Capítulo uno
«Seguro que es una tía, joder», piensa mientras pisa el acelerador a fondo, adelanta al primer coche eléctrico y le dirige una mirada de odio al conductor. La peineta se la reserva para más tarde.
Uno tiene que elegir sus batallas.
El jefe de división Alf Stiernström se ha levantado con el pie izquierdo esta mañana de primavera. En realidad, hace mucho tiempo que se levanta con el pie izquierdo. El primer correo que leyó desde el móvil (con la cabeza hundida en la almohada y los ojos legañosos) era, precisamente, de su abogado, siempre tan madrugador.
Los madrugones son lo que más odia de este puesto, que por fin ha conseguido tras haberse tirado toda la vida luchando por él. Pero tiene que aceptar que la dirección del grupo de una de las grandes empresas líderes en Escandinavia necesita dar sus respuestas afirmativas de madrugada. Y no solo eso: también hay que considerarlas un signo de superioridad, como si ya hubieras cogido la delantera a tus competidores cuando estos se acaban de despertar. Es necesario estar en el campo de batalla antes que el enemigo, como ya constató el maestro del arte de la guerra Sun Tzu.
Stiernström trataba de empaparse de filosofía del liderazgo mientras leía el correo del abogado, pero, cuando entendió que su futura exmujer exigía aún más dinero, la filosofía se volatilizó. No ha hecho más que transigir y transigir, pero nada es suficiente. Esa arpía quiere apoderarse de todo lo que él ha conseguido.
El puto feminismo ha ido demasiado lejos.
FICHA
- Título: En el centro del círculo
- Autor: Arne Dahl
- Género: Novela negra
- Editorial: RBA Libros
- Páginas: 432
Ahora, en la autopista a las afueras de Uppsala, Alf Stiernström ve a lo lejos cómo un coche eléctrico se dispone a adelantar a otro. Abre el regulador, deja que las nubes de diésel se dispersen sobre el ondulado campo de colza y le chupa las ruedas al abrazaárboles de delante. Observa con satisfacción cómo el imbécil vacila en su adelantamiento cuando acaba unos metros por delante de su elegante BMW. El coche eléctrico acelera con brusquedad y Stiernström ve cómo el friki que lo conduce, encima con pinta de inmigrante, se lanza aterrorizado delante del conductor del carril derecho, que apenas circula un poco más lento que él.
Stiernström sobrepasa al supuesto coche y le saca el dedo corazón demasiado tarde. Ya ha adelantado al coche, así que el conductor apenas podrá verlo, pero lo hace de todos modos.
Ha elegido su batalla.
Justo cuando está acelerando al máximo, se da cuenta de que el coche se comporta de forma extraña.
Los prismáticos capturan el momento exacto del adelantamiento.
Desde arriba, los coches parecen estar torcidos, pero se aprecia con total claridad cómo el coche que circula por el carril izquierdo pierde el control justo después del adelantamiento, recorta la curva en el punto equivocado, empieza a arder antes de regresar al carril derecho y sale disparado hacia el ominoso campo de colza amarillo, atravesándolo como una bola de fuego.
Lo último que captan los prismáticos a través del parabrisas es el dedo corazón ardiendo como una antorcha.
Los prismáticos descienden, al igual que el disparador remoto.
El universo oye una profunda exhalación.
Ya ha empezado.
Capítulo dos
Es un hermoso día de primavera en el bosque primitivo. Los débiles rayos de sol se filtran tímidamente entre los altos troncos de los árboles. La pequeña laguna del bosque yace oscura y cristalina, como si escondiera el más turbio de los secretos. En el aire, que alberga todo tipo de hedores, pestes y olores, resuenan murmullos, gorjeos y zumbidos. Un rastro de melancolía atraviesa el bosque a medida que empieza a recobrar vida después del invierno.
Sabe que está condenado a morir.
A un lado de la laguna, el bosque se va dispersando hasta formar un claro. En el lindero hay un tupido matorral. Allí hay movimiento, un tipo de movimiento poco común para un matorral, pero ni siquiera cuando se hace evidente que se trata de una persona agachada se produce un contraste demasiado radical con la naturaleza circundante. No se debe únicamente al hecho de que el hombre lleve ropa color caqui, sino a que parece pertenecer por completo a este lugar. Este es su mundo.
