Tres navarros denuncian haber sufrido en los años 80 abusos de un párroco en Murchante y Barañáin
Un cura navarro, ahora de avanzada edad, J.M.I.C., que también fue profesor de Religión, es señalado por los tocamientos a chavales que tenían entre 11 y 12 años
En los procesos de recuperación de los trastornos de estrés postraumático se suele utilizar como metáfora que la mente funciona como las capas de una cebolla hasta conseguir alcanzar, si es que fuera posible, el epicentro de aquel recuerdo que originó el trauma. Ahí, en primer lugar, se busca desde una primera capa superficial atender aquellos síntomas que causan alerta. Por ejemplo, como le ocurría a este vecino de Barañáin de 49 años al que la piel se le erizaba a la defensiva como un puercoespín cada vez que transitaba junto a la parroquia de Santa María la Real de aquella localidad. De ahí, de esa reacción súbita que a veces “me generaba violencia”, ha ido retirando capas y capas, “y conforme lo he hecho he ido recordando cosas. Hasta el punto de achacar muchos de los graves problemas que he podido vivir en mi juventud a los abusos que sufrí por parte de ese cura. Estoy empezando a entender cosas que he vivido”.
Párroco y profesor de Religión en el colegio de Barañáin
Esta víctima de abusos por parte de un cura, llamado J.M.I.C., Cabezón, que ejerció durante décadas en esa iglesia y que también trabajó como profesor de Religión en lo que ahora se conocería como el colegio Alaitz encontró el alivio y la botella de oxígeno que requería para proseguir con su causa perdida a decenas de kilómetros. A través de las denuncias sobre casos de pederastia en la Iglesa recogidas en el diario El País, conoció a otro navarro, un murchantino de 58 años, que le puso sobre la pista de que todo lo que poco a poco había podido ir desgranando en su mente tenía antecedentes muy similares en otro lugar donde dicho cura había ejercido como párroco.
Había estado en Murchante, a primeros de los años 80, y de hecho la presencia de este cura en la localidad ribera caló hondo y conectó con gran parte de la población. “Llevaba ya varios años con la mosca detrás de la oreja, me interesaba leer las denuncias que había de abusos en la Iglesia, y un día decidí ponerme en contacto con el periódico. Ahí conozco que el hombre que me tocaba mano con la excusa de comprobar mi estado físico para acudir a un campamento a Belagua, y que te sobaba las piernas en busca de si tenía bultos sospechosos, también tenía una denuncia de un hombre en Barañáin. Cuando lo supe, se me puso la carne de gallina y corroboraba la idea que ya tenía configurada”.
El episodio que le hizo ver la luz
Este vecino de Murchante conoció de cerca al religioso, gracias también a la buena relación que tenía este en aquellos años con su familia, debido a que era un tipo “interesado en la política. Era un poco rojeras para los tiempos que corrían y además le gustaba dinamizar a la juventud, hacer campamentos y actividades deportivas”. Sin embargo, hace ya varios años, en el fallecimiento de un familiar muy cercano, la presencia del cura en el funeral se le hizo de lo más incómoda. “Fue un episodio que me encendió la bombilla. Ocurriría hace una docena de años. El hombre se había ido de Murchante a finales de los años 80 y apenas había regresado. Vino entonces por la relación que tenía con mi familia y mi madre incluso se extrañó de que no fuera él quien celebrara la misa. Se comportó de manera muy fría y en cuanto terminó la ceremonia se marchó. Fue entonces cuando cogí a mi hermana y a mi mujer y aproveché para contarles todo. Les dije ¿sabéis que creo que este cura no ha querido estar más tiempo aquí en el funeral porque sabe que tiene pecado? A mi madre no le dije nada porque es muy religiosa, pero les aseguré que como hubiera otro fallecimiento en la familia, ese hombre no volvía a pisar el tanatorio”.
El murchantino recuerda que cuando el cura denunciado estaba destinado en su pueblo compartía la parroquia con otro religioso. “Pese a que él cambió la manera de dar misa y hablaba incluso de temas sociales y era un hombre con implicación en el pueblo, nunca supimos por qué a los pocos años se marchó, no supimos por qué de aquí se fue a Barañáin”, recuerda.
Reconocimientos en una camilla
De lo que no pierde referencia es de la escena que montaba para efectuarles tocamientos. Porque según este denunciante, reconocido como víctima de abusos por el Gobierno de Navarra, ni mucho menos su caso fue una excepción. “Conozco al menos a cinco personas a los que les hizo lo mismo pero hay mucho miedo a confesarlo, sobre todo porque las madres son muy cristianas. Pero, por suerte, hemos sido víctimas que no hemos llegado a sufrir un trauma, que hemos tenido suerte de que aquello no fuera a mayores y no nos jodiera la vida. Pero me da mucho quebradero de cabeza ahora que eso ocurriera. Incluso recuerdo que yo tenía muy buena voz para cantar y él insistía en que quería llevarme a un coro, pero mi madre le quitó aquella idea de la cabeza”, evoca.
