“No los odio ni los perdono, a mí nadie me ha pedido perdón”
Fermín Arellano, hijo de un asesinado durante el pelotón de Corella en 1936, reprobó “la glorificación de los verdugos” de hoy en día
Fermín Arellano (Corella, 1934) fue solo un niño más de esos miles que tuvieron que decir adiós a quienes más querían, solo por el hecho de ser republicanos. Una realidad que convirtió ese solo en un todo que marcó la diferencia y dejó una huella abismal que, todavía hoy, continúa viva.
Homenaje a quienes lucharon y dieron su vida por los derechos y las libertades
Fermín perdió –o los franquistas le hicieron perder– a su padre, Juan Arellano, cuando él a penas había dado sus primeros pasos. “Unos días antes del 18 de julio del 36, se presentó en casa de mis padres un hermano de mi madre, mi tío Santiago. Él era falangista y les dijo que se marcharan de Corella porque iban a matar a Juan. Mi padre le contestó que por qué lo iban a hacer si él no había hecho ningún mal a nadie“, ha relatado el homenajeado. Sin embargo, los verdugos no lo castigaban por un mal real, sino que su ideología era suficiente para arrebatarle –desgraciadamente– su libertad.
“ El 18 de julio era fiesta en Corella. Mi padre se levantó, se puso su pantalón y su chaqueta de pana y se fue a comprar churros para desayunar. Cuando volvió a casa fue detenido y llevado al cuartel de la Guardia Civil”, ha continuado. El 25 de julio de 1936 se convirtió en una fecha marcada en rojo en el calendario de la familia Arellano. Fermín, con tan solo dos años, recibió el último manojo de besos que su padre le mandó, detrás de los barrotes. Un acto de cariño antes de que se hicieran con su suspiro final. “Mi hermano tenía seis años y el pudo recordarlo, yo era muy pequeño”, ha atestiguado.
“A mi padre y a sus siete compañeros de celda los trasladaron esa misma tarde a la cárcel de Tudela y el día 26, festivo señalado, los llevaron a las Bardenas de madrugada y los fusilaron a los ocho. Los dejaron en la tierra para que se desangrasen. Al mediodía los trasladaron al cementerio de Tudela y los echaron en la tapia junto a la puerta de entrada para que la gente tuviera miedo de lo que les podía suceder”, ha expresado entre lágrimas de tristeza e impotencia.
Sin embargo, la conciencia no tocó, ni un mínimo, a los actores del crimen. Al menos, no la de Félix León Fernández, el franquista que mató de su padre. “El domingo siguiente del fallecimiento de mi padre, uno de sus asesinos llevaba el traje de pana de mi padre puesto y mi abuela, su madre, lo reconoció y le dijo: Oye, ¿qué poco te ha costado ese traje que llevas? A lo que el ladrón le contestó:A dónde iba a ir no lo necesitaba”, ha explicado.
Fermín nunca ha apostado por la venganza, a pesar del trauma y del sufrimiento que las fuerzas franquistas y carlistas le condenaron. “No los odio, ni los perdono, a mi nadie me ha pedido perdón”, aseguró. Además, la víctima tampoco tiene –ni ha tenido nunca– intención de acusar a los militares ni a las iglesias. Aunque, cuando acabó la dictadura, sí que intentó hacer justicia con asesino de su padre, Félix León Fernández. “No se podía hacer nada porque la democracia había perdonado a todos los asesinos”, ha confesado.
No obstante, el lema de su madre “haz el bien y no mires a quién”, le liberó de un sentimiento que podría no haberle permitido rehacer su vida, no al menos con paz y resiliencia. Por eso, el corellano, como conocedor en primera línea de batalla de lo ocurrido, ha pedido que “por favor, nunca más se produzcan estos hechos. Que todos nos unamos para vivir en paz. Las guerras son actos de barbarie. Lo que pasó en esta patria fueron actos detestables”. Así, ha reprobado a los que, todavía, “glorifican a los verdugos” o a quienes quieren revivir el fascismo que, quizá, “tienen que oír a gente a la que nos hicieron la vida imposible, que sepan qué es el dedicarse a matar”.
“Tienen que oír a gente a la que nos hicieron la vida imposible, que sepan qué es el dedicarse a matar”
Para terminar su discurso, Fermín ha pedido un aplauso por todas las mujeres que sufrieron en silencio y que, solas, sacaron adelante a sus hijos y los educaron. Entre lágrimas ha finalizado: “Hoy en día, gracias a Dios, no son delitos las ideas, solo son delitos los hechos. Y para juzgarlos están los jueces. Adiós. Viva la República”.
Temas
Más en Sociedad
-
China cierra la investigación sobre el origen del covid-19 y apunta a EEUU
-
Tres sentencias del Supremo ponen contra las cuerdas a la hostelería navarra para recuperar las pérdidas del covid
-
El juez que investiga si el apagón fue un sabotaje declara secreta la causa
-
Navarra crea cuatro plazas de especialista en Enfermería Familiar y Comunitaria