Termina de arrancarse las canas y se enjuaga el rostro recién afeitado con agua de un cuenco de madera. A continuación, se levanta y se guarda el gran cuchillo de caza en la cinturilla de los pantalones. Parece rondar los cincuenta años; tiene un aspecto nervudo, arisco y curtido. Cuando levanta el rostro hacia el pálido cielo azul y olfatea el aire, queda claro que su bien entrenado sentido del olfato acaba de atrapar justo el olor que necesita captar.
Está agradecido porque no se trata otra vez de un oso, sino de al menos dos corzos que han caído en la trampa durante las últimas veinticuatro horas. Por suerte, ya ha retirado los explosivos.
Él también está a punto de retirarse. Ha tomado una decisión que le cambiará la vida. Ha sido fiel a sus convicciones hasta el final y ahora ha llegado el momento.
Ya ha empezado.
Sabe que ahora es importante que recuerde su propio nombre. En la naturaleza no ha tenido ninguno. En la naturaleza no existen los nombres, solo rastros de olor, sonidos característicos, cambios de comportamiento. Pero ha llegado el momento de recuperar su nombre y nadie pasará por alto.
Levanta los prismáticos y otea en dirección al agua. Allí no hay nada. Cuando se acerca a la laguna, con esa superficie que parece alquitrán, vuelve a tener un nombre.
Lukas Frisell.
Lo recuerda.
Ese nombre conlleva una civilización, una historia, una vida
que debería haber sido diferente. Cierra la trampa vacía al borde del agua y la desata del árbol; trata de limpiar los restos de explosivos de los troncos, deja caer la trampa dentro del saco de arpillera y mira hacia la negra superficie del agua.
Debe regresar a las ruinas de la decadencia.
Igual que en su día se marchó para no regresar jamás.
Lukas Frisell se cuelga al hombro el saco de arpillera y recorre con la mirada el mundo del que se ha permitido formar parte durante todo este tiempo. La naturaleza lo acogió en su seno, lo hizo parte de ella.
Él le estará eternamente agradecido.
Acelera el paso para contener la melancolía, aunque sin mucho éxito. Ha llegado el momento de regresar a las ruinas para dar el siguiente paso implacable en la vida.
La naturaleza le hace compañía. Le da la impresión de que se estuviera despidiendo, como si quisiera asegurarse de que sabe lo que está haciendo. Se siente abrumado por la riqueza del planeta Tierra y, por un breve instante, cree que la naturaleza está tratando de detenerlo, de evitar que dé el drástico paso que él se siente obligado a dar.
SOBRE EL AUTOR
Arne Dahl es el seudónimo con el que el autor sueco Jan Arnald firma las novelas policíacas que le han dado fama internacional. Doctor en Teoría de la Literatura, entre sus novelas traducidas al español se encuentran El que siembra sangre, Misterioso y Hasta la cima de la montaña.
Aquí, Lukas Frisell nunca ha estado solo. Durante todos estos años alejado de las personas, nunca se ha sentido solo de verdad.
Es necesario un ojo acostumbrado al bosque para discernir los leves contornos junto a la colina que tiene enfrente y reconocerlos como algo más que los constantes cambios de la naturaleza. No obstante, se trata de algo más. En el punto en el que la colina se convierte en un barranco, la vegetación adquiere una forma algo antinatural. Allí es hacia donde se dirige.
Hacia su casa.
Mientras se desliza ladera abajo, otra punzada de melancolía le atraviesa la curtida piel. Su morada, su escondite. Lo que durante tantos años ha sido el centro de su vida hasta que, finalmente, extrajo la única conclusión imaginable del cada vez más visible decaimiento del entorno.
Atraviesa sus extensos cultivos: verduras, hortalizas, hierbas... Todo está creciendo, todo vuelve a extenderse hacia el sol, pero este año dejará la cosecha a los animales.
Casi ha llegado hasta su morada, que tanto se ha esforzado por camuflar, cuando siente el golpe del instinto. Nota algo diferente. Agarra el pesado cuchillo de caza que le cuelga del cinturón y, entonces, lo ve: una inscripción reciente, recién tallada en el marco de su puerta.
Se trata de un círculo dentro de otro círculo.
Vuelve a dirigir sus ojos azul claro hacia el cielo y olfatea el aire. El único olor diferente se volatiliza tan rápido que no está seguro de si lo ha percibido en realidad. Es posible que fuera olor a castañas, pero no hay ningún castaño en las cercanías.
Una ráfaga de viento barre la porción de bosque de Lukas Frisell y levanta en un remolino las astillas de la puerta que hay en el suelo.