El 27 de agosto, la mítica Samarcanda, con más de 2.700 años de historia y leyendas, se queda atrás, pedaleamos en un día caluroso hacia la frontera del país diecisiete del viaje, Tayikistán. El paso fronterizo es caótico, nadie respeta las filas y mujeres campesinas tratan de colarse para que la única persona que trabaja, les selle el pasaporte de entrada. Parece una frontera de contrabando o de huida de refugiados. Mientras hacen los trámites. todas las personas cargan con bultos enormes que dejan apoyados en las paredes del control.
Entramos en uno de los países más pobres de Asia central y sorprendentemente, la carretera está en muy buen estado después de la pesadilla uzbeca. “Hello, hello”, decenas de niños nos saludan en inglés, hay muchos, a pesar de la juventud conducen motos, sin el casco por supuesto. La vida está en los arcenes, mujeres limpiando alfombras en las canaletas, puestos de fruta, motocarros llenos del cultivo del día o de personas y coches, muchos, hacia la y griega que en Khushikat se bifurca hacia Dushambe (la capital) o la provincia de Sughd, a donde vamos nosotros. Es un país de mayoría musulmana. Al igual que Uzbekistán, profesan la religión en sus casas, no está permitido hacerlo en público como en otros países musulmanes y las mezquitas no se ven tan fácil, con lo que el adán (llamada al rezo), no se escucha por los altavoces. Es un país desafiante, más del 93% es montañoso y alberga la cordillera del Pamir superando los 5.000msnm en la mitad del territorio. Los campos de cultivo mueren en cordilleras de montañas terrosas, atrás quedan las llanuras infinitas y se agradece la orografía irregular, es más exigente, pero mucho más entretenida. La condición montañosa les avoca a depender de la importación de muchos de los alimentos y el autoabastecimiento se limita a pocas regiones afortunadas. Seguimos el curso del río Zeravshan y su agua es la que pinta de verde los pueblos desperdigados entre paredes marrones. Paramos en Pandjakent para sacar dinero, raro será el lugar donde podemos pagar con tarjeta y el efectivo es fundamental. La mayoría de los cajeros están llenos de polvo y no funcionan, la búsqueda de tesoro es una ginkana por las calles abarrotadas de gente en día de mercado. El primer día es agotador y acampamos en una casa de adobe abandonada con vistas al río y las montañas. Dormimos bajo uno de los cielos más limpios del planeta y donde las estrellas se exhiben con más intensidad.
Para llegar a Shaydon tenemos que superar el paso de Shakrishtan, a 2.730msnm, el túnel en lo alto nos transporta a un nuevo valle que amablemente nos lleva a Khujand, ciudad más importante de la provincia. Estamos a una etapa de Shaydon, 100km que aúnan todos los desafíos para ganar cada euro recaudado. El peor asfalto, viento impenitente, pinchazos, caminos de arena, calor, sesenta kilómetros de desierto sin abastecimiento, hacen épica la llegada al primer proyecto. Atardeciendo y tres horas más tarde de lo acordado, en el Ayuntamiento nos recibe Mutabar, profesora y miembro de la cruz roja. Nos lleva a su casa donde está Akram, su marido, un hombre de unos sesenta, grande, de mirada limpia que se esconde tras unas gafas. Es agricultor y se le ve cansado. La inflación y los bajos precios de la fruta le han llevado a trabajar solo, no puede pagar a los jornaleros. Nos enseñan el cuarto que será nuestro hogar una semana. Los dos hablan ruso y tayiko, nada de inglés, el móvil será nuestro puente de comunicación y cada día que pasa la barrera se hace más pequeña, hasta crear un vínculo casi sanguíneo.
Shaydon es un pueblo en el distrito de Asht, en el noreste del país y cerca del valle de Ferganá, el más fértil y poblado de Asia central. A pesar de la cercanía, la zona es árida, pero se aprovechan de su agua para las enormes extensiones de campos de albaricoques que son uno de los motores de la zona. Tras la independencia de la URSS en 1991 el país ha ido mejorando económicamente, la educación es pública, sin embrago, la salud no lo es para todo el mundo. Gran parte de la economía se basa en las remesas que envían los familiares que han emigrado. La juventud se marcha por falta de oportunidades y es uno de los desafíos que se encuentra una población envejecida. La mayoría de infraestructuras son soviéticas y se nota, edificios de colores tristes, puertas de madera, suelos rotos y tejados reparcheados. El acceso a agua potable es un privilegio, sobre todo en zonas urbanas. En áreas rurales menos del 40% bebe agua potable, el resto, lo hace de manantiales que generalmente están contaminados y son la causa de muchas enfermedades. Sólo el 13% tiene red de saneamiento, la mayoría cuenta con letrinas de pozo o defecación al aire libre. Argumentos de peso para pedalear 5.400km en cuatro meses hasta allí.
