Casi se había ido la luz cuando llegamos a Mérida. El hotel sigue en obras, pero nos permite el alojamiento, aunque nos mandan a una tasca para el desayuno de mañana. Dejar los trastos y nos pusimos en marcha en busca del paseo por la hermosa ciudad pacense llevándonos un rato entre sus cuestas mirando piedras, y cayendo en una terraza amiga donde empezar por el buen jamón de la tierra. Hace buena noche, y es febrero. La charla sobre el día vivido, agradable sin igual, nos quita de encima el cansancio de la kilometrada que nos dimos. Pero ya toca modo siguiente, y decidimos madrugar. Hemos quedamos temprano en la finca, que apenas está a quince minutos del centro de la ciudad, así que desayunamos mientras sale el sol, vuelta al tetris del maletero y buscamos el puente que nos lleva al otro lado del Guadiana. En busca del cruce de Alange, ya no tenemos ninguna duda de pasarnos la puerta de entrada del señorío.
Donde se empiecen a ver olivos a millares ya estamos. Y puntuales a la cita nos llegamos a la zona de cocheras donde hemos quedado con el conocedor de la casa. Borja Domecq está de viaje, pero en esta finca quedar en las manos de Ángel, trabajador sin fin que nació en ella, es todo un lujo. Nos hace esperar unos minutos porque los papeles de la oficina deben estar hechos a diario, y por ello se disculpa, sin motivo alguno, entre abrazos cuando nos vemos. Son muchos tiros pegados juntos como para que no nos callemos en nada, y la mañana va a ser divertida, sobre todo para los de los asientos de atrás cuando escuchan el partido de tenis que nos llevamos delante, puya arriba, puya abajo. El cariño y la confianza suele hacer esas cosas, y la conversación comienza por obligación a ver si conoce ya el terreno. Anda que no ha cambiado nada en veinticinco años desde que viste el primer toro de tu vida, le digo. Y es que el ganado bravo, per se, no se defiende de los costes, ni siquiera en una casa rica como esta, donde, como madre del encaste prevalente en el taurineo actual, es querida en multitud de lugares.
Y aunque es de las ganaderías que más lidian al año, ni siquiera puede ir a todos los lares que la demandan. Por eso, mientras caminamos por el hermoso paraje, cada vez el oro líquido llena más el pasto. Ahora, además, vemos otra pieza llena de placas solares. Por donde empezamos, dice Ángel cuando llegamos a tierra de toros. Por Jerez, respondo. Así vamos viendo de lo más chico a lo mayor. Igual hasta Pamplona nos parece grande después de ver la primera, le comento entre risas, lo cual hace que se vuelva nuevamente a los de atrás, buscando aliados contra mí. Y sin dejarnos abrir cancelas, vamos pasando por Jerez, dos francesas, Arles para abril, Arnedo para el 22 de marzo y Valencia, que ya llega. Una plaza de primera en marzo que espera el toro de Madrid cuando eso nunca puede ser. Vais a tener problemas, le digo. Como todos, todos los años, responde. Toros con pelos de invierno, sin estirarse en esa última primavera de su vida no es lo mismo. Deben saber que nada tiene que ver el toro de primeros de marzo al de mediados de mayo. Parece tonto decirlo por apenas 70 días de diferencia, pero háganme caso. El cambio es brutal. Y nada te digo si fuere para Sanfermines.
Pasamos por Sevilla, que será en mayo este año, ya con su típico fenotipo bonito, y de los trece festejos previstos, llegamos a lo mayor. Madrid y Pamplona. Y una vez más vemos variedad cromática en estos últimos corrales. Están tranquilos. Hemos visto cómo venían del corredero con los vaqueros. Ya se han hecho sus más de cuatro kilómetros, y se les nota la humedad en el cuerpo, aunque como la mañana no levanta, al revés, amenaza lluvia, apenas se nota como el humo parece escapárseles del cuerpo. Vemos dos jaboneros y un melocotón, así que divagamos, y comentamos que no irán todos en el mismo lote a ninguna de ambas ciudades. Pamplona tiene más cara, pero Madrid parece más rematada. Y solo es un mes de diferencia ya que lidian el 5 de junio allí. Pero qué mes más bueno en el campo por estos pagos. Hay diez separados para Madrid y ocho para Pamplona, que se verá reforzada por lógica de lo que de aquello se quite. De hecho hay uno de Villa y Corte que rápido le digo que pega más en la Vieja Iruña, buscando emparejar por hechuras. Así es como se suele hacer para que vayan, más o menos, todos de la misma condición en fenotipo, pero hay que escuchar al que los cría. Por algo los habrán seleccionado ellos, digo.
La mañana se nos ha marchado, y a pesar de la impostada discusión continua, soy feliz estando con Ángel por este increíble paraje, y seguiría con los utreros y erales. Novillos hemos visto unos pocos, que también tiene su salida este año. Las vacas y los peques no. El laboratorio está en la otra finca a un centenar de kilómetros más al sur. Y hacia allí tiene que marchar nuestro anfitrión. Nosotros también, pero porque vamos camino de Jerez. Nos despedimos del buen mayoral, con mandatos para compañeros de otras casas que visitaremos en días venideros, y tras darle nuestro agradecimiento salimos a la carretera otra vez. La intención es llegarnos a comer a Monesterio. Vamos al Mallorca, a tiro conocido. Un poco de jabugo, cañita de lomo y demás chacina de la zona nos abriría las papilas para acompañarlo con un ricos callos. Lo malo el agua del que conduce, que no estamos para bromas. Y pasar por Sevilla, que el puente esta en obras. El del volante ya sueña con la piscina cubierta del hotel. Yo con llegar a la ciudad que considero mi segunda casa.