EN 1610, Catherine de Vivonne, marquesa de Rambouillet, abrió en París el primer salón en el que aristócratas, autores y artistas se juntaban para conversar. El placer de dialogar en un espacio compartido era uno de los actos sociales de la época. Hace unas semanas, me invitaron a participar en una comida de un club de amigos en un restaurante de Donostia. Había preparado una presentación, documentada con enlaces, imágenes animadas, etc. Vamos, nada diferente a lo habitual cuando te han pedido que les hables de un determinado tema. Sin embargo, al llegar, me dijeron que no había proyector. El objetivo era conversar y dialogar sobre la materia, mientras yo iba exponiendo temas.

Este hecho, además de llamarme la atención, me descolocó. Me sentí un poco perdido al comienzo. Y me dio mucho qué pensar en el camino de vuelta a Bilbao. Estamos muy condicionados por la tecnología a la hora de preparar intervenciones o de entablar un diálogo. Supongo que dentro de unos años se escribirá mucho sobre el impacto que tuvieron las herramientas sociales y digitales en nuestra era. Y es que uno de los fenómenos que está en proceso de transformación es la conversación.

Las redes sociales de propósito general (Facebook, Instagram, Twitter, etc.) nos han llevado a tener de manera recurrente conversaciones virtuales en diferentes espacios. Conversaciones que no tienen un inicio ni un fin. Muchas veces centradas alrededor de temas superficiales o que no tienen mucho recorrido. Y que además te hace ser el patito feo si no participas en un grupo de Whatsapp o en una cadena de comunicación en Facebook.

A los que nos apasiona una buena conversación con personas interesantes, supongo que valoramos cada vez más el tiempo pausado de una conversación. Y a la vez soñamos cada vez más con la apertura de espacios para esas conversaciones. Las propias características de las tecnologías digitales y sociales (inmediatez, rapidez, interrupción, etc.) se oponen a la reflexión, al rigor o a la corrección. Sin embargo, considero que hay espacios que no se deben acelerar. Una buena conversación requiere de un contexto. El sentirte parte de un grupo, la complicidad de las miradas o los propios gestos que acompañan a las expresiones, son códigos de comunicación muy humanos.

La escritora Starlee Kine ha escrito mucho sobre este fenómeno. Uno de sus puntos centrales es que las conversaciones con personas que no conocemos bien (las superficiales), son aburridas porque siguen patrones predecibles. Se acaba hablando del deporte más popular en ese país, de tópicos habituales, preocupaciones compartidas como el cambio climático, el desempleo, los gobiernos, etc.

El también escritor Stephen Miller, en su libro La conversación: la historia de un arte declinante, dice que las mejores conversaciones son aquellas que no tienen ningún objetivo final ni una meta a alcanzar (más allá, naturalmente, de aquellas relacionadas con asuntos de trabajo). Estas características, dada la naturaleza digital antes expuesta, no están por lo tanto en su mejor momento. El arte de disfrutar en el proceso con una conversación intelectual es un activo cada vez más escaso.

Culturalmente también es interesante ver cómo los diferentes idiomas le dan más o menos importancia a la conversación. En Japón, las interjecciones (denominadas aizuchi), son un recurso lingüístico particularmente importante en una conversación. Reflejan y expresan el interés del receptor en una conversación; es decir, enfatizan su interés por algo que el emisor está señalando. Palabras como "hai" (sí) o "sou desu ka" (¿de verdad?) son citadas hasta tres veces más que las que señala un conversante anglosajón o latino. Me pregunto cómo se podrá digitalizar esto, o si incluso no sería antinatural hacerlo.

Muchas de las herramientas tecnológicas citadas llegaron para atender problemas sociales. Facebook quiso construir una gran comunidad social a nivel planetario. Pero este "solucionismo tecnológico" forma parte más de los sueños de sus fundadores que de realidades sociales. La transformación digital ni puede ni debe acelerar todo lo que nos rodea.