Esta bióloga, autora del libro Educar en la naturaleza (Ed. Plataforma), considera que "la pandemia nos debiera abrir los ojos sobre nuestra relación con el medio ambiente". Hablamos con ella.

A pesar de la pandemia, ¿el desprecio y la arrogancia de los humanos hacia el medio ambiente continúa?

Sí. Ya a nadie se le escapa que estamos padeciendo en vivo y en directo el resultado de esos años de desaires continuados a nuestro hábitat. Cada cierto tiempo nos encontramos con catástrofes ambientales, climáticas, alimentarias o sanitarias. Y pese a que nos jugamos el pellejo, somos incapaces de actuar colectivamente a su favor.

¿Por dónde tendríamos que empezar?

Los humanos somos notablemente torpes para gestionar estas situaciones, con una sorprendente parálisis a la hora de planificar y reaccionar para paliar una catástrofe, aunque también es cierto que somos capaces de dar muestras de buenas prácticas y de acciones inteligentes. La única vía para cambiar el rumbo es la educación en la naturaleza, entendiéndola no solo como una parte del currículo, sino como algo transversal, que trascienda incluso a las instituciones educativas.

Pero que comience en las casas, en las familias.

Exacto, porque no hay mejor herencia para dejar a nuestros hijos que la de un mundo mejor, porque la Tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo a nuestros hijos.

¿Cómo surgió la idea del libro?

Mi trayectoria profesional empezó con la biología un poco más técnica, y me especialicé en ecología y medio ambiente. Pero desde que tengo hijos me ha interesado mucho la educación y he unido las dos áreas de trabajo, incluso creando una Escuela al Aire Libre. A raíz de todos estos procesos personales de reflexión, de lectura y de estar en contacto con otros profesionales que se dedican a lo mismo, he ido acumulando mucha información a lo largo de mi vida profesional y personal, y fue en el confinamiento cuando vimos la necesidad real de tener contacto con la naturaleza, algo que se nos impidió hacer durante esos tres meses iniciales.

¿Qué entiende por educar en la naturaleza?

Se basa sobre todo en crear vínculos emocionales, afectivos y positivos con el medio, con la naturaleza, entendiéndola en un sentido muy amplio. No hace falta salir al exterior; no es preciso buscar una naturaleza virgen, salvaje; basta con salir a la calle y se puede hacer desde cualquier ámbito: del personal y familiar al escolar, e incluso al profesional, y por supuesto también al social, lo que incluye a los medios de comunicación que dan difusión a estas ideas.

¿Dónde se encuentra su Escuela al Aire Libre y a quién va dirigida?

Es una escuela infantil para niños de 3 a 6 años y tiene dos diferencias con una escuela habitual. La más visible es que el espacio de referencia que tienen los niños no es el aula, sino el aire libre, el entorno, el monte en este caso. Los niños tienen su actividad habitual en pleno monte y no hay paredes, ni techo, con todo lo que conlleva de manejo de grupos, gestión de la actividad, etc. Y la otra característica, no tan visible pero que también tiene su razón de ser, es que las actividades que realizan los niños en estas escuelas son juegos libres, con parámetros de seguridad y convivencia y de respeto mutuo. Pero haciéndolo con cabeza y sentido común pueden jugar a lo que ellos quieran.

¿Qué consecuencias tiene este aprendizaje para ellos?

Muchas y muy positivas sobre la manera que tienen de socializar; son aprendizajes curriculares y transversales que influyen sobre su bienestar y su salud. La escuela está en Collado Mediano, un pueblo de la Sierra de Guadarrama, muy cerquita de la provincia de Segovia, y es una escuela en toda regla. Los aprendizajes que tienen que adquirir los niños en esa etapa se cumplen de una manera distinta a una escuela donde sí hay clases magistrales y libros de texto. Todavía no están autorizadas este tipo de escuelas de forma estándar, y aunque tenemos todo el papeleo en regla, nos falta la autorización de la consejería de Educación, porque este tipo de escuelas no tienen aún el reconocimiento oficial. Es el siguiente paso que tenemos que dar.

