Álvaro Cervantes está viviendo uno de los mejores momentos de su carrera, acumulando proyectos cinematográficos que están conquistando tanto al público como a la crítica. Tras el éxito de Ramón y Ramón (Salvador del Solar, 2024), el catalán estrenaba este año Sorda (Eva Libertad), una de las tres películas que había sido preseleccionada por la Academia de Cine para la carrera al Oscar a mejor filme internacional.
En Ramón y Ramón, una historia íntima ambientada durante el confinamiento, interpreta a Mateo. La trama sigue a Ramón (Emanuel Soriano), quien, tras la muerte de su padre con quien mantenía una relación distante, recibe sus cenizas y conoce a Mateo. Entre ambos surge una conexión inesperada que los impulsa a emprender un viaje para esparcir las cenizas. En ese recorrido, Ramón se ve obligado a replantear su pasado y sanar sus heridas para poder avanzar. En Sorda da vida a Héctor, la pareja de Ángela (Miriam Garlo), una actriz sorda tanto dentro como fuera de la pantalla. Con una destacada trayectoria de premios a sus espaldas, esta sensible y comprometida producción se exhibe estos días en la sección Made in Spain del Festival de Cine de Donostia. Por último, Cervantes también ha participado en Esmorza amb mi (Iván Morales, 2025), un relato coral que aborda las segundas oportunidades.
¿Le gustó el guion de Ramón y Ramón desde el primer momento?
-Pues sí, la verdad es que antes de recibir el guion me reuní con Salvador del Solar, el director y coguionista de la película, y con Miguel Valladares, el productor peruano. Me contaron la historia de primera mano y ya entonces me lanzaron algunas imágenes que tendría la película, que me cautivaron por completo. Todo lo que me contaban pintaba muy bien, y sentí desde el principio que quería formar parte del proyecto, sobre todo por una imagen concreta de la que me hablaron, que para mí se convirtió en una especie de imagen faro, como el lugar hacia el que apunta toda la película. Luego leí el guion y lo disfruté muchísimo. Me pareció un viaje muy potente, y también una oportunidad de hacer algo diferente, algo a lo que no estoy acostumbrado: un viaje físico, trabajar en otra industria, con compañeros que no conocía. Así que fue un auténtico regalo.
¿Cómo construyó a Mateo, su personaje?
-La verdad es que Salvador (del Solar) nos propuso desde el principio una forma de trabajar muy particular, que tenía que ver con soltar el control. Desde su posición de director, nos dijo algo que me llamó mucho la atención: que su papel no era ponerse en medio de lo que sucedía en el rodaje, sino haber sembrado el proyecto con las personas más idóneas y, a partir de ahí, dejar que las cosas pasaran, recoger lo que surgiera. Nos propuso un trabajo muy desde lo físico, desde el cuerpo. Prácticamente no nos sentamos a hacer un trabajo de mesa con el guion, sino que nos enfocamos en descubrir qué les estaba pasando a los personajes, especialmente a Ramón, el personaje de Emanuel Soriano, qué bloqueos tenía, y cómo el mío podía ayudarle a romper esas resistencias. Fue muy interesante porque nos llevó directo al núcleo del conflicto, pero desde un lugar muy inconsciente, muy sensorial, muy corporal.
Mateo aporta vitalidad frente a la tristeza contenida de Ramón. ¿Cómo trabajó ese equilibrio para evitar caer en la caricatura?
-Bueno, aunque el personaje está de alguna manera al servicio de Ramón, se pone a su lado, también es alguien perdido. En ese momento tan incierto que vive, en plena pandemia, cuando se queda “colgado”, como dicen en Perú, varado en Lima sin poder volver a España, conocer a Ramón y acompañarlo en ese duelo y en ese viaje físico por Perú le da sentido a su vida. Siempre comentamos con Salvador (del Solar) y con Emanuel (Soriano) que Mateo actúa casi como un ángel que aparece en la vida de Ramón para iluminar un poco ese camino tan oscuro que está atravesando.
¿Cuál cree que es el mayor aprendizaje emocional que deja Ramón y Ramón al espectador?
-Lo que me llevo de esta historia es lo importante que es abrirse al otro, mostrar las heridas de uno para poder conectar de verdad y generar un vínculo profundo. En este caso, son dos personajes que están destinados a encontrarse porque, al final, están en el mismo edificio en un momento de encierro, en plena pandemia, y eso es lo que hace que se vean. Estamos rodeados de personas a las que muchas veces no vemos, metidos en nuestras preocupaciones, en nuestra parcela de vida… Por eso creo que es importante mirar un poco más allá y atreverse a abrirse, para conectar de verdad.
Personal
Edad: 36 años (Barcelona)
Carrera profesional: Comenzó su formación en artes escénicas en Barcelona y pronto dio el salto a la gran pantalla con Pretextos (2008). Su popularidad creció con Tres metros sobre el cielo (2010) y desde entonces ha demostrado una gran versatilidad interpretativa en proyectos muy diversos. Ha protagonizado series como Carlos, Rey Emperador (La 1, 2015) y ha trabajado en películas como El sexo de los ángeles (2011), 1898: Los últimos de Filipinas (2016), Ramón y Ramón (2024) y Sorda (2025). Precisamente, esta última acaba de ser preseleccionada junto a Sirat y Romería para el Oscar a mejor película internacional. Está considerado uno de los actores más prometedores de su generación.