El 3 de septiembre, un día antes del programa acordado caminamos tranquilamente hacia el centro, nos estamos situando. Recibimos la llamada de Akramy, el intérprete del director regional: “¿Dónde estáis?, subid al centro sanitario ahora”. Hemos llegado un día antes y no sabemos que quieren. El hospital es un conjunto de edificios de un color verde apagado, con paredes desconchadas, y muy viejo. En la misma manzana, un pequeño consultorio verde vital adornado con globos dorados y blancos, destaca con decenas de enfermeras vestidas de uniforme y las autoridades locales trajeadas. Nos esperan para la inauguración y nosotros sin saberlo, vestidos con la camiseta de todos los días, en sandalias y pantalón de hilo. Mutabar nos informa en ese momento que se ha adelantado un día el evento, así que asumimos la vestimenta poco apropiada con toda la dignidad posible. El médico presenta orgulloso y agradecido el nuevo espacio, los miembros de la cruz roja están felices, las autoridades se dan palmadas y nosotros improvisamos unas palabras para hablar de la importancia de la salud y del gran esfuerzo que nos ha supuesto enviarles el dinero. Una chica sostiene una bandeja con círculos de pan apilados con una tarrina de miel coronando. Seguimos la tradición, untamos un trozo de pan en la miel y estrenamos el espacio. El corte de la cinta nos lleva a un edificio que sonríe. Puertas, ventanas, suelos, techos, electricidad, un lavabo abastecido con un depósito que se ha construido en el patio trasero para dar agua al doctor en la consulta. Se borran los recuerdos soviéticos y se mira al futuro con esperanza. Cada pedalada ha merecido la pena y compensa todos los esfuerzos.
El resto de la semana visitamos un centro sanitario en un pueblo de la montaña. Están pintando, las propias enfermeras hacen la labor, entre consulta y consulta dan brochazos. Nos muestran un edificio pequeño en muy mal estado. Los pacientes esperan en un banco de madera del pasillo y pasan a la consulta de un médico mayor. La camilla está llena de cosas, los archivos se amontonan y se extienden por el pasillo, falta espacio. Al fondo en otra consulta, una mujer recibe su medicación por gotero tumbada en una camilla, mientras una enfermera pone una inyección a una niña que llora desconsolada en los brazos de su madre. En la misma habitación otras dos mujeres esperan, sin privacidad, con sonrisas, con abnegación. Me quiero lavar las manos, no hay lavabos, sólo unas estructuras de metal con un depósito en alto que no pueden llenar porque el grifo se ha calcificado. Una enfermera me ayuda, con precisión vuelca la jarra para que me asee, no quiere desperdiciar ni una gota de agua. Le realidad es que no hay agua corriente en un centro sanitario y lo mismo ocurre en muchos pueblos de la zona. El médico nos lleva con su coche a la salida del pueblo, bombean agua del río a un depósito oxidado, apunto de reventar de viejo. Con el abastecen las tuberías que llega a las casas que tienen suerte. “Tenemos los ríos, pero no la red de abastecimiento”, me mira suplicando ayuda, le miro impotente, si por mi fuera…
Hemos llegado a pocos días del día de la independencia. Tayikistán es un país postsoviético que en algunos aspectos sigue bebiendo de aquellos tiempos. Actos que engrandecen la figura del presidente y llenan las calles de banderas del país. La festividad provoca que no exista otra cosa que preparar la efeméride y mi labor de investigación se acaba pronto. Por otro lado nos regala una inmersión cultural inesperada, nos invitan a una boda, a un cumpleaños, asistimos al mercado dominical, más parecido a la antigua ruta de la seda que a uno actual, y sobre todo los preparativos del día nacional. Los alumnos ensayan frente al teatro cada mañana y el día anterior en el estadio todos coreografían sus pasos. Quiero tomar fotos, grabarlo todo, pero no puedo, hay miembros de la KGB que han pedido mi pasaporte y que preguntan que hacemos allí. Mutabar apacigua las aguas, pero mantenemos el perfil bajo con la cámara de fotos deseando documentar todo dentro de la mochila. El 9 de septiembre, en un estadio de fútbol humilde y abarrotado de gente hasta la bandera, asistimos a la fiesta al atardecer. Militares, bailes, imágenes de los próceres, de los símbolos nacionales y del presidente. Las calles humean con los puestos de comida, brillan con la decoración y la gente es patrióticamente feliz. Es nuestra última tarde, despedimos el primer proyecto con fuegos artificiales y lágrimas, Mutabar y Akram se han convertido en nuestros padres tayikos, ella nos pasea orgullosa y nos presenta a sus amigos camino de casa.