¿A que se refiere cuando habla en su libro de injusticia

Tenemos dos planos de injusticia. El más inmediato es que los niños en general no tienen capacidad de decisión sobre las cosas que suceden a su alrededor; no tienen derecho a voto, no tienen autonomía ni capacidad de tomar decisiones en cuestiones del día a día, y esto incluye también el medio ambiente. Nuestro estilo de vida, nuestro patrón de consumo, el uso de nuestros recursos, nuestra energía, lo que compramos que implica la extracción de minerales, etc., lo deciden los adultos. Ahí hay una injusticia en la toma de decisiones. Hay otra injusticia que es más de índole seudosocial: lo que hacemos en Occidente afecta también al medio ambiente en otros lugares. Si me quiero comprar un móvil, lo normal es que los minerales que necesito no vengan de mi país o mi entorno, sino de otras zonas del mundo donde las condiciones de vida son peores y suele haber trabajo infantil. A ese tipo de injusticias me refiero en el libro.

¿Cómo convencer para caminar hacia las prácticas más inteligentes?

Hay muchas maneras de mitigar los problemas ambientales, aunque ninguna se ha demostrado infalible al cien por cien. Hay que abordarlo de forma múltiple. Todos pensamos en la tecnología, en cuestiones sociales, económicas, etc., pero hay una cuestión que no suele mencionarse y es la educación. Las otras herramientas pueden dar soluciones a corto plazo, la educación ofrecerá, aunque a largo plazo, una herramienta más duradera, porque lo que hagamos será con la plena convicción de que es lo correcto, mientras que una herramienta tecnológica puede ser eficaz, pero no la hemos probado, no tenemos el convencimiento tan afianzado.

La bióloga Katia Hueso.

La educación es una manera de afianzar que debemos cuidar de la naturaleza

Sí, porque nosotros mismos no dejamos de ser naturaleza. Dependemos absolutamente de ella, y quizás lo que no tenemos muy claro es que ella no depende de nosotros; ella puede vivir sin el ser humano, como se ha demostrado a lo largo de toda la historia geológica del planeta, y esto es algo sobre lo que debiéramos reflexionar. A través de la educación, y en el caso que planteo, la educación de vínculo, la conexión, las experiencias€ comprenderemos que esta relación es necesaria.

Porque el cambio climático está ahí con sus desastres ecológicos, las pandemias...

Sí. La pandemia nos debería haber abierto los ojos sobre la relación que tenemos con el medio ambiente, porque se cree que ha surgido por haber empujado a las especies salvajes a tener un contacto nuevo que no existía con el ser humano. Y a través de ese contacto es como nos han llegado virus que estaban en la naturaleza, pero a los que hasta ahora no habíamos tenido exposición.

¿Cree que esto seguirá pasando?

Me temo que sí. Ya pasó con el ébola. Esto nos debería hacer reflexionar sobre la necesidad de dejar a la naturaleza algo más de espacio para que el ecosistema sea sano, y no presionar tanto a los hábitats y a las especies naturales. El cambio climático es un ejemplo clarísimo de la presión que hacemos sobre el medio ambiente, y no solo tiene consecuencias sobre el medio, sino también sobre el bienestar, la salud€ Las olas de calor que cada vez son más frecuentes, o los eventos meteorológicos más extremos como la tormenta Filomena que tuvimos el invierno pasado, son otros ejemplos A pesar de que asociamos cambio climático con calor, también los eventos extremos tienen mucho que ver.

La Tierra es un préstamo, y a este paso dejaremos a nuestros descendientes un planeta invivible.

Si no ponemos remedio será invivible, sí. Es un poco la injusticia primera a la que me refería. No solo nuestros hijos lo sufrirán, nosotros también lo estamos padeciendo ya. La definición de desarrollo sostenible es el que trata de alcanzar un nivel de bienestar suficiente para nosotros, pero garantizando que ese nivel de bienestar sea el mismo para las generaciones futuras. A eso se refiere la sostenibilidad y pienso que no estamos todavía en ese punto.

¿El Acuerdo de París sigue sin cumplirse?

