Durante 30 años, la periodista estadounidense Dana Thomas ha visto emerger y caer a diseñadores como Alexander McQueen o John Galliano y ha seguido de cerca los avances de la desbocada industria del textil, contra la que arremete ahora en un libro donde denuncia el inmovilismo de la insostenible moda rápida.Pero "Fashionpolis: El precio de la moda rápida y el futuro de la ropa" (editorial Superflua), que acaba de publicarse en español, no es otro libro sobre el fin del mundo y los destrozos de la humanidad.

A Thomas le gusta llamarlo "el libro de la esperanza", en el que la moda sería el espíritu del pasado, presente y futuro de la industria que, como en "Cuento de Navidad", de Charles Dickens, pretende sacudir las conciencias del consumidor y de empresarios como Amancio Ortega y Bernard Arnault

"No podemos seguir así, tenemos que ser más conscientes de la forma en que compramos ropa", dice Thomas (Washington, 1964) en una entrevista a EFE.

CONTRA EL LUJO DE LOGOS

Colaboradora regular de "The New York Times" y autora de una doble biografía sobre Galliano y McQueen, publicado también en "Superflua", y de otro título inédito en español, "Deluxe: cómo el lujo perdió su lustre", la estadounidense forma parte del escaso número de periodistas de moda que pueden permitirse ser críticos con las marcas.

Por eso no baja la voz cuando defiende que Louis Vuitton y Zara tienen el mismo modelo de negocio, solo que el primero pone precios más caros que la cadena española.

"El lujo empezó a vender logos y sacrificó la calidad en pos de la cantidad para lograr el máximo beneficio posible. Si ahora quiere sobrevivir tiene que centrarse en la innovación, la sostenibilidad y la calidad", sostiene.

En un evento de la Semana de la Moda de París, Thomas viste botas de terciopelo azul (compradas hace diez años), vestido negro con manga larga y cuello de pico (otro tanto) y un bolso limosnero de Prada que la ha acompañado a todas sus coberturas desde 1997.

Cuanto más antigua la prenda más parece apreciarla y, durante la entrevista, hablará de unos pantalones de los 80 que ha recuperado su hija y de unos zapatos de 2007 que acaba de llevar a arreglar a la tienda donde los compró. No parece de esas personas que dicen: "¿Esta camiseta? Ni me acuerdo".

ROPA ARTIFICIALMENTE BARATA

"El problema es que la ropa nunca ha sido tan barata como ahora, pero es artificialmente barata", denuncia.

En los dos años de investigación que ha dedicado a "Fashionpolis" ha viajado de Bangladesh a Estados Unidos pasando por Inglaterra, España o Francia, donde reside.

Ha tratado de primera mano a quienes hacen nuestra ropa: desde los trabajadores afectados por la catástrofe de Rana Plaza, en Bangladesh, hasta los creadores de Jeanologia, en Valencia, una empresa de referencia que produce vaqueros sostenibles.

"Si una camiseta cuesta 10 euros es que quien la hizo se lleva 10 céntimos. Cinco de las personas más ricas del mundo son propietarias de empresas de moda y tres de ellas de moda rápida (Zara, Uniqlo y H&M). Si pueden hacer tanto dinero vendiéndote ropa muy barata es que algo funciona muy mal", critica.

Como solución al consumo masivo, propone reutilizar más a menudo la ropa perdiendo la vergüenza a repetir modelo, comprar productos sostenibles y alquilar prendas para ocasiones especiales.

En este punto, alguien (por ejemplo, su propio marido) aduce que su propósito es casi marxista. Y Thomas reconoce que tal vez lo sea: "Después de 30 años de capitalismo salvaje, quizás necesitamos un poco de marxismo para calmarnos".

ESPERANZA

En su libro verde, refleja casos de éxito como el de la diseñadora Stella McCartney, la más reconocida; Natalie Chanin, que fabrica prendas de algodón orgánico cultivado en granjas locales; la investigadora Cyndi Rhoades, que ha logrado separar el poliéster de la celulosa de algodón; o Sarah Bellos, pionera en el hallazgo de tintes naturales para vaqueros, entre otros.

Antes de que alguien pueda pensar que la ecología en la moda es un problema del primer mundo, Thomas pone un dato sobre la mesa: "Se paga lo mismo por la ropa ahora de lo que se pagaba tras la Gran Depresión de 1929, la peor recesión económica de los tiempos modernos".

"Pagamos menos pero compramos cinco veces más ropa de lo que lo hacíamos en los ochenta, y usamos una prenda una media de siete veces antes de tirarla a la basura. Se nos ha condicionado para pensar que es normal pagar 10 euros por un vestido, pero no lo es", constata.

"Así que el problema no es la accesibilidad, es que consumimos en masa", añade.