Instagram: @alvarocervan
¿Qué cambiaría si tuviera que volver a rodar la película?
-La verdad es que el viaje fue perfecto, todo fluyó de maravilla. El rodaje fue un auténtico lujo tanto por la calidad humana como técnica del equipo, con una entrega total a la historia que estábamos contando. Tuvimos la gran suerte de que Salvador nos diera el mejor escenario para sentirnos libres, disfrutar del proceso y descubrir cosas juntos. Además, tuve la suerte de compartir rodaje con un compañero excepcional que se convirtió en amigo rápidamente. Interpretar esa amistad fue muy fácil porque Emanuel (Soriano) es un actorazo y, además, un tipazo. Para mí, en ese momento, el personaje fue fácil de interpretar porque representaba la aventura que yo mismo estaba viviendo: entrar en otro universo, en otra cultura, y disfrutar del proceso.
Hablemos ahora de la película Sorda. ¿Qué pensó cuando leyó el guion?
-Lo primero que leí de Sorda fue un tratamiento de guion que, para quien no lo sepa, es la parte previa al guion dialogado. En ese tratamiento se ven las acciones, el arco de los personajes, todo el recorrido de la historia, pero sin diálogos. Y ya solo con eso, con ese primer tratamiento, me emocioné. Nunca me había pasado algo así leyendo un tratamiento. Supe enseguida que quería estar en esa película, que quería ser ese personaje. Y tuve la suerte de ir recibiendo las distintas versiones del guion. Al final fue un proceso largo, de un año, en el que me preparé con la lengua de signos, y también tuve varios encuentros con Eva (Libertad) y con Miriam (Garlo). Pude acompañar la evolución del guion, que Eva trabajó muchísimo, hasta el mismo día del rodaje. Llegamos a ese momento con los personajes muy integrados. Y eso era fundamental, porque la historia pedía construir un amor profundo entre los protagonistas, un amor que se mantiene pese a las adversidades. Es una pareja que se ha trabajado mucho ese vínculo. Como en cualquier relación, sean personas oyentes o sordas, hay partes del otro a las que a veces no puedes acceder del todo. Y eso es algo que me interesó mucho de cómo se cuenta en la película, porque va más allá de la sordera: creo que cualquier persona puede sentirse identificada. Y luego está la llegada de un bebé, cómo eso cambia por completo la estructura de una pareja… Para mí, ha sido una suerte enorme y un regalo formar parte de esta historia.
¿Cómo fue trabajar con Miriam Garlo y Eva Libertad?
-Fue una experiencia increíble. Miriam y Eva son dos personas con una sensibilidad extraordinaria, y además tienen una relación preciosa, tanto como hermanas como en su faceta artística. Ellas mismas dicen que, sin saberlo, se han estado preparando toda la vida para hacer esta película juntas. Poder ser parte de ese vínculo tan especial y de una historia así ha sido un auténtico regalo y una fuente enorme de aprendizaje.
¿Tenía experiencia previa con la lengua de signos o tuvo que aprender?
-Aprendí lengua de signos desde el momento en que me propusieron hacer la prueba. Quise prepararla llevando ya algo de lengua de signos. Y cuando me confirmaron que iba a estar en la película, empecé a trabajar durante un año con unos profesores increíbles. Gracias a ellos no solo pude aprenderme las líneas del guion, sino también llegar a improvisar y adquirir una cierta fluidez, integrando de verdad la lengua de signos. La pareja protagonista, Ángela y Héctor, es una pareja mixta: ella es sorda, él es oyente, y se comunican en lengua de signos. Llevan tres años juntos, así que la lengua de signos de Héctor tenía que verse fluida, creíble. Su forma de comunicarse es una lengua de signos bimodal, que combina lengua oral y lengua de signos, aunque la lengua de signos pura tiene una estructura gramatical diferente a la oral. En esta historia, Eva quería que Héctor también hablara, así que la estructura predominante debía ser la de la lengua oral, simultaneada con lengua de signos. Primero tuve que aprender la lengua de signos pura, y luego adaptarme a esa versión bimodal. Fue muy interesante buscar las palabras exactas para cada situación.
¿Qué mensaje se va a llevar el público oyente que vea la película?
-El público oyente probablemente va a descubrir muchas cosas que nunca se había planteado. Y creo que esa es una de las grandes virtudes de la película: te abre los ojos a realidades que, como oyentes solemos dar por sentadas. Hay muchas cosas que simplemente asumimos, sin darnos cuenta de lo que implican para las personas sordas, y no solo para ellas, también para otras realidades que no conocemos o no nos tocan de cerca. Al final, vivimos de espaldas a lo que no forma parte de nuestro día a día. Y creo que el cine es una herramienta muy poderosa para eso: para abrir ventanas, para hacernos ver lo que normalmente no vemos. A mí me ha pasado a nivel personal con esta historia, y me encanta pensar que también les va a pasar a los espectadores.