Por desgracia. Esto se observa en muchos acuerdos sobre medio ambiente, y es que se tienen que ajustar cada cierto tiempo porque no cumplimos con lo que los políticos prometen. No solo es culpa de ellos, sino también de los ciudadanos, de todos. Estamos lejos de los objetivos. El cuidado del medio ambiente es muy complejo porque intervienen muchas variables, y no solo las ambientales; también las políticas, culturales y económicas. No es sencillo. Con dejar de utilizar el coche no se soluciona todo. Obviamente contribuiría, pero es una red.

¿Es necesario un cambio de vida?

Sí, pero ya estamos en un momento en que el cambio de vida tiene que ser un poco más profundo; no basta con llevar la basura a reciclar o utilizar el transporte público. Creo que tenemos que repensar muchas de las cosas que hacemos, como el consumo, los viajes€ Esto no siempre casa con los intereses de las empresas, de los políticos. Funcionamos con distintas escalas temporales. El político piensa en escalas de cuatro años y los ciudadanos de a pie con plazos aún más cortos, y lo que el medio ambiente necesita es que se piense a plazos más largos, pero muchas veces no encajan las agendas.

Imaginemos que Europa cumple con el Acuerdo de París, pero los grandes contaminadores, China, Rusia y EE.UU. no están por la labor. ¿Qué hacer?

Es un problema gordo, porque la naturaleza no entiende de fronteras. Un ave migratoria se salta la frontera sin ser consciente de ello, como los virus ahora. Tiene que haber un firme compromiso político a escala mundial, pero si países que tienen economías fuertes no están por la labor de apoyar acuerdos multilaterales de índole medioambiental, mal vamos. Ya hemos visto, en el caso de EE.UU., como esto tiene una fuerte dependencia según el color del político que esté al frente del país, cuando eso debiera ser un compromiso de toda la sociedad.

Además, ¿el tiempo se está acabando?

Bueno, hay quien dice que sí, otros que no. Hay miradas catastróficas siempre. En los años 60-70 hubo una ola grande del miedo a la superpoblación y a las consecuencias que iba a traer. Con el tiempo se ha demostrado que igual no era tan grave y se ha ido regulando un poquito, pero sigue siendo algo que preocupa. Lo que no sabe nadie es qué nos encontraremos de aquí a cien años, ni si nos lo encontraremos en 20, 30, 50 o en ninguno, porque habremos sabido encontrar una solución.

Y luego están los negacionistas...

Sí, los que dicen que aquí no está pasando nada. Lo que no sé es cuanto tiempo nos queda para encontrar soluciones más radicales para ir a la raíz del problema. No estaría de más buscarlas en la educación, porque es una medida poco invasiva: cuando son propuestas y no imposiciones se reacciona mejor a cumplirlas. No se trata de imponer, sino de convencer. Son enfoques distintos.

¿El teletrabajo ha tenido influencia en el medio ambiente?

Al movernos menos en coche es cierto que se ha ahorrado en contaminación, en gasto energético y si me apuras en fabricación de nuevos vehículos, pero nadie contabiliza lo que supone el gasto energético de estar conectado permanentemente a plataformas digitales. Todo esto no sale gratis para el medio, porque se necesita cableado y energía que igual se produce en otras regiones. Por ejemplo, en abril de 2018, el vídeo de la conocida canción Despacito fue el primero que alcanzó las 5.000 millones de visitas en YouTube. Ese proceso alcanzó un hito menos celebrado: se consumió la energía equivalente al gasto de 40.000 hogares estadounidenses en un año.

PERSONAL

Nacimiento: Madrid, 14 de julio de 1970.

Formación: Estudió Biología en Leiden (Países Bajos), y tras dar muchas vueltas volvió por su tierra natal para instalarse en un tranquilo pueblo de la Sierra de Guadarrama situado entre las provincias de Madrid y Segovia.

Familia: Es madre de tres hijas.

Trayectoria: Trabaja como consultora y docente universitaria en materia de medio ambiente, espacios naturales protegidos y sostenibilidad. Fundó en 2011 con dos compañeras el Grupo de Juego en la Naturaleza Saltamontes, la primera escuela infantil al aire libre en el Estado. Es autora de Somos naturaleza (2017) y Jugar al aire libre (2019), ambos editados, como su último libro, Educar en la naturaleza, por Plataforma Editorial.