Me gusta cocinar, pero no es lo mismo hacerlo cuando te apetece que todos los días por obligación”. Janire Arano ha descubierto, como todo joven que se independiza, la pereza que da coger la sartén por el mango, en su sentido literal, los 365 días del año y, no es por meter el dedo en la llaga, pero este es bisiesto. Aun así, puso las tareas domésticas en un platillo de la balanza y pesó más el de la libertad que le proporciona vivir sola. La única diferencia con cualquier otro veinteañero que haya dado este paso es que ella tiene trastorno del espectro del autismo (TEA) y ha participado en el programa de entrenamiento para la vida independiente de Apnabi, con el que se han formado ya más de cien personas. Entre ellas, Aitor Fernández, que aún no ha volado del hogar familiar, pero tiene pensado hacerlo en un futuro. “El curso está bastante bien. Lo aconsejo un 110%”, dice. Ahí es nada.

Janire Arano, 27 años

“No me suelo pasar, voy gastando poco a poco”

La cita es en el piso que Apnabi tiene en Bilbao, donde personas con TEA ponen en práctica durante un par de fines de semana lo aprendido en las sesiones teóricas, en las que abordan desde la higiene personal y la alimentación hasta la sexualidad, la prevención de riesgos, los gastos o la convivencia. Janire, que recibió esta formación hace un par de años, llega un poco después que Aitor. Es lo que tiene trabajar, analizando aceites, en un laboratorio en Eibar. “Me gusta lo que hago, pero lo quiero acercar a mi lugar de residencia”, afirma. Puestos a mejorar, tampoco le vendría mal “un garaje debajo de casa y un trastero para tener la bici”, que está aparcada en Amorebieta, donde residía con su familia hasta que en 2021 emprendió una nueva etapa a solas en la capital vizcaina.

Entre sonrisas, fruto de la vergüenza y su simpatía, esta joven de 27 años explica lo a gusto que está conviviendo consigo misma. “Puedes hacer lo que te apetece, llegar a la hora que quieras con unas normas...”, avanza. Pero no todo es color de rosa. “Si no cocinas, no tienes para comer” y en algunas situaciones, dice, tiene que pedir ayuda. “Un Whatsapp, una foto a alguien y ya está. Cuando hay que meter algo de electricidad o así, le llamo a aita”, comenta. A su madre recurre para cuestiones bancarias. “Si tengo que abrir una cuenta corriente, a veces no sabes si te están timando o no, y prefiero ir con ella”, reconoce.

Janire también recibe apoyos de Apnabi en su domicilio. Se organiza “superbién”, pero le echan una mano con la planificación y las facturas. “Llevo un control para que no se desmadre. No me ha pasado nunca, pero así me doy cuenta también de si hay algo que, por lo que sea, me han cobrado de más”, explica. Con la renta no corre ese riesgo. “El piso es de mi ama, pero le pago un alquiler”, dice esta joven, que suele “ir gastando poco a poco” y casi nunca sobrepasa su presupuesto. “Algún mes te puede pasar porque has tenido más gastos de lo normal, pero de forma habitual no”, recalca.

Antes de mudarse definitivamente, Janire ya se había quedado a dormir algún fin de semana sola en Bilbao. “Todos mis amigos y mis planes están aquí. Les pregunté a mis padres y les pareció bien. He ganado en calidad de vida. Independizarte te hace más autónomo”, asegura. El seguimiento que le hacen desde la asociación ha facilitado el tránsito y atenuado la preocupación lógica de cualquier familia a la que se le va un hijo. “Hace poco estuvimos con su ama, pusimos todo lo vivido en 2023 encima de la mesa y lo que se quería trabajar este año”, detalla Paula Scheroff, coordinadora del programa de entrenamiento para la vida independiente de Apnabi, que los acompaña en este encuentro.

De puertas para afuera, Janire confirma que los estereotipos sobre las personas con trastorno del espectro del autismo todavía perduran. “Si es muy evidente que lo puedas tener, se ve y puede que haya estereotipos, pero no se critica tanto, pero a la gente a la que se le nota menos se la critica más: ¿A este qué le pasa? y tienen que saber qué pasa y, a pesar de saberlo, van a seguir actuando igual”, denuncia.

Satisfecha con su lugar de residencia –“me gusta donde vivo, la casa y la zona también”–, Janire tiene puesto el foco en el terreno laboral. “Quiero trabajar en lo mismo, pero más cerca”, dice y no se queda de brazos cruzados. “Me suelo presentar a las oposiciones que salen de laboratorio. He hecho una de semillas, una medioambiental..., pero es difícil conseguir plaza. Al sacarse tan poquitas, no solemos tener ninguna reservada”, explica sin ninguna intención de darse por vencida.

Aitor Fernández, 27 años

“Bordo la tortilla de patatas y la carne”

Aitor celebra el día de la cita algo que ya quisieran para sí muchos jóvenes. Con 27 años lleva cinco trabajando y lo ha festejado con sus compañeros en la Diputación de Bizkaia, donde es ordenanza. “He llevado un bizcocho que ha hecho mi madre”, confiesa. También podría haberles invitado a unos pinchos caseros. “La tortilla de patatas la bordo y la carne también”, asegura este joven que todavía vive en el hogar familiar, en Bilbao, y realizó el curso de entrenamiento para vivir fuera del nido el año pasado. “Me ha venido bien. Para mí fue como un reciclaje porque prácticamente ya lo sabía casi todo desde casa”, asegura, aparentemente preparado para lanzarse a la piscina. “Tengo ganas de vivir solo”, pero no a corto plazo, matiza, mientras se piensa cuándo estrenar felpudo.

Acostumbrado a colaborar en las tareas domésticas, Aitor dice no tener grandes dificultades para asumirlas “a ratos”. “Me apaño para hacer las cosas y también la compra. Lo de organizarme y gestionar los gastos sinceramente todavía no me lo he planteado. Lo haré a futuro, pero no tan rápido”, deja claro. “El tema de los suministros te vino muy bien, repasar las facturas, entenderlas mejor”, le recuerda Paula.

Lo que más pereza le da a este joven es limpiar el polvo y hacer la cama, esto último por motivos de salud. “Yo padezco de lumbagos. Enseguida me dan y hay veces que me ha pegado justo justo cuando la estaba haciendo”, cuenta. Por lo demás, sin demasiados problemas en el frente. “Soy mañoso para las chapuzas, incluso de informática”, destaca sus habilidades.

El temor de los padres y madres a que sus hijos con trastorno del espectro del autismo emprendan sus vidas por su cuenta depende, en su opinión, “del grado y de la persona”. “Hay gente más dependiente y gente que lo es menos”, apunta. A la hora de compartir que tiene TEA, se lo piensa dos veces. “De primeras lo intento omitir. Cuando conozco a la persona más o menos y veo que puedo confiar en ella, pues ya se lo digo o no dependiendo de si veo que es buena persona o no. Si es un macarra, no se lo digo, pero si es una persona de fiar, sí”, explica y aprovecha para aclarar que “cada uno tiene sus capacidades especiales o como se quiera decir. No todos somos iguales”, reivindica Aitor, que en la institución foral se encarga de repartir la correspondencia. “No cambio ese trabajo por nada”, dice. Su único traslado pendiente, el de casa.