A pesar del tiempo transcurrido desde su época más temida como prisión, la palabra Ploetzensee sigue siendo incómoda para los berlineses que la conocieron operativa. Todo aquel complejo de galerías carcelarias que se construyeron en 1879 ya han desaparecido, unas por efecto de un bombardeo que reventó las puertas de muchas celdas, hecho que fue aprovechado para una notoria evasión, y el resto para borrar de una vez del mapa uno de los centros de exterminio más salvajes que hubo el siglo pasado.

Ploetzensee se encuentra en la zona norte de Charlottenburgo, uno de los barrios de Berlín que aún mantiene la clase que le distinguió en los buenos tiempos. Los canales del Spree le permiten tener zonas de baños a las que acude el vecindario en busca de relax y chapuzón. He llegado atravesando el barrio de Moabit para aprovechar viaje y ver la estación ferroviaria de Putlitzbrücke, otro punto negro de la ciudad, ya que de ella partieron unos 50.000 judíos hacia distintos campos de concentración. En el antiguo solar de Ploetzensee se ubica hoy un centro de detención juvenil, un correccional y un memorial que se compone de un gran muro conmemorativo, un recipiente con tierra de distintos campos de concentración y un pequeño edificio original con fachadas de ladrillo rojo que se ha respetado para que nunca se olvide lo que ocurrió allí.

Visita al infierno

La antigua cárcel tuvo un detalle añadido, que se lo dio el mismísimo Hitler cuando en 1933 decidió dedicarla en exclusiva a discrepantes políticos en espera de que Roland Freisler, uno de los jueces más sanguinarios del régimen -se dice que era odiado hasta por los propios nazis-, les condenara a morir guillotinados. A partir de 1936, y para registrar sus actuaciones, estos servidores de la justicia utilizaron unos formularios preimpresos en los que, antes de comenzar los juicios, ya figuraban sus actuaciones. Esta burocracia de la muerte permitía que cada juicio durara entre 7 y 18 segundos, el tiempo que el juez necesitaba para poner el nombre de la víctima y trazar su firma.

El acceso al pabellón rojo lleva directamente al matadero. Fuerte palabra esta, pero la más adecuada para definir lo que se ve: un sobrio espacio con dos ventanas ante las cuales hay una viga alta de la que penden seis ganchos como los que se utilizan en los mataderos para colgar a las reses antes de descuartizarlas. Tardo en reaccionar ante la visión. "La guillotina estaba a la derecha, pero se retiró", me dicen como tratando de restar dramatismo a un macabro escenario donde también se decapitaba utilizando el hacha. A partir de ese momento empieza un relato espeluznante, la propia historia del lugar.

Una resistencia discreta

El III Reich ocupó doce años de la historia de Alemania, pero por sus consecuencias parece que abarcó toda una era. No todos aceptaron al régimen nacionalsocialista de Hitler. Su propio nombramiento como canciller fue punto de partida para el desarrollo de grupos de resistencia entre bastidores y de espaldas a la opinión pública. En 1936, el Manchester Guardian cifraba en 10.000 el número de sus componentes, a los que tachaba de héroes desconocidos. Muchos de ellos fueron detenidos y llevados a Ploetzensee con un futuro muy claro y seguro: la tortura, la delación y la muerte.

El caso de Johanna Kirchner impresiona especialmente. A los 14 años ya era miembro de una organización juvenil obrera, y en 1933, con el advenimiento del régimen nazi, ayudó a huir a personas de riesgo. Su actividad no pasó inadvertida para la Gestapo y se vio obligada a emigrar. En Alsacia no solo ayudó a compatriotas suyos, sino también a republicanos españoles que escaparon tras el resultado de la guerra civil. Detenida en la Francia ocupada, Johanna fue enviada a Berlín y encerrada en Ploetzensee en espera de juicio. El 9 de junio de 1944, con 55 años, fue colgada en uno de los ganchos de la sala donde me encuentro, hasta la muerte. En su última carta dejó escrito: "Voy al cadalso con valentía y sin temor. Sé feliz y valiente. Un futuro mejor se acerca a ti".

El pianista Karlrobert Kreiten, hijo de un notable concertista y una gran cantante, había mamado la música desde que tenía uso de razón. Se dio a conocer en público cuando a los 11 años dio un concierto apoteósico que fue retransmitido por la radio alemana. ¡Había nacido un niño prodigio! Tenía 27 cuando una vecina le denunció porque le había oído hacer un comentario contra Hitler. El pianista fue internado en Ploetzensee y condenado a muerte en un juicio severísimo en el que no se probó nada. Murió colgado de un garfio, sin tan siquiera la mínima dignidad, como si se tratara de un cerdo.

El caso Kreiten levantó mucha polémica en su tiempo, pero no fue el único, ya que en aquella prisión coincidió con otras notables figuras de la cultura alemana que pertenecieron a organizaciones clandestinas como Orquesta Roja, que trajo de cabeza a la Gestapo hasta su desarticulación en 1942. Sus dirigentes eran dos personas de reconocido prestigio: el teniente de la Lufwaffe Harro Schultze-Boysen, pariente del almirante Von Tirpitz, el mismo que dio nombre a un histórico acorazado nazi; y Arvid Harnack, adscrito al Ministerio de Economía, pariente a su vez del historiador Adolf von Harnack. La información que recibían de escritores y artistas era transmitida a la URSS a través de los servicios secretos soviéticos. En uno de sus correos se advertía a Stalin de la invasión de Rusia.