Unas revisiones médicas para declararles aptos
El murchantino reconoce que si bien coincidió en múltiples ocasiones con su victimario, incluso en actividades de ocio, y que en otras ocasiones no ocurrió nada reseñable, las revisiones médicas que se ofrecía a realizarles antes de llevarles a acampar a la nieve eran de lo más sospechosas. “Te citaba a una hora rara en la casa parroquial, a primera hora de la tarde, cuando no había nadie por la calle. Y allí tenía una camilla. Recuerdo que me tumbó y que procedía a hacernos una especie de exploración física para comprobar si éramos aptos para ir al campamento. En realidad lo que hacía era aprovechar para meterte mano. Tú entrabas y te dejaba en calzoncillos. Te tocaba por las piernas, las ingles, el pubis, el pecho..., buscaba algún bulto sospechoso y mientras tanto te daba un magreo importnte. Pero al menos en mi caso nunca pasó de los tocamientos en el cuerpo, y no llegó a las partes íntimas. Ahí es cuando empiezo a leer de adulto los relatos de denunciantes de abusos de pederastia. Entonces dije: hostia, a mí me han pasado cosas así. No sabía cómo afrontarlo. Y por suerte encontré al compañero de Barañáin y a otro amigo de Murchante que te cuentan lo mismo. Creo que hablar entre nosotros nos ha venido bien a todos”.
UN RECUERDO QUE SE SUMA A OTRO
De la misma camilla y del mismo cura que le tumbó allí cuando era niño se acuerda otro murchantino, en este caso de 51 años, que pasó por aquel lugar. Esta víctima reseña también que el religioso en cuestión era una figura muy respetada y venerada en Murchante y que también con su familia trabó lazos de amistad. Sin embargo, hace unos años, en una charla entre amigos con el denunciante anterior, hablaron del tema.
Fue entonces cuando “me contó cómo hacía aquellos reconocimientos en la camilla y ahí se me despertó la idea. Joder, pasé por lo mismo, pensé. De otra manera, pero yo también estuve allí tumbado. Fue un día, cuando yo tenía unos 11 años, y me dijo que le acompañara a la parroquia porque me iba a dar alguna crema por unos dolores que sufría. Y fui allí, todo inocente, y me tumbó boca abajo en la camilla. Y empiezo a notar que me da un masaje, sin llegar a los genitales, pero por todo el cuerpo. Estaba en ropa interior, me tocaba los glúteos y allí donde podía. Y al marcharme de allí me quedé muy sorprendido. No estaba mosqueado, pero me pregunté qué es lo que ha pasado aquí. Pensé esto no está bien, no es normal, recuerdo que tenía esa sensación y que salí de allí como aturdido”, narra de su episodio.
Dice que no le cuesta contarlo, ni denunciarlo, pero que tras mucho tiempo ha llegado la hora de hacerlo público “para que no pase más, para que no esté en contacto con ningún menor más, y para que se sepa que ocurrió. No fui consciente hasta hace unos años de lo que me había sucedido y me costó tiempo verlo con claridad. Por suerte no me ha dañado, ni causado un trauma, y de hecho estuve en muchos campamentos con esa persona y no pasaron más cosas. Pero siento que debo ayudar de esta forma”.
“Recuerdo despertarme sin pantalones en una mesa del despacho parroquial e irme corriendo de allí”
Estrés postraumático
A quien ayuda, sin duda, los testimonios de Murchante es al vecino de Barañáin de 49 años que les ha conocido merced a sus denuncias comunes. Este hombre acudió al Defensor del Pueblo, denunció en la Guardia Civil, a quienes reconoce su trato y profesionalidad, figura en el estudio de la UPNA sobre los abusos sexuales en el entorno de la Iglesia y fue una de las primeras víctimas reconocidas por el Gobierno foral. Agradece, al igual que sus compañeros de Murchante, su labor, al igual que el trabajo de Josean Echauri, en el gabinete psicológico Psimae, así como de las profesionales de la UPNA y de la Oficina de Víctimas del Delito. Exalumno de lo que ahora sería el colegio Alaitz, recuerda que lleva años en terapia para enfocarme en lo que realmente me pasaba y “llegamos al tema de los abusos”.
Y a partir de ahí fue hilando diversos flashes que planeaban sobre su cabeza. Echa la vista atrás y se ve como un “estudiante normal, un poco pardillo... Recuerdo que había suspendido Religión y que este profesor me dijo que tenía que ir a dar clases particulares o hacer un trabajo para recuperar la asignatura. Entonces no pensabas nada, los chavales no teníamos información como ahora. Él me llevó al despacho parroquial (en el convento de Dominicas) y yo fui porque me dijo que era la manera de recuperar. Lo recuerdo baboso y hablador. Se puso detrás, me tocó la espalda y la siguiente imagen que tengo es verme encima de la mesa, subirme los pantalones e irme corriendo. Es la imagen que tengo. Y la que me hace ponerme muy tenso cada vez que paso por la Iglesia”, detalla aún con agobio.
Además, hay otro capítulo que guarda entre interrogantes. “También con el paso del tiempo y de las terapias me han venido imágenes en las que acudía a un piso que era propiedad de los curas. Recuerdo entrar a ese lugar y a los dormitorios, de haber estado ahí dentro”.
Un giro en su infancia
Este hombre de Barañáin atribuye a aquellas experiencias muchos de los comportamientos que luego mantuvo y que hicieron que “diera un giro de 180 grados en mi infancia y me empezara a comportar como un macarra. Al principio quería dejar pasar todo esto, pero conforme iba viendo noticias relacionadas con pederastia y curas, iba sufriendo altibajos. Me di cuenta de que era un chaval de 12 años, que no había hecho nada, que era una víctima, y que ese tipo lo que hizo fue amargarme la vida y abusar de mí. Y por tanto tengo la obligación de decir la verdad. Por todo lo que me hizo. Y que nadie pase por algo así. Esto ha sido como pegarme de cabezazos contra la pared, porque me ha costado décadas masticarlo”.
La víctima afirma ahora que lo primero que busca es “justicia, pero las leyes no me la dan, porque el delito ha prescrito, y quiero justicia social y que se sepa que esa persona fue un abusador de menores. Tengo muy claro que no soy ni el primero, ni el único, ni el último. Y animamos a denunciar en Barañáin y Murchante.
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