Del eclecticismo 'dosmilero' al minimalismo cálido en la decoración de interiores
Los cojines y paredes de los hogares muestran la evolución social del país
En los años 2000, comenzó una nueva era. El euro todavía era una promesa –que no se materializó hasta el 1 de enero de 2002–, internet sonaba a futuro y la televisión marcaba un pulso cultural. En los salones de cada casa, las generaciones recién emancipadas empezaban a decorar sus pisos –con sus paredes rugosas por el gotelé– con cojines de corazón, labios o arcoíris, espejos con luces de colores o muebles de pino. Todo ello, por supuesto, marcado por una estética muy clara que se vinculaba con uno de los mayores fenómenos televisivos de la historia de este país: Gran Hermano. Los más jóvenes querían convertir las habitaciones de sus hogares en las salas comunes de aquella famosa casa y, sobre todo, querían encontrar los elementos clave para sentirse cómodos en sus hogares, como los concursantes cuando hablaban con el Súper. Veinticinco años después, los interiores de los hogares son casi irreconocibles, dado que las casas no son un escaparate sino un refugio. Y, en ese trayecto, la decoración ha contado, sin palabras, la historia de una sociedad que ha cambiado su forma de vivir, consumir y hablar.
La generación de los 2000
La primera década del siglo se caracterizó por el exceso de decoración doméstica, de ahí que series míticas –como Aquí no hay quien viva– muestren hogares recargados, saturados de recuerdos e información; por ejemplo, la casa de Juan y Paloma Cuesta. De esta forma, destacaban los colores chillones, los muebles modulares y los objetos temáticos inspirados, muchas veces, en lo que se encontraba en la televisión o en el estilo chic de las revistas juveniles. Esta segunda idea se muestra a través de la casa de Lucía, la pija. Asimismo, se vivió un auge en la aparición de tiendas de muebles y decoración que democratizaron el acceso al diseño. Por tanto, se impuso la idea de que cada persona podía expresar su propia identidad a través de la decoración, aunque fuera con una funda nórdica de leopardo o un sofá naranja. El eclecticismo y la inmediatez eran sinónimos de modernidad.
Pero la crisis económica de 2008 lo cambió todo. Los jóvenes dejaron de emanciparse y los que ya vivían solos comenzaron a mirar el gasto con lupa. Ikea se consolidó como el gran proveedor nacional y el minimalismo escandinavo arrasó con el barroquismo posmoderno. De esta manera, los espacios tendieron hacia la simplicidad y la funcionalidad. Las paredes, antes chillonas, se tiñeron de colores neutros y líneas limpias. Los espacios, por tanto, se hicieron más blancos, luminosos y prácticos porque ya no interesaban los elementos decorativos sin función. Lo importante era que todo sirviera para algo. Es más, mucho mejor si lo podía fabricar uno mismo –de ahí la moda del DIY (Do It Yourself) que tanto se expandió por canales de difusión como YouTube y, posteriormente, las redes sociales. En ese sentido, la originalidad suplía la falta de presupuesto.
El minimalismo de la pandemia
Y cuando parecía que todo iba a mejor, que la economía estaba mejorando y la gente no vivía con el agua al cuello, la pandemia condenó y remató la faena. Como consecuencia del confinamiento, el hogar dejó de ser un simple espacio físico para convertirse en un espacio emocional. Así, el teletrabajo, el aislamiento y la necesidad de bienestar transformaron por completo las prioridades decorativas. Y también, en este lustro que ha sucedido a la COVID-19, las redes sociales han confeccionado autoritariamente los hogares. Hoy en día, triunfan los materiales naturales, como la madera, el lino o la cerámica, la decoración sostenible, el color terracota y el estilo japandi, que es una fusión entre lo japonés y lo nórdico que respira calma y orden. La decoración contemporánea no busca impresionar, sino contener: menos objetos, pero con más significado. Como una manera de cuidar la mente. Porque, de alguna manera, el minimalismo cálido –a imitación de lo que se sabe de las casas de muchos creadores de contenido– se ha convertido en la tendencia predominante, pero también se está haciendo mucho énfasis en la sostenibilidad y en que cada espacio sea único y personal.
Dicho de otra manera, este “menos es más” arrasa como consecuencia de la crisis ecológica que atraviesa el planeta, sumado al ajetreado mundo urbano, que empuja a la población a buscar hogares reconfortantes y serenos. Y, al mismo tiempo, que signifiquen, pero no demasiado, porque el día a día no permitirá pasar grandes ratos en casa. Porque la gente sigue soñando con un modo de vida natural, relajado y auténtico. En definitiva, se busca volver a los orígenes, lo sencillo y lo esencial. De esta manera, si los cojines con forma de labios o de corazón representaban a un país optimista y televisivo a principios de siglo, los interiores actuales hablan de introspección y autocuidado. En lugar de buscar y crear, se busca pertenecer. En lugar de rellenar, se busca respirar.