También perteneció a Orquesta Roja el cineasta Falk Harnack, hermano de Arvid, que tras la II Guerra Mundial, dirigió títulos tan interesantes como Anastasia, la última hija del zar (1956) con Lili Palmer, Noche amarga (1958) y Der 20. Juli (1955), muy superior a la Operación Walkiria de Tom Cruise.

Lucha en la universidad

Rosa Blanca, otro grupo que luchó en la clandestinidad contra Hitler a mediados de 1943, operó en la Universidad de Munich por iniciativa de uno de sus profesores, Kurt Huber. Su cátedra de Filosofía era seguida con gran interés, si bien tenía un hobbie en el que era toda una autoridad: la música folklórica. Conocedoras de que había creado un magnífico archivo de música popular, las autoridades nazis le pidieron que les compusiera tonadas ensalzadoras del régimen enraizadas en viejos motivos. Su negativa le trajo los primeros problemas.

Huber se unió a un grupo de estudiantes en el que estaban los hermanos Sophie y Hans Scholl, de las facultades de Biología y Filosofía y Medicina, respectivamente, para formar Rosa Blanca y luchar contra la dictadura haciendo un llamamiento a las conciencias de sus compañeros mediante el reparto clandestino de octavillas, y con pintadas en las paredes del distrito universitario muniqués de Schwabing. La pillada de los Scholl en una de las siembras significó el final de la organización.

Para entonces Frente Negro ya traía de cabeza a la Gestapo. Este grupo, compuesto por científicos, pedagogos, funcionarios, religiosos e intelectuales de tendencias socialdemócratas y comunistas, inició sus tareas de zapa en 1933, cuando se aclararon definitivamente las intenciones de Hitler. Operaba bajo los auspicios del conde Helmuth James von Moltke, perteneciente a la élite de la nobleza germana, y sus objetivos eran eliminar al dictador y preparar al país para una nueva etapa política.

Von Moltke, que colaboró con el almirante Canaris, jefe de los servicios secretos nazis, utilizaba toda su influencia para trasladar clandestinamente al Reino Unido a cuantos compañeros de conspiración estaban en peligro. Dentro de su amplio círculo de amistades se contaba al también conde Claus Schenk von Stauffenberg, quien el 20 de julio de 1944 puso una bomba a los pies de Hitler. Era el atentado número 19 que sufría el dictador.

El fracaso sirvió para hacer una gigantesca purga de opositores al régimen. Fueron detenidas unas 7.000 personas, entre ellas los integrantes de Frente Negro, con Von Moltke a la cabeza. Al día siguiente, hacia las 0:30 horas, en el patio del Mando Superior del Ejército, en la Bendlerstrasse, fueron fusilados Stauffenberg, el general Olbricht, el teniente von Haeften y el coronel Quirnheim. El resto esperó turno de juicio bajo la acusación de intervención. Ploetzensee tuvo unas semanas de incesante actividad.

Hasta el último momento

Resulta difícil repasar la lista de ejecutados en esta macabra sala sin emocionarse. Reconozco que el cine, con todo su poder persuasivo, no ha sido capaz de transmitir el terror que se respira en este local. Hay nombres de gentes sencillas y otras notables, como la joven de 22 años Eva-Maria Buch y sus cinco amigas, que fueron ahorcadas en Ploetzensee en agosto de 1943 por ayudar a un grupo de trabajadores forzados franceses; Alfred Delp, jesuita; Ulrich von Hassell, diplomático; Julius Leber, redactor-jefe de un periódico de Lübeck; Johannes Popitz, miembro del Instituto Arqueológico Alemán€

En algunos juicios no solo ya estaba decidido el veredicto de antemano, sino que se ridiculizaba al acusado, caso del héroe de las dos guerras mundiales Erwin von Witzleben, a quien el juez Freisler le prohibió durante el juicio el uso de la dentadura postiza y del cinturón para que se le cayera el pantalón y poder mofarse de él.

La crueldad no cesó ni cuando las tropas aliadas ya entraban en Berlín. En la madrugada del 23 de abril de 1945 una docena de presos, entre los que estaban el geógrafo y escritor Albrecht Haushofer, el neurólogo y psiquiatra Klaus Bonhoeffer, y el abogado Rüdiger Schleicher, fueron trasladados por las SS a un lugar más seguro del centro de la capital. La ofensiva arreció de forma que la comitiva tuvo que detenerse a la altura de la Invalidenstrasse. Los reos fueron ejecutados de inmediato de un tiro en la nuca.

Berlín ha sido siempre una ciudad de extraordinario atractivo. Su himno no oficial, Berliner Luft, asegura en su texto que el ambiente que se respira en sus calles solo se desvanece en raras ocasiones y a borbotones.