El 10 de septiembre dejamos Shaydon, con la misma épica que la llegada, otra etapa infernal que nos lleva al límite hasta una casa en obras antes de Choruk Dayron, atrás queda el primer proyecto y las nuevas pedaladas miran a Lubango, un pueblo en Angola donde construiremos un pozo y llegaremos el 1 de noviembre. Llevamos ya más de 500km en suelo africano, desde Johannesburgo hasta Mabutsane, Botsuana, desde donde escribo este artículo. El contraste humano, de paisajes, de comida es evidente, pero eso vendrá en el siguiente artículo, este lo dedico a la importancia de la salud, a la felicidad que supone mejorar una infraestructura sanitaria y a las personas que han colaborado para llevarlo adelante.
El apunte
Aprovecho nuestra estancia en los stanes para hablar de repúblicas postsoviéticas y sus dirigentes. Tras la caída de la URSS, muchos exdirigentes comunistas se mantuvieron en el poder en los nuevos Estados. La perpetuación en el poder se debe a diferentes motivos: falta de tradición democrática en la región, modificación de constituciones para habilitar reelecciones indefinidas o mandatos prolongados, control férreo de los medios de comunicación y silencio de la oposición, uso de los aparatos de seguridad para vigilar, reprimir y prevenir disidencias, economías basadas en recursos naturales que permite el soborno y clientelismo, fomentar la percepción de que ellos garantizan la estabilidad, desarrollo de cultos hacia su persona y legitimarse simbólicamente. Esas y muchas causas más han llevado a que en Turkmenistan, Nyýazow gobernase 21 años, Karimov, 25 años en Uzbekistán, Nazarbáyev, 28 en Kazajistán y por último Emomali Rahmon, en Tayikistán, camino de los 33 años, endiosado aparece en cada rincón del país. A mi pregunta sobre si eran felices, la respuesta era el silencio o frases automáticas como si las paredes oyeran. Como siempre, es el pueblo el que sufre las consecuencias de gobiernos que corrompen el sistema en su beneficio.
Personaje
A comienzos de septiembre llegábamos a Khujand. Según algunos historiadores Alejandro Magno llegó hasta los territorios del Imperio Sogdiano persiguiendo a Bessos y entre otras fundó en el río Sir Daria “Alejandría escate”, la última, la más lejana. En su expansión por Asia central encontró un escollo militar bajo el nombre de Espitamenes, que a cambio de entregarle a Bessos quería la independencia de Bactria y Sogdia, algo que el macedonio no concedió y enfadó a señor de la guerra Sogdiano. A partir de ahí se iniciaron revueltas contra Alejandro con muchas más pérdidas humanas y más problemas de los esperados. Un año de asedios y guerras enfureció al emperador macedonio que envió un ejército que definitivamente acabó con el líder local. Lo interesante de la historia es que Espitamenes tuvo una hija, Apama, a la que casó con uno de los diadocos del ejército de Alejandro Magno: Seleuco, que a la postre, tras la muerte de Alejandro en el 323 a.c., ascendió para gobernar Asia menor, Siria, Mesopotamia y la meseta iraní junto al hijo de ambos, Antíoco. Fue el fundador de la dinastía e Imperio Seleúcida. Apama fue considerada madre de esa dinastía y varias ciudades fueron llamadas Apamea en su nombre. Su padre Espitamenes, un simple señor de la guerra jamás imaginó hasta donde llegaría el nombre de su hija al ofrecerla a uno de los líderes rivales. Se convirtió en Bassilisa, y junto al Basileus gobernaron el reino helenístico más extenso.