años de travesía, Farid comenzó otro nuevo camino, esta vez en Navarra.

Una nueva ciudad

“Pamplona no me debe nada”

Con el objetivo intacto de conseguir trabajo y documentación en regla, Farid realizó un curso organizado por la asociación Apoyo Mutuo. Llegó sin ningún recurso y estuvo un mes viviendo debajo de un puente en Etxabakoiz y mientras le faltaba la comida, se formaba en un curso de cocina. “Quiero hacer más cursos pero hay muchas colas de espera y todavía no he podido”, cuenta.

Sobrevivía junto al río con tres amigos, tenían dos tiendas de campañas y se alimentaban con lo que Apoyo Mutuo les proporcionaba cada semana más lo que podían conseguir por su cuenta, como en algunas iglesias que dan alimentos a personas en situación de vulnerabilidad. Farid es muy creyente y acude a la mezquita para rezar con frecuencia aunque “allí no ofrecen ayuda porque ya hay asociaciones”. De las semanas que vivió en la calle, “lo más duro fue el frío a pesar de las mantas”, destaca Farid, que aguantó esas condiciones hasta que un día entró en el albergue de trinitarios por un problema de salud, donde lleva un mes. Allí recibe desayuno, comida y cena y puede descansar durante el día, horas que aprovecha para seguir aprendiendo el idioma. “Cada uno viene de un sitio buscando lo mismo, está lleno de historias muy duras”, asegura.

El joven marroquí deambula por las calles del Casco Antiguo de Pamplona. Iban Aguinaga

Hace unos días le comentó a una trabajadora social su voluntad de estudiar y, gracias a su ayuda, comenzará sus estudios de la ESO en febrero en el centro de secundaria para adultos en el centro IESNAPA Félix Urabayen. “Tengo muchas ganas de empezar. Cuando estudiaba se me daba bastante bien y estoy contento de poder volver”, comenta con entusiasmo de que llegue el momento de retomar su formación.

Sus planes de estudio añadido a que hace tan solo unas pocas semanas se pudo empadronar en la capital navarra gracias a la ayuda del Punto de Información para personas Migrantes (PIM), supone un paso más para conseguir trabajo y documentación. Un proceso que Farid está siguiendo convencido de que “hay que adaptarse a las normas de la ciudad. Pamplona a mí no me debe nada. Hay quien lo quiere todo fácil y exigen cosas, pero ni el Gobierno ni el Ayuntamiento nos debe nada”.

Tiene claro que no va a volver a Marruecos para intentar establecer su vida. “Iré para ver a mi familia pero allí no tengo ninguna puerta abierta, estaba mucho peor que aquí”, asegura con una mezcla de tristeza y rabia. Se mantiene firme en sus pensamientos a pesar de que cuando se cure del problema de salud perderá la plaza fija en trinitarios, lo que le enfrenta ante la posibilidad de volver a vivir en situación de calle. Sea como sea, está “tranquilo”, con la esperanza intacta de que el viaje que emprendió hace tres años le llevará, antes o después, a conseguir el sueño que le hizo emigrar.